FILOSOFÍA DE LAS PALABRAS
por Ángel Coronado

Sinonimia

pulsar para ampliar las imágenes

 


Figura 1

¡Qué! ¿Dos nombres para una misma cosa? Como si son cuatro, como si son ocho cosas para un mismo nombre. Mientras no sean todas iremos tirando. ¿Qué quiere Ud? ¿Qué a cada cosa su nombre? ¿Es que sabe Ud lo que sea una cosa? ¿Y un nombre? ¿Sabe Ud lo que sea o pueda ser un nombre? ¿No se da Ud cuenta de que un nombre ya es, sin remedio, ya es una cosa, ya es una cosa? Perdóneme, pero le voy a tutear. Es más fácil hablar y escribir en tuteo. Estoy cansado de tanto Ud. con su mayúscula y su punto. Más fácil. Ya lo verás

¿No ves que los nombres ya son cosas? ¿No ves que solo hay cosas? Hasta un pensamiento es una cosa. ¡Vaya cosa! Dos nombres para la misma cosa. Un montoncito de tres (o más) cosas, eso es lo que tenemos. Como si son dos cosas para el mismo nombre. Otro montoncito de tres cosas. Como si es un nombre sin cosa. Como si es una cosa sin nombre. ¿Qué a cada cosa su nombre? Como si todas las cosas que no son nombres las ponemos aquí. Y todas las que lo son, allá. Y luego a contar. Y luego a ver si hay tantas aquí como allá. Que te crees tú eso. Así, desde ya, te digo que no. ¿Es que no ves que hay más, Dios mío, cuántas más cosas que no son nombre que nombres? La de células que tendrá el cuerpo de Pepe y todo lo arreglamos con eso, con “Pepe”.

Y dijo también que Adán sí, sentado ante un desfile de las cosas puso el nombre a cada una, lo mismo a una pulga que a una galaxia. El mito sagrado, venía diciendo, más que hablarnos de la nominación, más que decirnos acerca de su origen lo que de verdad nos decía es del vínculo sagrado entre la cosa y su nombre. De cómo el nombre de una cosa, misterio sagrado, forma parte de la cosa. Lo cual, seguía diciendo, no nos dice nada salvo decirnos que lo inexplicable lo explica el misterio y también, según queramos, que lo misterioso se alimenta de lo inexplicable. En definitiva, otro ejemplo de sinonimia, porque las voces “inexplicable” y  “misterioso” son sinónimas.

Y así tantas cosas decía que yo no sé cuántas y hasta cuándo. Aparentemente con toda la razón.

¿Aparentemente? Dijo un tercero. Lo que ocurre aparentemente no es eso. Pero el primero, después de unos cuantos días todavía seguía por allí repartiendo sus razones. Era un aburrimiento, pero de vez en cuando decía cosas que, caramba, decía cosas de aquéllas que al oírlas, no sé, te rascabas la cabeza sin que la cabeza picase. Un día de aquéllos dijo que la sinonimia solo era el efecto de un fenómeno de superposición, y que para poder decir eso no era suficiente tener la facultad de poder elegir entre varios nombres para referirse a una sola cosa sino que hacía falta otra cosa, por lo menos otra cosa. No pude oírle bien. Algún ruido inoportuno, creo que fue una tos o un estornudo. Eso. Fué un estornudo. Creo que dijo esto:

“Lo que te presta la sinonimia por un lado te lo quita por el otro” Y no lo entiendo. Luego he vuelto por allí, pero bien que por esto, bien que por aquello, no pude preguntar, no enterarme, nada, solo eso de que lo que te presta la sinonimia etc.. No entiendo lo que te puede prestar la sinonimia no siendo eso de poder elegir entre varios nombres para referirte a una sola cosa. Y no sé tampoco lo que se te pueda quitar por eso. Además de que no eliges. Cuando usas un sinónimo no eliges una de sus formas. Simplemente brota una. Y no es que no puedas elegir. Poder puedes, y a veces se usa y abusa de él. Pero no siempre. Al revés. Lo que suele ocurrir es lo contrario. El sinónimo brota. Y al que lo escucha le basta eso. Sin más lo entiende. Saben de lo que hablan. Y si no... Y si no, eso es lo que pasa. Dices caramba y te pones a pensar...

