Soria Siglo XX

Soria de Ayer y Hoy (13)

© Joaquín Alcalde

El Palacio de Comunicaciones

La prueba de la autoridad

El Vía Crucis del camino de San Saturio

El Palacio de Comunicaciones

Del edificio de Correos se habló lo suyo hace unos años, y no precisamente por asuntos relacionados con la actividad que se desarrolla en él. Era, y fue inevitable hacerlo, en lo que le afectaban, que fue mucho, las obras del parquin del Espolón pero sobre todo en cuanto a la solución que se dio a algunos aspectos del conocido en tiempos, y hasta no hace tanto, como paseo de invierno, por otra parte, una de las actuaciones más demandadas por la sociedad soriana de comienzos de los cuarenta, que al final pudo convertirse en realidad. Esta última con algún que otro quebradero de cabeza, fue una más de las muchas intervenciones de mayor o menor calado que se han llevado a cabo en diferentes épocas en el hoy tan céntrico espacio, hasta no hace muchas décadas en las afueras de la ciudad. Porque, en efecto, el edificio de Correos y Telégrafos marcaba de hecho junto con el Museo Numantino el final de aquel núcleo urbano que siendo generosos se prolongaba hasta el comienzo de la entonces carretera de Valladolid (el pomposo nombre de avenida lo tomó después) de imprevisible futuro entonces en cuanto a su desarrollo urbano que devino, sobre todo en el primer tramo, hasta la estación de autobuses, que ha resultado, sin duda, uno de los mayores despropósitos acometidos en la ciudad en las últimas décadas y eso que se estaba todavía a tiempo de evitar semejante desaguisado. Pero, en fin, esta es otra historia que quizá haya que retomar en el futuro. Como su particular historia, y bien larga por cierto, tiene la que en un primer momento se dio en llamar Casa de Correos y Telégrafos o Palacio de Comunicaciones, nombres ambos manejados indistintamente en la época. Porque, en efecto, si bien es cierto que los servicios postales y telegráficos comenzaron a funcionar en las nuevas instalaciones en el verano de 1933, la realidad es que ya a comienzos del siglo XX las autoridades locales estaban dándole vueltas a un asunto que les preocupaba.

Las oficinas de Correos y Telégrafos se encontraban instaladas en precario reaprovechando viejos caserones primero en la plaza de Teatinos (hoy Bernardo Robles, mejor de Abastos, nombre más popular y conocido que nos lleva directamente a ella), en una ubicación, por cierto muy criticada por los ciudadanos porque suponía una serie de dificultades y peligros para el tránsito público, según recoge la profesora Montserrat Carrasco en su obra “Arquitectura y urbanismo en la ciudad de Soria. 1876-1936”, y más tarde en la plaza de la Leña (ahora de Ramón y Cajal). De modo que se estuvieron manejando diversos emplazamientos, entre ellos el de los terrenos resultantes del derruido palacio Marqués de la Vilueña –en la plaza de Mariano Granados-, en los que se hizo especial hincapié pero de los que al final no quedó más remedio que desistir. Se comenzó a hablar del paseo del Espolón y tampoco gustó a los vecinos, que preferían la céntrica plaza de San Esteban por considerarla un lugar más a mano y cómodo para el público. Otra de las soluciones manejadas fue la del Palacio de Alcántara, –que en aquella época se encontraba en estado ruinoso-, en la calle Caballeros (frente a la plaza del Olivo), donde estuvieron el mítico y hace años desaparecido bar España y la imprenta de la Casa de Observación de Menores, en la que se editaba el periódico Campo Soriano. La propuesta, por circunstancias que no vienen al caso, quedó en agua de borrajas. De modo que no hubo más remedio que tirar por la calle de en medio. Y como solución se adoptó la de acondicionar algunas de las dependencias del palacio de los Condes de Gómara, que se recibió a regañadientes porque en realidad por lo que se estaba peleando era por la construcción de un edificio funcional, que se diría hoy, de nueva planta. Con las mismas, el ayuntamiento volvió a ofrecer una vez más el solar del paseo del Espolón, contiguo al Museo Numantino. Y esta vez sí, el proyecto salió adelante. En el mes de febrero de 1927 se hacía ofrecimiento del solar. El anuncio de licitación de las obras tenía lugar dos años más tarde a partir del proyecto redactado por los arquitectos Joaquín Otamendi (un personaje interesante del que habrá que escribir algún día con mayor amplitud) y Luis Lozano. En el mes de diciembre de 1930 se procedía a la recepción provisional del edificio “cuya construcción ha durado unos 18 meses y ha costado al Estado unas 400.000 pesetas”, señaló el periódico El Porvenir Castellano que, a mayor abundamiento, añadía en la información que “en la nueva Casa de Correos se han invertido diecisiete vagones de cemento y ochenta toneladas de hierro”. Y en los últimos días del mes de enero de 1932 tuvo lugar la recepción definitiva del Palacio de Comunicaciones. Un acto de suyo rutinario revestido, sin embargo, de una especial solemnidad –la ocasión, sin duda, lo merecía- al que asistieron el Gobernador Civil de la provincia, el Secretario del Gobierno Civil, el Delegado de Hacienda, el Abogado del Estado, el Ingeniero de Obras Públicas, el Arquitecto Municipal, el Jefe del Centro Telegráfico, el Administrador de Correos, el Arquitecto de la Dirección General de Comunicaciones, el Arquitecto del Palacio de Comunicaciones, concejales del ayuntamiento de Soria, el contratista de las obras y representantes de la prensa soriana; todos ellos recorrieron las dependencias “perfectamente amuebladas”, recogió la información del periódico.

