Entre la cara y la cruz de una moneda se 
			da una diferencia clara. Como se da entre bien y mal, o entre alto y 
			bajo, gordo y flaco. También entre todo y nada. 
			
			Pero entre lengua y habla no. La 
			diferencia será mayor, mayor si cabe, sin duda mayor pero no tan 
			clara. Y además, para expresar esa diferencia necesitamos tanto de 
			la lengua como del habla. Es como si para echar a suertes, a cara o 
			cruz algo, necesitásemos para la cara un poco de la cruz, o para la 
			cruz un poco de la cara. Es como si para darle vueltas a la tuerca 
			de una llave inglesa necesitásemos usar esa llave inglesa, o como si 
			quisiéramos ver, con nuestra retina (y si no a ver con qué), nuestra 
			propia retina. 
			
			Esto es así, una complicación, un 
			verdadero problema. Pero no tiremos la toalla. Tiempo habrá de 
			tirarla, porque al final el habla se hace lengua como la nube se 
			hace agua. Y las estaciones del tiempo se hacen una de otra. Hay una 
			canción de Machado que dice algo así como que "la primavera ha 
			llegado, nadie sabe qué ha pasado". 
			
			Y las del tren, sin moverte de tu asiento 
			ni de tu ventana, pasan y pasan. 
			
			Entre lengua y habla, si me dan a elegir, 
			me quedo con el habla. Con ella me llevo, con ella me cargan, como 
			la carne que te vende cualquier carnicero, algo de sebo, algo de 
			hueso, con el habla me llevo algo de lengua. Al habla se te pega 
			siempre algo de lengua como a la carne siempre sebo. 
			
			En el otro extremo de la tabla la 
			diferencia entre lengua y habla es cristalina, como el agua clara. O 
			más. Habla es el grito, el rebuzno, el mirlo que canta. Es el 
			insecto. Cada insecto a su manera zumba sus alas o mueve antenas y 
			patas. Así habla. 
			
			Y la palabra nuestra, ¿es lengua? ¿es 
			habla? ¿Qué cosa es? 
			
			Yo diría que la palabra nuestra quiere 
			ser habla, pero no puede serlo sin rendirse ante la lengua. Ha de 
			pagar un tributo y ese tributo es la gramática y la retórica y la 
			fonética y la semántica. Y más cosas aún. Y se llena tanto y se 
			harta de tantas cosas así que, a veces, quiere volver al origen 
			incierto de donde mana. Cualquier poeta lo sabe. El poeta se acerca, 
			de puntillas, al habla. Nunca llega. 
			
			Pero quien antes llega, porque acaso ya 
			esté allí, es quien ríe, llora, grita. Del perro se dice que ladra y 
			de la vaca que muge. Del pájaro que canta. El croar de las ranas. 
			¿Qué se dice del hombre, o se puede decir acaso (como se dice del 
			pájaro y de la rana) cuando tan solo, como ellos, habla? Porque aún 
			riendo, gritando, el hombre, cada uno lo hace a su son, como si algo 
			a lo que llamaremos lengua se lo dictase. Así se debe reír, así 
			llorar, así se grita, así se hace, muy bien, así se canta y así no. 
			Así se nos dice. Todo eso nos dice la lengua y a todo eso nos 
			sometemos. 
			
			Es curioso. El primer vagido del recién 
			nacido, el humano que todavía no habla, es el único ser del que, 
			como se dice de cualquier perro que ladra, se dice que...¿qué se 
			dice? ¿se dice que "vaga"? 
			
			Más extraño: no existe, o al menos no lo 
			conozco, el verbo derivado de la voz "vagido". 
			
			Sea ese verbo "vagar", andar por ahí 
			perdido. Como si al hombre no conviniese marcar como se marca 
			cualquier animal con el único resto de puro habla que todavía, de 
			recién nacido, conserva. Pero por poco tiempo. A la vez que adquiere 
			la capacidad de hablar lo hace ya con lengua, con "lengua de trapo" 
			decimos. Abandona entonces el vagido y comienza también su 
			particular "risa de trapo", su especial modo de gritar. Ya es presa, 
			ya es preso de la lengua. 
			
			Una última observación: permítaseme 
			rectificar. Ni lo primero que "vaga" el hombre al nacer ni lo último 
			que "vague" al morir tiene verdadera sustancia. Lo mejor (¿mejor?) 
			está en el centro, allí donde sin poder llegar buscamos lo que no 
			existe, vagando vagabundos vagamundos entre un habla que no 
			encontramos y una lengua que, ya hecha, nos buscaron, nos 
			encontraron y, como si fuese un sombrero en la cabeza, una corbata 
			en el cuello, nos pusieron. 
			
			¿Quién era yo, quién eras tú antes de que 
			alguien te hubiese atado el cuello esa corbata y tocado la cabeza 
			con ese sombrero? ¿Quién eres hoy con eso puesto? 
			
      
    
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			En mi pueblo se pone una zanahoria por 
			nariz a los muñecos de nieve. Cuando la nieve regala y da con la 
			zanahoria en el suelo, los pájaros la picotean y un burro se la 
			come. En mi pueblo se dice que regala la nieve cuando se hace agua. 
			En mi pueblo nieva y hace frío. En mi pueblo se habla. Y cuando 
			nieva suenan de modo extraño las palabras. Quiero hablar de mi 
			pueblo pero solo encuentro lengua con que hacerlo. Me sobra lengua. 
			Me falta, ¿cómo es posible?, ¿me falta el habla? 
			
			En el diccionario de habla soriana de las 
			hermanas Goig, Isabel y Luisa, se dice: "Regalar: Derretir. La 
			nieve o un helado "se regala" (Maria Ángeles Gómez López)"