A decir verdad, y a eso estamos, lo raro es encontrar voces o palabras solas, abandonadas, mondas, sin la cálida compañía, siquiera, del más miserable sinónimo. Lo normal es que la palabra no vague sola por el espacio como un planeta. Acaso tan solo en cortos paseos de algunos metros, durante un rato pero nunca por el espesor indefinido del tiempo. La sinonimia no es un fenómeno a ser explicado. Es lo normal. Tenemos dos ojos en la cara. Es lo normal. A ver si ahora es el cíclope Polifemo el extraño, la mirada torva, el ojo mondo entre ceja y ceja. A ver si ahora, en esto de la polisemia, terminamos hablando de la palabra monda.

Porque a la palabra monda solo puede abordar la lengua. La palabra monda, lo que se dice monda, y en el dominio del habla, simplemente no existe. Nadie, mientras habla, emite jamás una palabra monda. El habla emite palabras como el foco de luz fotones o el fusil ametrallador balas. Las frases son ráfagas de palabras.

Y para no terminar hablando de la palabra monda empezaremos por ahí, por la palabra monda. Porque la sinonimia no es sino un par de palabras mondas, un par de palabras mondas que se dan la mano por debajo de la mesa. Nos situamos en el pleno dominio de la lengua, y aunque sigamos hablando vamos a olvidarnos del habla. Somos lenguistas ya que linguistas no. Lingüística es disciplina de la que no participamos. Ya sería para nosotros honor el poder hacerlo. Pero no. Se nos pasó la ocasión y perdimos el tren. Estamos todavía en el andén lamentándolo. Y en la cantina de la estación hemos recalado. Y en ella hemos organizado esta tertulia. Hablamos. Y hablamos de la lengua. Concretamente de la sinonimia, ese fenómeno que consta de un par de palabras mondas que se dan la mano por debajo de la mesa. En condiciones normales, porque hay veces que sin saber porqué ni venir a cuento, da pena verlo, en lugar de darse la mano se dan con la mano, con el puño, a puñetazos. Vamos a verlo.

Que la sinonimia es el efecto de un fenómeno de superposición ya lo sabía yo. Sea el área elemental en el que a una casa se la llama “casa” y sea otra en la que a una casa se la llame “masía” (todo esto es un ejemplo) y sea que se dé un caso, una casualidad, la  de que ambas áreas elementales se superpongan. En esa zona de superposición ocurre que a una cosa, concretamente a una casa que sirve de habitación, a una casa familiar, etcétera etcétera y etcétera, se la llama indistintamente “casa” y “masía”. En esa región ocurre que se da el fenómeno de superposición y ocurre también que solo se da de forma exclusiva en esa zona.

Y con esto y con un jamón, a comer jamón, pero eso de que te quitan lo que te dan, como no sea que te quiten el jamón que previamente te dieron, la sinonimia que te quita lo que te dio, como no sea eso, que no lo entiendo, que no. Digo que no lo entiendo.

Me quedó grabada esa frase. Hace mucho tiempo ya. Y cuando pasa el tiempo y te haces viejo parece que ganas en sabiduría y en conocimiento, pero solo lo parece. Lo que pasa es que ves las cosas como más de lejos, y aunque tengas esa cosa delante de la nariz la ves como si estuviese lejos. Y las cosas que antes veías bien por estar a la distancia necesaria para que la juventud las vea bien, por ser uno mismo joven, ocurre que ahora casi ni las ves, de tan lejos que las ves, allá por el horizonte. Y ya viejo, lo que te pasa más cerca que por delante de la nariz, eso ni mencionarlo, entre otras cosas porque ni lo ves. Los viejos decimos que no pasa nada, pero yo creo que lo que pasa es que no lo vemos.