© Joaquín Alcalde, invierno 2023

 

La prueba de la autoridad

El día grande de las fiestas de San Juan o de la Madre de Dios, como se conocían también en tiempos en la calle, es el Domingo de Calderas. El que “tiene el sol más destellos y a su luz nuestra Alameda muestra toda la hermosura de una inmensa rosaleda”, al decir del letrista de las sanjuaneras Jesús Hernández de la Iglesia. Es el día en que la capital abre sus puertas de par en par a quienes quieren compartir con sus vecinos efeméride tan señalada y está más concurrida que nunca. Es Domingo de Calderas. Un día singularmente especial que conduce irremediablemente a los sorianos –por más que nos resistamos- al final de unas celebraciones ancestrales vividas siempre con intensidad, sin importar demasiado lo que pueda decir el carné de identidad de cada uno de los moradores de esta tierra, porque cada cual las vive según quiere, o mejor, según puede.

La palabra séquito, comitiva, cortejo o cualquiera de las otras acepciones que recoge el diccionario de la Real Academia de la Lengua, incluida la de comparsa que puede resultar más vulgar, se pierde en lo más remoto del tiempo.

Séquitos, comitivas, cortejos o como quiera que se les llame, siempre han existido, existen y seguirán existiendo mientras no falten sobre todo en el ámbito de la política quienes de ella hagan su profesión y su medio de vida, por más que las tendencias y los modos de organización de convivencia de la sociedad vayan por senderos diferentes. A estos efectos da lo mismo. No importa quien mande o gobierne. Hay tantos séquitos, comitivas o vaya usted a saber qué, que no vale la pena detenerse en este tipo de disquisiciones. Comitiva real, cortejo fúnebre, comparsa (la más común es la de los gigantes y cabezudos en las fiestas mayores, aunque también reciba idéntica denominación el grupo amorfo que integran quienes sencillamente van de relleno, para hacer bulto, vamos)... La lista sería demasiado larga y se corre el riesgo de dejarla incompleta en el supuesto dado de que se intentara confeccionar una.

En Soria, al margen de las de políticos que son las más habituales y proliferan cada día más sobre todo cuando se barrunta la presencia del que o la que manda, la comitiva oficial por excelencia, bien conocida por todos, es la del Domingo de Calderas para asistir a la conocida en lenguaje sanjuanero como “prueba de la autoridad”, una de las reminiscencias del pasado que acaso habría que plantearse revisar.

La comitiva del Domingo de Calderas, es decir, la que con puntualidad exquisita se configura la mañana de este día, o lo que es lo mismo la de la prueba de la autoridad, es única. Quienes conocen bien y han vivido las fiestas de San Juan y su “día de más esplendor” según el cancionero, tantas veces como años han cumplido, y ya hace bastantes de la adolescencia, tienen grabada en la retina del recuerdo, cual si fuera con marca indeleble, la imagen nítida y para nada deformada, al contrario, por el paso del tiempo, de aquel séquito interminable encabezado por los prebostes que mandaban en los años de plenitud del Régimen del General Franco, con el Gobernador Civil y Jefe Provincial del Movimiento de turno como figura angular de la celebración, a la que se unían los tiralevitas y pelotilleros de turno, amén de algún que otro caradura, que configuraban la comitiva oficial que se organizaba al efecto, contestada ya entonces no en los medios -pobre del que tuviera semejante ocurrencia-, aunque sí en el sentir popular que cada año asistía sin decir ni pío a semejante parafernalia, porque de lo contrario quedaba marcado para la posteridad.

