Ya se queda la sierra triste y oscura

© Joaquín Alcalde

 

Mediada la década de los noventa los rebaños de merinas dejaron de atravesar la ciudad

 

Durante los días de finales del mes de octubre y comienzos del próximo noviembre, en torno a la festividad de Todos los Santos, tenía lugar cada año una efeméride que aún asumida como de lo más normal en el acontecer de la rutinaria vida ciudadana no dejaba de suponer un atractivo por sí misma o cuando menos un motivo en torno al cual giraba buena parte de la actualidad diaria. Nos estamos refiriendo al paso de las merinas que con puntualidad rigurosa atravesaban de norte a sur las calles del centro del casco urbano de la capital procedentes de la sierra soriana, donde habían estado paciendo durante el verano, con destino a  las tierras de Extremadura para disfrutar de los pastos del invierno. Unos meses antes, hacia finales de mayo y como mucho primeros de junio, con idéntico ritual, el viaje se había realizado a la inversa con al aura de idéntica o muy parecida parafernalia que a la vuelta, y si se quiere rodeado de una sana curiosidad malamente disimulada, que en definitiva era el mensaje que irradiaban estas estampas costumbristas donde las hubiera desaparecidas mediada la década de los noventa cuando se optó por otros medios de transporte y la cabaña ovina había experimentado un descenso importante. “Figuras familiares, llenas de tradición, que tuvieron eco en la tonada que el pueblo canta, en el sentir del poeta y en la crónica entrañable y familiar del diario vivir” porque “su paso, el paso de los rebaños por Soria, es rito y reliquia” cuando  el balido de la oveja “tiene allá por el mes de ánimas, rumor de miserere”, escribió en su día Rafael Bermejo en Revista de Soria.

El caso es que, dejando el margen las citas literarias, durante unos días, acaso un par de semanas, los numerosos e interminables rebaños  de merinas entraban en la ciudad por el actual paseo de la Florida, entonces con contadas y elementales construcciones además de alejado del centro urbano según la concepción que se tenía de él, bajaban por la calle Tejera y en la confluencia con la del Campo tomaban ésta para encaminarse hacia las traseras de Correos donde la expedición hacía un alto y los pastores habilitaban un básico y al mismo tiempo complejo descansadero provisional en el que llevaban a cabo las tareas propias de cada día, a la vista de quien quisiera verlas, y pasaban la noche. De tal manera que a la mañana siguiente reemprendían la marcha por la calle Ferial, plaza de Mariano Granados –por delante de la fachada principal del parque de la Alameda- y calle Alfonso VIII hasta la Estación Vieja (Soria-San Francisco en la jerga ferroviaria) cubriendo de este modo el corto tramo que terminaba conduciéndolas al embarcadero situado en la que es hoy la calle Linajes –originariamente tuvo ese nombre, que por lo que fuera no gustó y se le cambió por el actual, puede que con mejor sonoridad-, es decir, a la altura, poco más o menos, de la fachada norte del moderno edificio de la Junta, la Nueva Colmena, para ser enjauladas en los vagones de tren especialmente habilitados por la compañía ferroviaria que las transportaría al punto de destino.

Y si del paso de las merinas queda poco más que el recuerdo, otro tanto ocurre con el decorado urbano que lo sustentaba. Es decir, que el cambio de fisonomía de la ciudad, sobre todo en el que pudiera considerarse primer tramo en las inmediaciones del Hospital del Mirón, tampoco ha quedado al margen de la evolución impuesta por el paso del tiempo. Porque desde hace ya bastantes años la poblada zona de la Florida y sus alrededores está integrada en el casco urbano, de manera que resulta irreconocible; la calle Tejera, parte de la cual se muestra en una de las fotos, ha sufrido asimismo una transformación total hasta el punto de no tener absolutamente nada que ver con la de no hace tantas décadas, cuando los rebaños de merinas obligaban de manera natural a parar el todavía escaso tráfico que circulaba por ella y eso que se está habando de la carretera general de Valladolid a Zaragoza y lo que representaba; con la del Ferial, aunque bastante más recientemente, hasta el punto de que en la parte más próxima a la plaza de El Salvador aún queda algún fleco por resolver, ha ocurrido algo parecido, por no hablar de la zona de Correos y sus alrededores, entendidos éstos hasta la plaza de toros por un lado y el final de la calle Campo, por otro, y lo que comprenden, que ni siquiera estaba urbanizada y de hecho podía considerarse casi el arrabal por más que el centro urbano se encontrara tan próximo. Un lugar, por lo demás, que acogía cada jueves el mercado semanal hasta que el ensanche de la ciudad lo desplazó a Las Pedrizas, en Santa Bárbara, y dada las posibilidades que ofrecía se instalaban en él los circos ambulantes cuando venían de gira además de ser el comienzo del ferial de ganado en las citas tradicionales de marzo y septiembre, sin pretender ser exhaustivos.

 

© Joaquín Alcalde, 25.10.2009

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