La cosa es que pasado el tiempo he advertido lo siguiente:

Temo no saber decirlo, porque para decirlo bien necesitaría vivir hasta los trescientos cuarenta y siete años. Entonces lo que ahora entreveo como algo difuso y enorme, que me quita campo a la vista, como si queriendo ver a un elefante me acercase al elefante tanto como para ver la diferencia entre pelo y pelo (los pelos del elefante son como cables de acero), entonces podría ver al elefante paciendo y disfrutando en el lodazal, entonces podría ver bien lo que ahora veo tan mal como así:

Yo puedo conocer a un solo señor que se llame a la vez Francisco y Javier sin poder hablar de sinonimia.

¿Por qué? Me pregunto. Y me respondo así. Porque si a ese señor le llamo “Francisco” no me responde. Y si le llamo “Javier” tampoco. Y es que “Francisco” es una cosa, “Javier” otra y “Francisco Javier” una tercera cosa, la cosa con la que tengo que vérmelas ahora. Es tan sencillo esto que casi me parece que no hay que decirlo, pero dicho esto, me alegro de haberlo dicho, porque ahora me doy cuenta de que siendo sinonimia y homonimia dos voces para decirlo mismo, esto es, en relación de sinonimia, no es lo mismo lo que dicen, porque la primera de ambas voces tiene su negocio instalado entre los nombres comunes mientras la segunda se afana con los nombres propios. Y despejada esta primera dificultad, prosigamos.

A estas alturas ya sabemos que ni todas las voces de todas las lenguas habidas y por haber desde que la tierra las oye, hace uno, dos, muy pocos millones de años, darían para igualar el número de partículas elementales habidas en el agua, incluído el vaso, de un simple vaso de agua. No nos engañemos, ni sinonimia ni polisemia (fenómeno contrario, en el que una sola voz acoge varios significados) deben su existencia o razón de ser al desajuste habido entre número de palabras y número de cosas. Antes bien estamos ante una prueba que de alguna forma justifica ese famoso principio lingüístico que distingue tan drásticamente la cosa nominada de la cosa que nomina y afirma la fundamental arbitrariedad del signo[1] (citar aquí a Saussure). Estamos también ante una prueba también que deriva o es efecto del abandono de una idea secular, la idea de que los nombres de las cosas participan de su sustancia, la idea de que una mesa no puede llamarse sino mesa, idea que ni aún el conocimiento de la existencia de otras lenguas, ni aún con todo eso, dejó de ser vigente hasta no hace mucho tiempo y desde que Adán todo eso que no vamos a repetir. No hay palabra, se pensaba, no hay palabra que no forme parte de la esencia de las cosas. Y siendo esto así no podía tener cabida ni explicación este fenómeno de la sinonimia del que ahora tratamos.. Tampoco la polisemia. Y para terminar con estas disquisiciones, si es que pudiésemos o fuese posible hacerlo, que lo dudo, volveremos a repetir lo ya indicado: que ambos fenómenos son también claro efecto, o quizá evidente muestra de la diferencia fundamentalísima entre habla y lengua, diferencia en la que siempre, como moscas en la tela de araña, nos quedamos enredados. Porque al habla la importa una higa todo esto. Y porque al contrario, la lengua se nutre de todo ello. Porque al habla déjala. No preguntes. Tanto es para ella, o casi, palabra y cosa como cosa y palabra. De la cosa salen dos palabras como del cuerpo dos brazos. Para el habla todo se reduce a eso. Aunque le importe una higa todo eso. 

Lingüística, ciencia que se nutre de todo esto. Al siglo XIX más que romántico habría que llamarle siglo de los resplandores. Resplandores de incendios, luces extrañas, auroras boreales y fuegos fatuos, rescoldos semiapagados y brasas, luces que siguen al XVIII, el siglo de otras luces, luces que, al contrario, iluminaron y esclarecieron. Y tanto iluminaron que luego vinieron los resplandores. Hay tres pintores de la luz, y por lo tanto de las sombras, que anticipan esta historia general de las luces y las bombillas, que por cierto se inventaron en el siglo de los resplandores. Pasada la fiesta veneciana del Tintoretto aparece la luz concentrada de un foco intenso. Es el arco voltaico del Caravaggio. Luego el rescoldo semiapagado de Rembrandt.