Con la excusa de unas Ordenanzas Municipales caducas –las actuales tampoco es que sirvan para mucho-, el poncio de turno vestido con aquel uniforme propio del cargo rancio por ostentoso y repujado de condecoraciones que malamente le cabían en la ancha solapa no se perdía ni de coña la ocasión. Y tras él, una colección interminable de individuos que casi siempre con la menor o nula excusa se incorporaban a la comitiva. No se les conocía más mérito que el de no perder comba para salir en la foto que se dice ahora. Porque maldito lo que representaban y la falta que allí hacían.

La escena, a fuerza de repetirse cada año, terminó por hacerse diríase que familiar. Vamos que pasó a formar parte del decorado festivo. De tal manera que cuando desaparecida la figura del gerifalte alrededor del cual giraba el acontecer diario de la vida cotidiana y como consecuencia dejó de encabezar la comitiva oficial cada Domingo de Calderas, se advirtió que aquello ya no era lo mismo. Aunque todo hay que decirlo, no fue necesario que tuviera que pasar mucho tiempo para que la circunstancia pudiera ser superada sin mayor trauma. No obstante, no dejó de ser un espejismo. Porque al socaire de las antañonas y manidas Ordenanzas Municipales, actualizadas hace unos años, no sin autobombo y sin saberse en realidad con qué utilidad práctica porque la realidad dice que el desarrollo de los festejos camina por senderos diferentes, surgió sin solución de continuidad la actual comitiva oficial que, con la misma puntualidad y rigor si se quiere, se forma cada Domingo de Calderas para asistir a la dichosa prueba de la autoridad –ahora le llaman “de Calderas”-, que continúa celebrándose con idéntico ritual o, cuando menos, muy parecido al de antaño. Por razones obvias del discurrir de la vida, no están algunos de los de entonces. Otros, los más jóvenes de la época, eso sí reconvertidos a la causa actual en un ejercicio de asombroso travestismo, continúan arrimándose al séquito, amén de algún que otro redentor de nuevo cuño que, como entonces, no se sabe qué coño pinta en la ceremonia. No está el jefe supremo, lógicamente. Pero sí los habituales, los de siempre, que en cierto modo y con la perspectiva del paso del tiempo, en la práctica vienen a representar exactamente lo mismo.

Pues bien, semejante comitiva recorría y probaba todas y cada una de las calderas, que eran trece pues a las de las doce cuadrillas había que añadir la conocida como de los pobres que costeaba el ayuntamiento, en la que el séquito se detenía especialmente, y cuyo verdadero sentido no era otro que el de hacer partícipes de la fiesta a quienes no tenían medios económicos suficientes para celebrarla, es decir, a los que el consistorio consideraba legalmente pobres.

La llamada caldera de los pobres desfilaba la última llevándola unas veces algunas de las cuadrillas de mozos de entonces (las peñas que conocemos no habían hecho todavía su aparición) y otras, mujeres de la Sección Femenina ataviadas con al traje regional; desfilaba la última.

Entonces la composición de las calderas de las cuadrillas se ajustaba a la más pura ortodoxia, al contrario de lo que sucede ahora en que la ostentación es lo que predomina en detrimento de los viejos usos, en tanto que la caldera de los pobres, por el simbolismo que entrañaba, procuraba combinar la costumbre tradicional con las verdaderas necesidades de sus destinatarios, alrededor de setecientos en aquellos años de penuria. Paella –otras veces arroz con jamón-, chorizo, guisantes, pimientos, congrio, huevo cocido, un trozo de carne de toro y cordero con patatas, además de una ración de pan solía ser el menú que se encargaban de repartir las mismas mujeres de la Sección Femenina que la habían transportado desde la Plaza Mayor.

Hace muchos años que el ayuntamiento dejó de presentar la caldera de los pobres, sustituyéndola por algún otro tipo de ayuda a los más necesitados, que resulta más práctico y menos engorroso pero, sobre todo, menos humillante para quienes la recibían, y más tratándose del día grande de unas fiestas de las que siempre se dijo que las diferencias sociales no caben en ellas. Pero la comitiva pervive y parece que sigue gozando de buena salud.

© Joaquín Alcalde, verano 2023

 

El Vía Crucis del camino de San Saturio

La aparición de las cofradías penitenciales al final de los años cuarenta y comienzo de los cincuenta y la implantación del nuevo orden litúrgico en 1956 provocaron una profunda reestructuración de la Semana Santa soriana. En este contexto, y por resumir, quizá no falte quien pueda interpretar que la construcción del Vía Crucis a la Ermita de San Saturio fue uno de los primeros movimientos innovadores de la época y lo asocie a una de las cofradías penitenciales, pues ciertamente la del Ecce-Homo lleva a cabo este piadoso ejercicio que hace ya tiempo cruzó la frontera de lo habitual para formar parte de la tradición y de la historia de las celebraciones de la tarde-noche del Miércoles Santo, aunque en sus inicios no fuera precisamente este día cuando se celebraba, sino el lunes.

