FILOSOFÍA DE LAS PALABRAS
por Ángel Coronado

Lengua y Habla

 

 

Entre la cara y la cruz de una moneda se da una diferencia clara. Como se da entre bien y mal, o entre alto y bajo, gordo y flaco. También entre todo y nada.

Pero entre lengua y habla no. La diferencia será mayor, mayor si cabe, sin duda mayor pero no tan clara. Y además, para expresar esa diferencia necesitamos tanto de la lengua como del habla. Es como si para echar a suertes, a cara o cruz algo, necesitásemos para la cara un poco de la cruz, o para la cruz un poco de la cara. Es como si para darle vueltas a la tuerca de una llave inglesa necesitásemos usar esa llave inglesa, o como si quisiéramos ver, con nuestra retina (y si no a ver con qué), nuestra propia retina.

Esto es así, una complicación, un verdadero problema. Pero no tiremos la toalla. Tiempo habrá de tirarla, porque al final el habla se hace lengua como la nube se hace agua. Y las estaciones del tiempo se hacen una de otra. Hay una canción de Machado que dice algo así como que "la primavera ha llegado, nadie sabe qué ha pasado".

Y las del tren, sin moverte de tu asiento ni de tu ventana, pasan y pasan.

Entre lengua y habla, si me dan a elegir, me quedo con el habla. Con ella me llevo, con ella me cargan, como la carne que te vende cualquier carnicero, algo de sebo, algo de hueso, con el habla me llevo algo de lengua. Al habla se te pega siempre algo de lengua como a la carne siempre sebo.

En el otro extremo de la tabla la diferencia entre lengua y habla es cristalina, como el agua clara. O más. Habla es el grito, el rebuzno, el mirlo que canta. Es el insecto. Cada insecto a su manera zumba sus alas o mueve antenas y patas. Así habla.

Y la palabra nuestra, ¿es lengua? ¿es habla? ¿Qué cosa es?

Yo diría que la palabra nuestra quiere ser habla, pero no puede serlo sin rendirse ante la lengua. Ha de pagar un tributo y ese tributo es la gramática y la retórica y la fonética y la semántica. Y más cosas aún. Y se llena tanto y se harta de tantas cosas así que, a veces, quiere volver al origen incierto de donde mana. Cualquier poeta lo sabe. El poeta se acerca, de puntillas, al habla. Nunca llega.

Pero quien antes llega, porque acaso ya esté allí, es quien ríe, llora, grita. Del perro se dice que ladra y de la vaca que muge. Del pájaro que canta. El croar de las ranas. ¿Qué se dice del hombre, o se puede decir acaso (como se dice del pájaro y de la rana) cuando tan solo, como ellos, habla? Porque aún riendo, gritando, el hombre, cada uno lo hace a su son, como si algo a lo que llamaremos lengua se lo dictase. Así se debe reír, así llorar, así se grita, así se hace, muy bien, así se canta y así no. Así se nos dice. Todo eso nos dice la lengua y a todo eso nos sometemos.

Es curioso. El primer vagido del recién nacido, el humano que todavía no habla, es el único ser del que, como se dice de cualquier perro que ladra, se dice que...¿qué se dice? ¿se dice que "vaga"?

Más extraño: no existe, o al menos no lo conozco, el verbo derivado de la voz "vagido".

Sea ese verbo "vagar", andar por ahí perdido. Como si al hombre no conviniese marcar como se marca cualquier animal con el único resto de puro habla que todavía, de recién nacido, conserva. Pero por poco tiempo. A la vez que adquiere la capacidad de hablar lo hace ya con lengua, con "lengua de trapo" decimos. Abandona entonces el vagido y comienza también su particular "risa de trapo", su especial modo de gritar. Ya es presa, ya es preso de la lengua.

Una última observación: permítaseme rectificar. Ni lo primero que "vaga" el hombre al nacer ni lo último que "vague" al morir tiene verdadera sustancia. Lo mejor (¿mejor?) está en el centro, allí donde sin poder llegar buscamos lo que no existe, vagando vagabundos vagamundos entre un habla que no encontramos y una lengua que, ya hecha, nos buscaron, nos encontraron y, como si fuese un sombrero en la cabeza, una corbata en el cuello, nos pusieron.

¿Quién era yo, quién eras tú antes de que alguien te hubiese atado el cuello esa corbata y tocado la cabeza con ese sombrero? ¿Quién eres hoy con eso puesto?

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En mi pueblo se pone una zanahoria por nariz a los muñecos de nieve. Cuando la nieve regala y da con la zanahoria en el suelo, los pájaros la picotean y un burro se la come. En mi pueblo se dice que regala la nieve cuando se hace agua. En mi pueblo nieva y hace frío. En mi pueblo se habla. Y cuando nieva suenan de modo extraño las palabras. Quiero hablar de mi pueblo pero solo encuentro lengua con que hacerlo. Me sobra lengua. Me falta, ¿cómo es posible?, ¿me falta el habla?

En el diccionario de habla soriana de las hermanas Goig, Isabel y Luisa, se dice: "Regalar: Derretir. La nieve o un helado "se regala" (Maria Ángeles Gómez López)"

Eso es así, en mi pueblo se dice que regala la nieve cuando se hace agua. Pero no es eso. No es eso a lo que me refiero. En mi pueblo se derrite de una manera especial.

¿De una manera especial? Pues dinos de qué manera.

Eso hago. Lo estoy haciendo. Lo intento. En Soria "regalar" es "derretir". Como si la nieve fuese alguien. Claro, dicen los que quieren explicarlo todo. Yo también quiero explicarlo todo. Y oigo como dicen, claro, como hace tanto frío en Soria...

Me gustaría preguntar a un esquimal, a cualquier indito de la Patagonia. A cualquier vecino de Molina de Aragón para no irnos tan lejos. Me gustaría delimitar la frontera del país en que la nieve, dama dadivosa y blanca en todas partes, se ve gratificada de vuelta con esa voz de gracioso reconocimiento. Yo que la nieve, y en ese país, nevaría más y más hasta que de tanto nevar me dijesen basta.

© Ángel Coronado, 2013

 

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