No sé por qué a los pintores italianos, a sus nombres, sienta bien la previa disposición del artículo determinado “el” mientras que a los españoles, franceses, o en general, al resto de los europeos no. Por eso decimos Rembrandt y no “el Rembrandt” . Lo mismo que con los artistas pasa con los países y los continentes. Así pasa con “la India” y no con “la España” o “la Italia” pero sí con “los Países Bajos”, precisamente los de Rembrandt, aunque antes, no hace muchos, muchísimos años, se decía “la Francia” como ahora “el Japón” y “la China”. Un puro capricho, una intrascendente bagatela, dice de todo esto el habla. Pero la lengua, repetimos, se nutre de todo ello, como de los fenómenos de sinonimia y de polisemia que son aquello a lo que verdaderamente vamos. Sin olvidar, que lo estamos otra vez olvidando, sin olvidar que lo extraño es encontrar la palabra monda.

La lingüística, como tantas y tantas otras cosas, estalla en el siglo XIX, el de los resplandores. Hoy es una buena moza que presume, porque puede, de inmejorable salud.

Y será por eso. Será por eso que te quiten por un lado lo que te dan por otro. Será que la lengua te quita la frescura inmediata del habla para darte  por otro lado lo que te da, ese fruto sazonado de la lengua.

Pero vayamos al grano.

En Soria, que sepamos tan solo en Soria, se da un caso curioso de sinonimia. Sólo en Soria, en parte de Soria, cuidado, mucho cuidado con esto, sólo en parte de Soria se produce sinonimia entre las voces “ruejo” y “guijarro”. Para una exposición detallada de tan complejo asunto nos remitimos a nuestro trabajo Un Guijarro no es un Canto Rodado.[2] En el mismo damos cuenta de cómo la voz Guijarro tiene un área de distribución amplia y acogedora, grande pero inestable, un espacio del que desconocemos en detalle, en el detalle de que pudiese hablarse, desconocemos sus confines y por lo tanto, a los efectos que ahora interesan, configurado como fondo indiscriminado y en principio uniforme, soporte, mesa, campo de operaciones sobre cuya generosa superficie operar. Y decimos esto porque sus confines serán con toda probabilidad múltiples. Su representación habría de configurarse discontinua, dispersa, en forma de archipiélago, como la piel moteada de una gineta. A una de tales manchas nos referimos ahora. En una de tales manchas nos situamos sin importarnos sus límites. Como esa hoja de papel en blanco sobre la cual escribir, ese lienzo en el que dar color, todavía inmaculado, pendiente todo de una, esa, la primera pincelada, hoja Din A-4, lienzo de tanto por tanto. No importa. Son límites estratégicos, necesarios. Porque a los efectos que interesan, ambos, hoja y lienzo, además de blancos, son infinitamente anchos, indeciblemente largos. Nunca la hoja de papel, nunca el lienzo, son infinitos, qué agobio. Pero a los efectos que interesan podrían serlo.

Sea ese continuo enmarañado de miles y miles de matices, como la superficie tersa de un lago rizado de diminutas olas, esa brisa que lo riza, sea esa una zona del territorio en el que que se usa y entiende la voz “guijarro”. Y sea su representación la que se muestra en la figura uno. La maraña del dibujo quiere representar esa mínima perturbación. Lo repetido del enredo representa su carácter de continuo, esa hoja de papel, lienzo, soporte, mesa o campo. La voz “guijarro” se distribuye generosamente como los granos de arena sobre una playa. Como los garabatos se distribuyen sobre una figura como esa. Y sobre dicho continuo, mejor dicho, bajo el mismo, como si de un lago de aguas someras se tratase, dibujado en el fondo, visible bajo el cristalino espesor del agua, porque se trata de un lago limpio en el que nadie se asoma, nadie se baña, nadie se mea o caga (no sé cómo lo vamos a ver si nadie se asoma ni nada parecido. Haré como si me asomo), bajo el continuo enmarañado en el que un murmullo que dice “guijarro” y “guijarro” y “guijarro” , cada vez con su pequeño y diferente matiz de significado (que si más menudo, tirando hacia grava, que si más grueso, como tirando hacia “bolos” o “marros”, que si más o menos pulido, suave o áspero) como esas graciosas y mínimas arrugas, marañas, pequeñas olas como las que pinta de Venecia el Canaletto, bajo eso se dibuja como quiera que fuere una cosa que representamos como podemos en la figura dos.