En cualquier caso, la realidad del Vía Crucis a la Ermita de San Saturio es bien distinta. Lo dijo el Abad Santiago Gómez Santa Cruz en una especie de llamamiento a los sorianos fechado el 9 de noviembre de 1947 cuando en una nota oficial anunció que “un soriano piadosamente devoto de San Saturio y que desea ser ignorado, ha enviado al M. I. (Muy Ilustre) Sr. Abad de la Colegiata una limosna de 5.000 pesetas para que este último señor las emplee a su voluntad, en lo que juzgue más conveniente para dar mayor culto a nuestro Santo Patrono”. Y abundando en ello argumentaba que el Abad oídos los pareceres del Cabildo y del Ayuntamiento, de acuerdo con ambas Corporaciones, había determinado en principio “erigir un serio, devoto y, en lo posible artístico Vía Crucis”, cuya primera Estación se colocaría en el camino de la ciudad a la ermita, en el punto donde empieza el murallón, pasada la presa de la fábrica de harinas, y la última al terminar la escalera de subida a la ermita, frente a la puerta alta de la misma.

Pero no se quedaba ahí porque “el deseo de que la obra sea digna de la devoción de Soria a su Santo, y considerando que acaso con las 5.000 pesetas solas no pueda serlo, motiva el que el Sr. Abad haga público el presente proyecto por si algún devoto del Santo quiere contribuir a su ejecución, bien ofrendando alguna cantidad en metálico, bien costeando alguna Estación, pero sujetándose en último caso al proyecto que se elige”, de tal manera que una vez conocido y aceptado el proyecto y el coste de su ejecución, no se recibirá cantidad alguna que exceda de la existente, para lo cual se haría pública la liquidación de todo lo recibido, pagado o a pagar.

No obstante, añadía, “si no hubiese ofrecimientos que hiciesen posible la instalación del Vía Crucis, en la forma dicha de austeridad y dignidad debidas a la piadosísima devoción a nuestro Santo y a Soria, se devolverán las cantidades recibidas, excepto las 5.000 pesetas que serán destinadas y empleadas en conformidad con las instrucciones del generoso donante”, para terminar indicando que “los ofrecimientos y donativos los recibirá el Sr. Abad, el Cabildo o el Ayuntamiento a discreción del devoto, quien recibirá justificante de su donación”.

El llamamiento del Abad encontró eco de inmediato en el periódico Campo, que en el número siguiente, el del jueves 13 de noviembre de 1947, publicaba un breve comentario de la redacción, a modo de arenga, tomando postura clara en favor del proyecto, en el que textualmente decía: “Si digna de imitación y merecedora de aplauso es la donación que se ha hecho para contribuir al mayor culto de nuestro Santo Patrono, no lo es menos la idea de levantar un Vía Crucis en el bellísimo camino de San Saturio.

Parece que al correr de los tiempos se agiganta hacia el Santo Anacoreta la devoción de todos los sorianos. Y este acrecentamiento se manifiesta en lo que a pesar de ser idea confiamos que pronto será magnífica realidad.

Porque no ha de caer en el vacío la llamada que hace a todos los sorianos nuestro venerable y queridísimo señor Abad.

¡Hay que levantar el Vía Crucis en el camino de San Saturio!.

Para eso somos sorianos, por eso nos llamamos católicos. Para demostrarlo con obras.

Cuanto más honremos a nuestro Santo, más él nos podrá favorecer.

Cuanto más honremos a la Cruz, mayor fortaleza tendremos para derrotar a nuestros enemigos.

¡Sorianos!. Que nuestra generosidad forme pareja con nuestra devoción. Todo en honor del bendito Anacoreta”.

La iniciativa no tenía vuelta atrás y enseguida comenzaron a llegar las aportaciones, de tal manera que a los pocos días de iniciado el mes de enero de 1948 el Abad Gómez Santa Cruz hacía pública una nueva nota para dar cuenta de los primeros donativos recibidos, de las gestiones realizadas y de las características del proyecto. Empezaba señalando los ofrecimientos habidos para erigirlo hasta la fecha (10 de enero) y que “el presupuesto y el proyecto encargados al arquitecto Luis Jiménez [Fernández], quien dirigirá las obras hasta su terminación, importa 7.019 pesetas, no incluyendo cantidad alguna por honorarios a dicho señor quien, como soriano y devoto del Santo, se da por bien pagado y honrado al poder contribuir de este modo a la obra. Y siendo la cantidad ofrecida 6.625, y por haberse comprometido un señor sacerdote a cooperar con la cantidad necesaria para suplir la diferencia, 394, en el momento que el tiempo lo permita se empezarán las obras necesarias, una vez que don José María Fresneda ha ofrecido generosamente el terreno sin remuneración, pero sin que ello implique otra servidumbre para su finca que el que puedan erigirse las cruces en ella. Esta generosidad del señor Fresneda, la gentileza del señor Arquitecto, la piedad y desprendimiento de las personas que han aportado las cantidades antes dichas, permiten la pronta realización de proyecto tan anhelado por todos cuantos sorianos son fervorosos devotos del Crucificado y del Santo”.

