FILOSOFÍA DE LAS PALABRAS
por Ángel Coronado

"CARACOLERA"

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Tengo una caracolera de barro con agujeros. Tiene tapa, está hecha en Quintana Redonda y es de color negro. Negra más que de color. El barro es negro. Lo sé aunque nunca la rompería para ver el color de su barro por dentro. Hay cosas que sin haberlas visto las crees. Ésta es una. Pero no porque, hombre de poca fe, se tenga poca. Es que lo sé y por lo menos a mí me basta con eso.

Además hay un refrán que lo dice. No lo repetiré porque todos lo saben. Y además los refranes, que son siempre verdad, nunca están solos. Nunca les falta otro refán a su lado que, mirando para el otro, para el otro lado, va diciendo lo contrario y siempre también con verdad.

Se han hecho varios intentos de superar esa contradicción. Pero en vano. La tradición es correosa y nunca choca de frente. Resiste sin solidez. Ciega, pero ve. Todo en la tradición es obvio, pero siempre cautelosa, no se cansa de obviar aquello que se le pregunta. Nunca sabe ni contesta.

¿Por qué los cantareros de Quintana Redonda, con el barro colorado hacen los cántaros negros?

En primer lugar diremos que ni solo allí se hacen cántaros sino que también se hacen otros cacharros, ni tampoco allí se hacen todos los cántaros del mundo. Y si no a ver que pasa con mi caracolera. Y además hay cacharros de Quintana Redonda que no son negros.

La tradición elude siempre cualquier pregunta.

Pero vamos a ver. ¿Por qué negros y precisamente allí, en Quintana Redonda?

La tradición elude las preguntas como el conductor de un camión elude un pedrusco en la carretera.

Eludir, obviar, esquivar, evitar. Verbos que conciernen a lo mismo. Y a lo mismo también sus formas nominales, derivadas, trasformadas en frases hechas o en dichos... Elusivo, esquivo, me llamo Lucas, no hago caso.

Pero hay una excepción que, colmo del disimulo y el engaño, hace frente a todas esas mañas y así, de forma despachada y casi procaz dice: ¡esto es obvio!

Obvia, esquiva, elude, rodea, merodea, pero diciendo a diestro y siniestro que si esto es claro, que si es obvio, y a esto contesto yo diciendo tan solo: ¡esto es obvio! Merodeo sin mirar de frente pero hago como que sí. Amago. Digo: ¡esto es obvio!

Es obvio que la mayoría de los cacharros que se hacen en Quintana Redonda son negros, pero no hace falta obviarlo. Es así. Obviemos el decir, por ejemplo, que todo es así porque son mejores, mejores así, más negros...

La tradición contesta cualquier pregunta diciendo lo que le da la gana pero siempre le da la gana decir: ¡esto es obvio!

Siendo esto así, no sé por qué tengo que inventar una palabra para decir a ustedes que tengo una caracolera. Lo digo y ya está. He comprobado que "caracolera" en el Diccionario de la Real Academia (de aquí en adelante DRAE) no figura.

- Sí figura.

- No figura.

Y es que hablando ambos del sentido de unas cuantas letras puestas en un orden determinado no han caído en la cuenta de que ponerlas así, en ese orden, justo como las pone quien sabe ponerlas así, eso no garantiza nada. Eso es como una especie de molde o vacía o cuenco vacío en el que se puede verter cuaquier cosa, en este caso cualquier sentido.

¿Qué es el sentido? Preguntó un día el profesor de sentidos.

Y el alumno más listo, el primero de la clase dijo que cualquier cosa. Luego ya todo se vino a enredar un poco. Porque otro dijo, y con razón, que ningún sentido podía vagabundear por ahí de cualquier manera, y el profesor de sentidos dijo que naturalmente que no, que no solo determinado subconjunto de letras o voz perteneciente a cualquier otro superconjunto de voces o idioma podía tener cualquier sentido dentro, sino que para poder explicar ese sentido hacían falta de nuevo más voces, pero que a esas voces hacían falta más sentidos.