Figura 2

Esa cosa es el área elemental en la que otra voz entra en relación de sinonimia con “guijarro”. Es un decir, porque tanto una voz como la otra, tanto “guijarro” como “ruejo”, se complacen en jugar, cada una por su parte, con ligeras mutaciones de significado. Del sinónimo casi perfecto al sinónimo forzado se pasa como en el juego de la comba. De un lado ahora, luego del otro lado. El sentido de ambas voces oscila, cada uno por su lado, entre lo más o menos pulido y entre lo más o menos grande. Siempre se trata de piedras sueltas, nunca de la roca madre, nunca de riscos ni de canteras, siempre de cantos, piedras, ripios, ruejos o guijarros. Y cuando estos sentidos se cruzan, lo que hacen con frecuencia, suena la campanilla de una sinonimia casi perfecta. Todo eso sucede allí, en esa zona de superposición entre las áreas elementales de las voces “ruejo” y “guijarro”.

Ahora un refrán. Recogido en Deza. Dice así:

“Con un guijarro, ni te limpies el culo ni calces el carro”

Ahora una confesión: en mi lengua materna el sentido de la voz “guijarro” podía entenderse como apto para lo primero pero en exceso pequeño para lo segundo. En Deza no lo sé, pero acaso allí guijarro sea en exceso áspero y pequeño, quizá indebidamente grande pero resbaladizo e inseguro. No lo sé. Ahí queda el refrán.

Todo eso puede suceder en esa zona de superposición.

Resumiendo decimos que allí se da este complejo fenómeno de la sinonimia. Porque sin resumirse así, la de sinónimos que habrían de retirarse de los diccionarios.

Pero esto y nada es casi lo mismo, porque todavía no hemos llegado a término. Falta lo principal. Ahora sí. Ahora es el tiempo de hablar de una ruptura, de una sonora y violenta catástrofe. Como si de tanto andar de puntillas para no despertar de su letargo a una sinonimia imposible, hubiese terminado ese cuidado de forma brusca, tajante. Un grito.

En Beratón hemos asistido a la explosión violenta de una caldera semántica. En Beratón, un día por allí, en la mano un “guijarro” en mi opinión ortodoxo, intentaba recoger datos para el diccionario de voces vernáculas que vengo construyendo. En esto un tractor arando que se ha parado. Arranca de nuevo. Casi se pone de manos, empujando, arriñonado. No puede. Se cala. Lo intenta de nuevo.

A estos tractores de hoy no resiste cualquier cosa, pero aquél pedrusco al final salió. Y no era cualquier cosa. ¡Era un guijarro! ¡Maldito guijarro! ¡Vaya burce! Así decía el señór del tractor, sudando como el tractor. Y yo allí, con mi “guijarro” pulido en la mano.

Y allí se quedó el pedrusco. Media tonelada y aristas por todos lados. ¡Vaya un guijarro!

En la figura número tres representamos el lugar y alrededores donde se produce intermitentemente la violenta explosión semántica descrita. Como un volcán, echa humo cada vez que se pronuncia por aquéllos parajes la voz “guijarro”. O mejor dicho, cada vez que pasa por allí un extraño al tiempo de pronunciarse. (ver figura tres)


Figura 3

Otras voces ante las cuales el extraño, el mismo extraño de aquél día en Beratón con su guijarro en la mano, no se conmueve o se conmueve menos:

Bolo: Voz recogida en Trévago:  piedra pulida, rodada, de tamaño relativamente grande al que también se llama “pitona”. A la muestra llaman “guijarro”

Burce:  Voz recogida en Beratón, sinónimo de “Guijarro”. Piedra grande, rota, desprendida de la cantera y sin desbastar. Ruejo no es de uso aunque parece que le suena, conoce, resulta de alguna manera familiar

Carambola Voz recogida en Arenillas: canto rodado del tipo de la muestra.  Guijarro es allí cualquier piedra pequeña, del tipo de la que coges para auyentar al perro. Ruejo ni se conoce tamaño medio – pequeño, del orden de la muestra (Arenillas)

Chincharro Voz recogida en Caltojar: canto rodado del tipo de la muestra. Guijarro es cualquier piedra, siempre menuda, de las que cojes para ahuyentar al perro. Ruejo ni se conoce.