En cualquier caso, el prelado no ocultaba su lamentación porque “no responde, en todo, el proyecto a las esperanzas que en él habían cifrado, pero el sitio donde han de colocarse las cruces de las catorce Estaciones, en la ladera, de la izquierda del camino, la sierra de fondo y los riscos que le dan áspero y grandioso aspecto, harán que no resulte pobre hasta el extremo de resultar menos digno. Por otra parte –añadía- el proyecto es susceptible de mejoras aun empezado, porque fácilmente y con poco gasto, las peanas de las cruces, en vez de uno podrán tener dos escalones, lo cual daría mayor esbeltez y grandeza; esto y cuanto pueda mejorarse queda a la consideración de los sorianos”. Y concluía mostrando “a todos mi gratitud, a los que hasta ahora con sus aportaciones han hecho factible el proyecto, extensiva a cuantos desean aunque sus posibilidades económicas no les permita contribuir, y de modo especial al Excmo. Ayuntamiento, al periódico Campo, al Cabildo colegial y a la Cofradía de San Saturio, donde siempre ha encontrado la cooperación solicitada”.

Como complemento o anejo de lo anteriormente transcrito, el Abad Santiago Gómez Santa Cruz hizo pública una nota informando de las particularidades de la construcción en la que señalaba que ”el proyecto ha sido planeado por el arquitecto soriano don Luis Jiménez [Fernández], habiéndose adoptado el emplazamiento a la izquierda del camino, ofreciendo como fondo el austero paisaje de la montaña tan en consonancia con la devoción a la Cruz. Las estaciones, según el proyecto, llevarán cimentación de hormigón en masa, coronada, en su enrase con el terreno, con una base de piedra labrada de formas completamente geométricas, y sobre ella la sencilla Cruz de madera, en la cual no se proyecta más decoración que la derivada del rebaje interior para los números. La Cruz será pintada al óleo, de un color oscuro, resaltando el número de la estación que irá en blanco. La primera Cruz quedará enclavada más allá de la entrada del llamado barranco grande, y la XIV, en el segundo quiebro de la escalera de acceso a la ermita, dando frente al tramo de la misma escalera”.

Conocido y madurado el proyecto continuaron recibiéndose nuevas aportaciones. Buena prueba de ello es que en el número correspondiente al sábado 27 de marzo de 1948 el trisemanario Campo se hacía eco de una nueva información según la cual el Abad había entregado al Ayuntamiento la cantidad de 8.025 pesetas que, devotos del Santo, le habían entregado para construir el Vía Crucis, que se había decidido levantar en el camino de la Ermita, empezando en el muro de contención para terminar en la puerta alta del Santuario. El importe “para tan piadoso fin [lo había recibido de] los siguientes devotos del Santo: Un devoto anónimo, 5.000 pesetas; don Joaquín Iglesias, 500; don Anastasio Sánchez, 25; doña Milagros Cabrerizo, 100; don Pablo Carretero y su esposa doña Emerenciana Sainz, 1.000; una soriana, 50; don Jesús Borque Guillén, 50; don Joaquín Iglesias Jiménez, 500; doña María Ramos de Ramón, 500; y un Sr. Sacerdote de la capital, 500”.