Nadie, ni el profesor ni ninguno de los alumnos pudo poner en claro si el continente de los sentidos eran las letras o las letras continente de los sentidos.

El caso es que la voz "caracolera" figura en el Diccionario de la Lengua pero no lo hace con el sentido que necesito darle para explicar a ustedes que tengo un cacharro de barro negro con tapa y con agujeros, grande como un cántaro, mayor, que sirve para meter caracoles dentro. A ese cacharro llamo "caracolera" mientras que el Diccionario de la Lengua dice que caracolera o caracolero es todo aquél que se dedica a vender o coger caracoles.

Y en esto hemos tropezado con una cuestión que interesa, si es que hay cosas interesantes en este bendito mundo, porque de tantas como hay parece que no hay ninguna. A esa cuestión interesante se llama, según los peritos, "acepción".

Y a la pregunta del profesor sobre tan delicado tema hubo quien dijo que "acepción" era como el vino que se vertía dentro de una jarra de agua. O al revés. O como el saco de las patatas en el que se vertía otra cosa diferente a las patatas. Una especie de polisemia, como diferentes sentidos para una misma palabra.

El profesor dijo que ¡hum!... Yo creo que para despistar, como si hubiese alguien que no estuviese todavía despistado.

Parece que "acepción" es un sentido como de menor categoría. Y lo es. El problema está en saber en qué consiste tener mayor o menor categoría cuando hablamos del sentido de las palabras. En el ejército está claro. En la universidad o la escuela también. En la familia está el pater familia y en cualquier sitio está el mandón. Pero amigo mío, en el dominio de la lengua los linguistas no se ponen de acuerdo.

El caso de mi caracolera es, sin embargo, claro. Como no me gustan los caracoles ni tengo ni nunca tendré caracoles para meterlos allí, bajo mi entera y única responsabilidad he vertido en mi caracolera el sentido de ser y servir para meter en ella los caracoles previamente recogidos por el campo. Y como esto coincide precisamente con lo que se hacía con ese cacharro y con otros parecidos a él, no solo en Quintana Redonda sino vaya usted a saber por dónde, o también por otros sitios menos en Quintana Redonda quizá (lo que no creo porque me parece recordar que me dijeron que sí, que también en Quintana Redonda se recogían y se comían caracoles), pues me ha parecido natural verter dentro de mi caracolera el sentido ese. Y solo después aludir al mismo recurriendo al dibujo y a la imagen.

Tendré que volver a Quintana Redonda para preguntar sobre si ese cacharro tiene allí algún nombre propio, de si lo tiene pero tan solo genérico, quizá descriptivo como por ejemplo el "cacharro de los caracoles" o el "cántaro de los agujeros" o la "orza de los caracoles grandes" porque si los metes pequeños se escapan por los agujeros. O simplemente solicitar informe acerca de si ese cacharro carece allí de nombre. En el mundo hay muchísimas más cosas que nombres. Hay, debe haber entonces, muchísimas cosas que no lo tienen. ¿Será posible que mi caracolera no lo tenga?

¡Pero qué dice Ud.! ¡Cómo que carece de nombre si la está usted nombrando!

Manuel Alvar confiesa la dificultad de saber lo que pueda ser o sea una acepción. Puesto a ello dice así:

"Por eso hablo de palabras nuevas, nuevas con respecto al DRAE, y hablo de acepciones distintas de las que recoge nuestro léxico oficial, lo que me fuerza a establecer unos principios teóricos en los que moverme. He aquí una nueva dificultad: ¿qué entendemos por acepción? En esos párrafos he intentado atender a la respuesta, porque acepción es lo mismo que significación (en un preciso contexto), pero es otra cosa." (ALVAR, p-108)

Y algunas líneas más adelante prosigue:

"Pienso que, en el campo mismo impuesto por el DRAE, las definiciones parten de una acepciones concretas y, desde ellas, se intenta la generalización. Pero esto tiene sus riesgos. De una parte, lo hemos visto antes (y aquí Alvar se refiere a un párrafo anterior de su texto), se buscan una referencias de semejanza que llevan en muchos casos a la definición de A por B o por C, y, recíprocamente a C por B o por A, etc, con lo que estamos en los vicious circles o en las pistas perdidas de que hablan los lexicógrafos; de otra, las palabras pueden desvincularse de la realidad que representan, y las definiciones son inexactas. A esto hemos querido responder con nuestra precisiones. De ahí que hayamos establecido la distinción entre deslizamientos y trasferencias." (ALVAR, p-109)

Y la dificultad a la que se refiere Alvar no es otra que "el contexto" al que alude, o mejor dicho, a la dificultad de conocer ese contexto, dificultad que no es otra diferente a la de conocer su área elemental de uso, el territorio al interior del cual la relación entre la voz y el sentido establecen entre sí una relación biunívoca.

Por nuestra parte, con el debido respeto a quien procediese y en primer lugar hacia Manuel Alvar, nos parece oportuno añadir sobre lo dicho lo siguiente.

Para una misma voz y en relación a un tiempo y lugar determinado, existen siempre diferentes áreas elementales de uso.

Sea mi caracolera. Nunca usé con anterioridad esa voz y supongamos que nadie tampoco lo hizo ni lo hace. Basta con haberla usado ahora para ser, en el reducidísimo contexto que se tuviese a bien determinar (por ejemplo, el de mi propio entorno familiar cercano), un término como Dios manda. Claro como un cristal, biunívocamente unido al sentido que, desde un principio aquí, ahora, hemos venido explicando. Y además exclusivo. Porque nadie ahora y en ninguna parte del mundo excepto en ese mínimo contexto hemos supuesto que la usa.

Pero sea "caracol" una voz cuyo contexto fuese, según creo, tan amplio como el imperio del siglo XVI bajo el dominio de Felipe II trasladado hasta hoy. En toda esa geografía en donde nunca es de noche al mismo tiempo porque nunca se pone al mismo tiempo el sol, esto es, casi en medio mundo, la voz "caracolera" se puede entender razonablemente bien como el recipiente adecuado para meter dentro caracoles.

De la voz "caracol" entiendo haberse producido un deslizamiento hacia otra cosa diferente al caracol pero relacionada con él. Y para ilustrar ese fenómeno ningún ejemplo mejor que mi caracolera, digo yo.

Lo más inquietante de todo es la sutileza con que se pueden dar, y se dan, esos deslizamientos, y la desenvoltura descomunal, infinita con que se producen las trasferencias. Y además la existencia de híbridos entre deslizamientos y trasferencias.

De lo último es muestra la voz "caracolera", me parece. Creo que se trata de un deslizamiento con origen "caracol" y final "caracolera", pero después o también al mismo tiempo, una trasferencia que de "persona que recoge o vende caracoles" se transfiere a recipiente utilizado para meter dentro del mismo lo mismo.

No intento con todo esto justificar un acto tan inocente como el de llamar así a mi cacharro de barro negro de Quintana Redonda, sino que, interesado en recoger palabras que ruedan tiradas por ahí, quiero indagar acerca de si las encuentro de oro, plata o cobre. Incluso si tienen alguna sustancia. Porque si al final descubro que a mi caracolera la llaman en Quintana Redonda de otra manera, retiro casi todo lo dicho. Consérvese la imagen del bosque resinero y sus heridas. Consérvese la figura del cacharro con sus agujeros. Y consérvese lo que sigue a continuación. Exista o no esa voz, quien la oye la entiende. Es una voz de oro. ¿A qué más puede aspirar una voz que a ser entendida por cientos, miles, millones, cientos de millones de personas? Es una voz de tan descomunal poder comunicativo que no precisa de ningún tipo de diccionario.

Puestos al trabajo de retirar del diccionario las voces que sobran por ser conocidas de todos, tranquilos. Con "caracolera" tenemos el trabajo hecho. Nunca la dejaron entrar.

© Ángel Coronado, 2014

 

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