Gorrón  Voz recogida en Duruelo y Montenegro de Cameros. Piedra pulida por rodamiento, mayor en tamaño al de la muestra. Guijarro, pese a conocerse, no es palabra de uso. El Duero en Duruelo, todavía torrentera más que río, abunda en grandes cantos rodados o “gorrones”

En Montenegro me dicen que en Andalucía se usa la voz “ruejo” para denominar al canto rodado

Grijo Voz recogida en Vizmanos: canto rodado. Ruejo ni lo conocen. Guijarro es aquí el nombre de una semilla. El norte de la provincia soriana marca de alguna manera el borde o confín de la voz  “guijarro”, custión acerca de la cual carezco de los datos precisos pero que de alguna forma contribuye a confirma lo expuesto

Guijarro Voz recogida sin duda pero, como tantas, perdida en el origen del tiempo, siendo ese tiempo el tiempo de una vida, en este caso la mía pero, como tantas, como tantas vidas y tantas palabras en cada vida, incrustada en el pensamiento, hecha pensamiento desde su origen, hecha origen desde su pensamiento. Me gustaría tener delante un mapa en el que se dibujase el área elemental completa de la voz “guijarro”. Podría decir, entre otras cosas, haber nacido allí. Sin tener ese mapa puedo decirlo aún. Pertenezco a un país en el que por “guijarro” se entiende canto rodado y comprendido entre un tamaño mínimo, el de una nuez por ejemplo, y uno máximo, un huevo de gallina, una mandarina. No mucho más. Sin llegar a una naranja. (ver figura cuatro)


Figura 4

Utilizo esta voz como patrón o modelo. Como fondo indiscriminado y continuo en el que dibujar algo. Algo a lo que aludíamos antes ahora volveremos. Justo al punto de llegar a la palabra “ruejo” Corominas[3] deriva la palabra de “Guija”, de origen incierto, y destaca matices de su significado que lo apartan un tanto de la idea de canto rodado, pulido, liso al tacto, acercándolo a lo agudo, cortante y áspero.

Guarra Voz recogida en Barcones, Quintana Redonda, y Torreandaluz. En Barcones canto rodado. Conocen la voz “guijarro” pero no es de uso frecuente. Ruejo ni lo conocen. En Quintana Redonda y Torreandaluz (masculino): piedra pulida y algo alargada para jugar a la calva. Guijarro a la muestra, de material silíceo, duro y rodado. Si de menor dureza y por lo tanto, más que pulido roto, se puede llamar “ruejo”.

Gurrio Voz recogida en Duruelo. sinónimo de “gorrón”)

Pitona Voz recogida en Arévalo de La Sierra, Reznos y Trévago con los siguientes significados y matices. En Arévalo de la Sierra piedra pequeña de forma y características especiales (no se trata de fósiles) que sirven para juego parecido al de las tabas y en su lugar. Se conocen las voces “ruejo” y “guijarro”, pero ninguna de ambas es de uso frecuente.

En Reznos canto rodado mayor que la muestra, en sinonimia particularmente precisa con la voz “rojizo”. “Guijarro” es aquí una “pitona” pequeña, y “ruejo” es una “pitona” o “rojizo” mayor. En Tajahuerce cabe decir lo mismo que de Reznos.

En Trévago tanto “pitona” como “bolo” son cantos rodados grandes. A la muestra se la puede llamar “guijarro”. “Ruejo” tiene aquí un sentido algo indeciso. Puede ser una piedra pequeña de cualquier clase.

Ruejo Voz recogida en el área elemental que se dibuja en la ya citada figura dos. Se superpone a ella como un dibujo se superpone al papel o como un retrato se superpone al fondo o simplemente, como un plato se superpone a la mesa, o los pies andando a la tierra. Todo aproximadamente así, pero solo aproximadamente. El estudio éste no hace sino dar cuenta de las mil anomalías que cabe denunciar en casos como éste.