JUNTA REALIZADORA DEL PROYECTO

Al mismo tiempo se daba a conocer la composición de la Junta realizadora del proyecto de la que formaban parte por el Cabildo Colegial, el Abad y el Capitular Capellán de San Saturio; por el Ayuntamiento, los concejales Jesús Martínez Borque y Julio Royo; y por la Cofradía de San Saturio, Bonifacio Díez. Y argumentaba que con las 8.025 pesetas recaudadas podría ejecutarse el proyecto del. Arquitecto y enriquecer las peanas de piedra sobre las que habían de alzar las cruces de madera “del tamaño de la que llevó el Señor al Calvario” consciente de que no serán tan elegantes las peanas como sería de desear, si no hay nuevos donativos, pero no desdecirán de la grandeza y devoción de los pasos de la Pasión y el proyecto podrá mejorarse lo que se desee, si algún otro soriano se siente dispuesto a contribuir y sus posibilidades se lo permiten, por lo que pueden entregar sus donativos en el Ayuntamiento o a cualquiera de los Vocales que integran la Junta, quienes las ingresarán en el Ayuntamiento para enriquecer el proyecto que en todo caso empezaría muy pronto a ejecutarse. Al tiempo que hacía público el concurso de ejecución de la obra de manera que los posibles interesados en la construcción de las cruces o de los basamentos pudieran indicar a la Junta, al Abad o a otro cualquiera de los vocales, las condiciones en que se obligarían a hacerlos, abundando en que las cruces deberán serán de madera de enebro o de pino, sin posibilidad de hacerlas de piedra porque “dada la grandeza del paraje, para que resultaran sólidas y artísticas” no habrían de costar las 16 menos de 80.000 pesetas y “no es lógico pensar, dada la cuantía, que pueda alcanzarse en donativos”. En todo caso –concluía- los Cabildos Colegial y Municipal y la Cofradía de San Saturio dejaban patente su agradecimiento a los que hasta ese momento y en lo sucesivo contribuyan con sus donativos, como “también a todos los sorianos y devotos del Santo que ven con simpatía el proyecto”.

Qué duda cabe que la nota anterior del Abad reactivó la conciencia de los sorianos. Así se explica que unas semanas después se publicara una segunda relación –muy breve, por cierto- dando cuenta de los donativos entregados en la Depositaría del Ayuntamiento de la ciudad por “D. Mariano Sotillos, 25 pesetas; don Juan del Álamo, 30; D. Benito del Riego, 50, [y] D. Tomás Brieva, 250. Total, 355”, y que “Un soriano” anónimo enviase una nota al periódico Campo –muy comprometido en la campaña, como hemos visto- a la que el trisemanario otorgó un especial relieve informativo en su número del sábado 8 de mayo de 1948. Porque, en efecto, recuadrada, y con el título “SORIANOS: Una limosna generosa para el Vía Crucis del Camino de San Saturio”, insertó el texto siguiente: “El Vía Crucis puede ser de construcción muy modesta: unas sencillas cruces sobre humilde pedestal de piedra. Pero si los sorianos de verdad, los que queremos con hondo y sincero cariño a ese hermoso y entrañable camino, los que aprendimos a andarlo de la mano de nuestra madre y por él llevamos a nuestros hijos para que lo aprendan a andar; si los que caminamos por él porque nuestro corazón nos lleva hacia el Santo con alma colmada de inquietudes, tristezas o alegrías; si todos los sorianos lo queremos y debemos quererlo. El “Vía Crucis” será como lo pide nuestro deseo y la grandeza silente del paisaje, será la roca viva de la mejor cantera, como la inquebrantable fe de los sorianos hacia su glorioso Patrono San Saturio”.

La respuesta a la reflexión de este soriano anónimo no se hizo esperar pues de inmediato el Abad Gómez Santa Cruz, especialmente activo en este asunto, comparecía en el mismo periódico para señalar que el escrito “revela un buen deseo y un entusiasmo plausible por cuanto sea honrar al Santo Patrono y hermosear su ermita, pero no expresa el sentir de la comisión encargada de erigir el Vía Crucis, el cual puede ser menos rico por el material de madera en vez de piedra pero que nunca resultaría tan impresionante como siendo las cruces idénticas a la que llevó el Señor y no fue de piedra. Por otra parte –añadía- el presupuesto para hacerlo como está proyectado, costará 12.000 pesetas; los fieles han aportado, entre donativos reales y ofrecimientos, unas 10.000, y la obra está en marcha, contratados los materiales y la colocación; pero la comisión ni puede ni quiere ser obstáculo para que los entusiastas de la obra intenten llevar a feliz término un grandioso proyecto para el que nunca será dificultad la realización del proyectado, que, entiendo, que en la actualidad no puede ser mejorado. Y si las aportaciones de los fieles exceden del coste del Vía Crucis, es propósito de la comisión emplear las necesarias en arreglar y dejar la escalera exterior de la ermita de modo que no desdiga, como ahora desdice, del interés de los sorianos por la iglesia de su Santo. La comisión hará pública la relación de los donativos recibidos y de la justificación de su empleo”, concluía.

Entre tanto, continuaba el goteo de nuevas aportaciones con la consiguiente publicidad en el único medio que aparecía en la capital, y así al finalizar el mes de julio de 1948 se difundía un segundo listado de los donativos recibidos en el Casa Consistorial, al tiempo que recordaba que la suscripción para la construcción del Vía Crucis continuaba abierta. Los nuevos donantes eran los siguientes: ”Una familia devota del Santo, 60 pesetas; D. Félix del Río Benito, 50; una devota de San Saturio, 50; D. Pedro Beltrán, 50; D. Santiago Gallego, 15; cofradía la Sacramental y del Santo Entierro, 25; D. Aurelio Labanda, 50; D. Laurentino Barrios, 25; una familia devota del Santo, 50; D. Eduardo Peña, 50; D. Ángel Martínez Borque, 100; D. Jesús Urrutia Castillo, 50; una soriana devota, 25; otra soriana devota, 10; D. Gregorio Jiménez, 100; D. Alberto Perlado, 25 [y] don Félix García, 50”.

Apenas un par de semanas después –el 14 de agosto- otra relación más de donativos recibidos salía a la luz pública: “Cofradía de San Saturio, 2.000 pesetas; Srtas. Escudero, 25; Elvira Hernández Herrero, 25; doña Julia Esteban, viuda de Tovar, 25; doña Rosalía Hernando Jiménez, 10, [y] unas devotas del Santo, 50”. Y volvía a recordarse, una vez más, que continuaba abierta la suscripción.

Por fin, el 5 de septiembre de 1948, el Abad Santiago Gómez Santa Cruz, en nombre de la Comisión Ejecutiva, anunciaba que terminadas las obras y colocadas ya las cruces sólo se espera la autorización del señor Obispo para poder bendecirlo y quedar erigido canónicamente, si bien aprovechaba el momento para hacer otro tipo de consideraciones y señalar que “la espontaneidad y generosidad con que los sorianos han contribuido a la realización de obra tan devota como deseada, nunca la ponderaremos como se merece. A todos estamos obligados y muy agradecidos y de modo especial a Campo por su desinteresada y eficaz cooperación”.

En otro apartado señalaba que “la cantidad total ofrecida, sin que a persona o entidad alguna se le haya pedido ha sido aproximadamente 12.000 pesetas, con las que se han costeado todas las obras necesarias y es posible que quede algún sobrante que interpretando la voluntad de los donantes, el Cabildo, el Ayuntamiento y la Cofradía destinarán a alguna cosa que redunde en honor y devoción a nuestro Santo, bien reparando algún desperfecto en sus capillas de la Ermita y de la Colegiata adquiriendo algún objeto para enriquecerlas, como podrían ser la colección de vidrieras artísticas en sustitución de las demasiado pobres que actualmente cierran los preciosos ventanales románicos de la capilla del Santo de la Colegiata; enriquecer el devotísimo oratorio erigido por nuestro glorioso Patrón en honor de San Miguel en la Ermita, con lámparas, imágenes, bancos y reclinatorios, o con alguna otra cosa que los devotos sugieran como más preferible, habiendo de advertir que ni éstas ni otras adquisiciones, han de instalarse sin que antes los absolutamente voluntarios ofrecimientos de los devotos, permitan tenerlas como posibles”.

La nota informativa continuaba subrayando que obtenida la autorización de. Prelado para bendecirlo, el acto tendría lugar antes del día en que comienza la novena y en él se rezará, por vez primera, “el devotísimo ejercicio” asistiendo el Ayuntamiento, el Cabildo, la Junta Directiva de la Cofradía y cuantos devotos “de la Pasión del Señor y de su fidelísimo siervo San Saturio deseen asistir”, para finalmente dejar constancia de que oportunamente se anunciaría el día, la hora y el ceremonial, como también se especificarían las facturas de cuantos pagos se habían hecho, justificando el empleo del total de las cantidades entregadas por los fieles.

BENDICIÓN DEL VÍA CRUCIS

El viernes 17 de septiembre de 1948 tenía lugar finalmente la bendición del Vía Crucis. Fue un acontecimiento en la Soria de la época, cuyo desarrollo se preparó con el boato que se llevaba. Y como no podía ser de otro modo, tuvo un amplio eco en el periódico Campo, que como hemos visto con reiteración había apoyado decididamente la iniciativa, facilitando la víspera una pormenorizada información, si es que no un llamamiento en toda regla, del siguiente tenor: “Prescribe la legislación eclesiástica para la erección canónica, de modo que al practicar el Ejercicio se ganen las extraordinarias y muy numerosas indulgencias a él anejas (a), la licencia por escrito del Excmo. y Rvdmo. Ordinario de la Diócesis; (b) el consentimiento del párroco; (c) el del Superior del Convento de los Hermanos Menores, licencias o consentimientos que no tienen validez si no se hacen constar en documento escrito; (d) catorce cruces que han de ser hechas precisamente de madera y bien visibles y que entre una y otra de las Estaciones medie alguna distancia; cumplidos todos estos requisitos puede procederse a la bendición y el Cabildo Colegial, la Cofradía y el Ayuntamiento de la ciudad han dispuesto que tenga lugar mañana [17 de septiembre de 1948], viernes, fiesta de la Impresión de las Llagas del Seráfico Padre San Francisco, y fecha casi si olvidada, si como son los deseos de todos, el Vía Crucis ha de estar erigido antes del día 24, en el que empieza la solemne Novena a Nuestro Santo San Saturio.