Debido a esta superposición, y dentro del territorio “ruejo”, “ruejo” es aproximadamente lo mismo que “guijarro”.

¡Oiga, oiga! Está Ud. cayendo en una trampa. En la trampa que tantas veces denuncia Ud en otros. Está Ud dando vueltas en ese círculo vicioso de que guijarro es ruejo y ruejo guijarro.

Lo esperaba. Estaba esperando este momento para decirte lo que te dije, que te voy a tutear. Mira.

Y a continuación vine a decirle algo así como que los círculos viciosos no son tan malos, y que bien situados, en su casa, vamos, metidos en casa no solo son inofensivos sino naturales, necesarios, son lo que son y no le demos más vueltas. Los piojos tampoco son malos sino en la cabeza. Bueno, pues los círculos viciosos solo son malos en los diccionarios cuando los diccionarios sacan los pies del tiesto. Y esto es lo malo. Esta contradicción. El tener que sacar los pies del tiesto y no poder sacarlos. Porque mira, tú me dirás, para qué sirve un diccionario que no sirva fuera del tiesto. Tiesto es aquí el pequeño territorio “ruejo”.  Por cierto, ese territorio se dibuja íntegramente dentro de los límites provinciales de Soria, de tal manera que podemos decir que dicha voz, en sinonimia con “guijarro”, es un fenómeno de la lengua genuinamente soriano. La única pena es la de que también hay sorianos, sorianos de pura cepa, que no conocen  ni han oído nunca la voz “ruejo” (ver figura cinco)


Figura 5

Y ahora volvamos a lo nuestro. Dentro del territorio “ruejo” ni hace falta el diccionario para esta voz ni tampoco para “guijarro” como tampoco molesta el círculo vicioso. Se podría decir incluso que algo así como la sinonimia disuelve, neutraliza, elimina todo rastro de círculo vicioso entre los términos sinónimos. Pero cuidado, tan solo dentro de su territorio.

Fuera del mismo es otra cosa. Fuera se dan dos casos. Sólo dos casos. Si todavía dentro de territorio “guijarro” el diccionario luce como un día de sol en primavera o de luna llena en cualquier estación. A sabiendas de lo que significa “guijarro” nadie consulta en eso el diccionario. Pero, ¿qué dices? ¿ruejo? La consulta se impone. Y el diccionario responde. Ruejo es guijarro. Todo está bien. Todos conformes.

Pero amigo: grandes zonas del ancho mundo del idioma castellano se configuran, suponemos, fuera del territorio “guijarro” y, consecuentemente, del territorio “ruejo” también. Y es aquí, precisamente aquí, donde a nuestro diccionario le suben los colores a las mejillas. Se pone colorado. Le salen las orejas de burro mientras dice: ruejo es guijarro y guijarro ruejo.

Y en esto, como los bomberos acuden al incendio y el médico de urgencias al enfermo, acuden presurosas un montón de palabras. Todas, todas las que anteceden acuden en tropel sobre los términos sinónimos que, a todo esto, no se sabe si se besan o están luchando. Luchan para besarse. Solo es eso.

El Dicccionario de la Real Academia Española (DRAE) convoca las suficientes para decir  de “ruejo” su origen latino del que deriva también “rodillo”. Ruejo es una piedra redonda. Y añade que por Teruel y Zaragoza es rueda de molino. Parece ser, pues, que del pequeño canto rodado que significa en Soria, para pasar a ser piedra de molino en Teruel y Zaragoza, la piedra esa que atar al cuello del malvado según la evangélica maldición ha de pasar antes por Beratón como pedrusco disforme y desmesurado.

Y entre todas y todos, entre tantas y tantas palabras y tantos gramáticos, linguistas, lenguistas, simplemente curiosos,  apagamos el incendio y curamos al enfermo y superamos ese cáncer, esa lacra del diccionario, ese círculo vicioso.