El ceremonial de la bendición será el que sigue: A las cinco y cuarto de la tarde, y en punto, se encontrarán revestidos como dispone el Ritual, el sacerdote que haga la bendición y el que le ayude en el lugar del camino donde se ha levantado la Cruz de la primera estación, y, arrodillados, el oficiante entonará el “Veni Creator” y lo continuarán los fieles hasta terminarlo con las oraciones prescritas. Inmediatamente se bendecirán con la primera todas las demás cruces y recitados los himnos “Vexila, Regis y Stabat Mater” empezará la “representación ordenada, devota y amorosa de aquel viaje penosísimo que, por nosotros, hizo nuestro Redentor hasta la cima del Calvario”, que terminará rezada la catorce Estación situada inmediatamente y frente a la entrada de la Ermita, en la cual ante la imagen y las reliquias del benditísimo San Saturio, constante y eficaz protector de todos los sorianos, se entonará un Te Deum en acción de gracias, pues a San Saturio principalmente se debe el Vía Crucis, ante el cual muchos, muchísimos fieles, cuantos mediten la dolorosísima Pasión de Nuestro Señor Jesucristo, han de alcanzar gracias para evitar los pecados, santificar su vida y con santa muerte alcanzar la gloria.

Los Cabildos y las Cofradías han dispuesto no invitar individualmente ni a entidades ni a personas. Entienden que la religión y la práctica de sus deberes se hacen por propia, espontánea y libre voluntad, y tienen muy poco o ningún valor ante Dios y los hombres, cuando de esta forma no se realizan. Tienen por lo tanto la palabra todos los fieles de Soria, pero a Cabildos y Cofradía les consta que tienen arraigadísima en su alma la virtud de la fe y la devoción a San Saturio y están seguros de que el acto de la bendición del Vía Crucis ha de resultar por la concurrencia muy numerosa, de los fieles, más solemne.

Y no teman que dure mucho; todo puede, debe y ha de procurarse, que quede terminado antes de las seis y media.

Los organizadores saben que de terminarse más tarde se dificultaría a los devotos de San Francisco asistir a la novena que en su honor celebran los Padres Franciscanos, que todas las tardes llenan su hermosa y capaz iglesia y que en modo alguno dejarían de asistir la tarde del día en que se celebra la fiesta de la Impresión de las Llagas a su Patrón Seráfico.

Ambos actos, la bendición del Vía Crucis y el ejercicio de la Novena serán muy compatibles para cuantos devotos a ellos deseen asistir”.

Pues bien, la bendición del Vía Crucis en el camino de la ermita de San Saturio se desarrolló según las previsiones, aunque curiosamente la repercusión en el periódico de referencia de la época fue sensiblemente menor que la dispensada a la gestación del proyecto y a la previa de la celebración. De todos modos pudo leerse en la primera de Campo –“Periódico Agrario-De Información General-Defensor de los Intereses de la Provincia”, editado por la Hermandad Sindical Provincial de Labradores y Ganaderos- que “ayer (por el referido 17 de septiembre de 1948), a las seis y media de la tarde, tuvo lugar la bendición del Vía Crucis colocado a lo largo del camino de la ermita de nuestro glorioso San Saturio.

Tan solemne acto dio comienzo con el “Veni Creator”, procediendo seguidamente, el R. P. (Reverendo Padre) José Bernardo Biaín a la bendición de las Cruces.

A continuación, fue hecho el ejercicio del Vía Crucis, terminando cantándose en la ermita un Te Deum, en acción de gracias por la terminación de estas obras, dándose la bendición a los fieles.

Presidieron tan emocionante como fervoroso acto, el Excmo. Sr. Gobernador Civil, primer teniente de Alcalde en funciones de Alcalde, concejales del Excmo. Ayuntamiento, Ilmo. Sr. Abad de la Colegiata, Cabildo, Comunidad de PP (Padres) Franciscanos y numerosísimos fieles (sic).

Al finalizar, en la escalinata que da acceso a la cueva, el señor Abad pronunció unas breves palabras llenas de amor hacia San Saturio, exaltando el acto que se acababa de celebrar y que tanto enaltece, no sólo a las autoridades y personas que han contribuido a la erección del Vía Crucis, sino que a todo la ciudad”.

Y desde entonces hasta hoy, si bien es verdad que, con posterioridad, las primitivas cruces de madera se sustituyeron por las actuales de cemento, excepto la de la última estación, que está tallada en piedra.

© Joaquín Alcalde, primavera 2023

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