Acerca de “ruejo” no puedo añadir más

Zaborro Voz recogida en Beratón: piedra pulida de regular tamaño (si menor carece de nombre específico pasando a denominarse genéricamente “grava”)

 

En definitiva, entre las voces “guijarro” y “ruejo” parece librarse una batalla de horizonte tan amplio que abarca desde una risueña sinonimia, una entrañable amistad cuyo escenario es fundamentalmente soriano  para pasar a un enfrentamiento visceral, desatado, furioso, en el que, como armas, se agitan cuatro ideas dos a dos: lo desmesurado y  grande frente a lo menudo y pequeño, por una parte, y por la otra lo pulido, suave y redondeado frente a lo agudo, áspero y cortante. Es la historia de un desencuentro que desde la meseta castellana desciende hacia el valle del Ebro. Es la historia vista de occidente hacia oriente.

Visto del revés podría ser distinto el cuento: el de un desencuentro que, subiendo desde la fosa del Ebro hacia la meseta castellana, rebasado Beratón y hechas las paces a la vera vera del Moncayo, Soria fuese solar, además de la buena mantequilla, de las buenas paces entre ruejos y guijarros.

Pero digamos esto con las debidas reservas. Nos falta un dato fundamental. Desconocemos ese fondo indiscriminado sobre cuya superficie tan vasta como fuese necesario se pudiese dibujar, completo, el país “guijarro”, el  fondo indiscriminado en el que poder destacar ese país.

Porque la historia podría ser entonces otra. Quizá se tratase de un contagio, de un episodio antes de salud que de trato. Veo al grave y rotundo señor Ruejo, al grande y rollizo Ruejo como infectado por un pequeña espora, tan pequeña que no se aprecia bien si redonda o no tanto.

El primero, señorón aragonés, sedentario en su feudo. El segundo nómada, nervioso, fugaz, como las moscas, antes que aragonés castellano. El campo semántico del que desciende “guijarro”, al parecer “guija”, es estremecedoramente amplio. Se puede uno perder tanto entre piedras como entre semillas. Que si guijas, almortas, guisantes (Corominas explica la “g”  inicial de guisante, bisalto en Aragón, por influencia de “guija”, semilla redondeada y menuda que sirve de pienso para el ganado). El caso es que el grave y grande señor don Ruejo viene a perder tamaño para que las menudas guijas y guijarros lo ganen. Y para cuando ambos, creciendo los unos, menguando el otro, se pueden dar de la mano, es entonces cuando “ruejo” disminuido, desmejorado,  y “guijarro” crecedero, llegan a darse de la mano en esa zona del nordeste soriano que decimos. Beratón sería el escenario de una explosión colérica del señor Don Ruejo antes de sufrir tan dramática metamorfosis. Porque ya en Soria, Don Ruejo es un don nadie.

 

[1] SAUSSURE. Ferdinand de. 1979.  Curso de Linguística General. B.Aires. Editorial Losada.

[2] CORONADO, Angel. 2006 “Un Guijarro no es un Canto Rodado” , en Revista de Dialectología y Tradiciones Populares,Volumen XLI nº 1.(p 229 – 258). Madrid. Consejo Superior de Investigaciones Científicas.

[3] COROMINAS,  Joan. 1983. Breve Diccionario Etimológico de la Lengua Castellana. Madrid. Editorial Gredos

© Ángel Coronado, 2014

 

Sinonimia
"VECERA"
Cayendo "PICES"
El sonido y el sentido. "CALLÍN"
Entre Almazán y Tajueco
El Corral
El libro de citas
"ALAR"
"CARACOLERA"
"TEDA"
El Diccionario
Lengua y Habla
Vocabulario de la MATANZA
Sobre la palabra "LUGAR" en el Quijote

 

 

 

FORMULARIO  esperamos vuestras Colaboraciones

© Aviso legal todos los textos de las secciones de Pueblos y Rutas, pertenecen a la obra general Paseando Soria de Isabel y Luisa Goig Soler y tienen su número de Registro General de la Propiedad Intelectual: 00/2003/9219.
Los trabajos originales de Etnología, Historia y Heráldica también están registrados por sus autores.
Así mismo los textos de los libros de las autoras están protegidos con su correspondiente ISBN

página principal soria-goig.com