«El cielo gira». Hacerse mayor

Carlos Losilla

1. LA VOZ OVER DE MERCEDES ÁLVAREZ, la directora de esta película, sobrevuela una imagen que se encuadra en otra imagen. Un cuadro del pintor Pello Azketa muestra a dos niños que observan algo invisible, algo que no se sabe muy bien si aparece o desaparece, según dice esa misma voz. Álvarez ha regresado al pueblo soriano en el que nació, Aldealseñor, e intenta preservar en la memoria, a través de su cámara, el cielo y las nubes, la tierra y las casas, el paisaje humano de este lugar condenado a desaparecer a causa de la despoblación. Los pocos habitantes que allí quedan conversan sobre el pasado y el presente, la vida y la muerte, con laconismo y socarronería, a la manera de un coro sarcástico que se burlara estoicamente de los embates del tiempo y del progreso. Álvarez ha vuelto para recuperar esa memoria, pero se llevará consigo algo más: la convicción de que el cielo gira.

 

2. La película podría ser un documental, pero también oculta otras cosas. Cierto es que ése constituye un viejo tema, sobre todo en la era de los «falsos documentales», pero aquí resulta insoslayable. Desde su presentación en los festivales de Valladolid y Gijón, tras los premios obtenidos en Rotterdam y París, en Alba y en Buenos Aires, críticos y comentaristas han hablado de la influencia de Víctor Erice y José Luis Guerín, que constan en los agradecimientos junto con Miguel Marías, e incluso algunos han mencionado la huella de Kiarostami. No les falta razón. Sin embargo, no sé por qué, yo he pensado igualmente en Giovanni Bellini, en las numerosas vírgenes con niño que se conservan en iglesias y museos de Venecia. He ahí una tradición, la que presenta a María con su hijo, de largo recorrido en el arte occidental. Y he ahí alguien que se enfrenta a ella con una voz propia y personal, sin despreciarla pero a la vez apropiándosela. Álvarez colaboró con Guerín en En construcción, otra iniciativa del Máster de Documental de la Universitat Pompeu Fabra, y también recoge ecos de El sol del membrillo, entre otras. Pero no puedo olvidar esa voz, la suya propia, que puntúa la película en primera persona. Como Bellini cuando pinta al niño, irreverente, jugueteando con la túnica de su madre.

 

3. En primera persona. En efecto, El cielo gira podría verse como un diario íntimo, pues, de la misma manera en que los niños de Azketa observan lo insondable, es la mirada de Álvarez la que hace emerger un mundo que sin ella no existiría. Como el Brigadoon de Vin­cente Minnellí, Aldealseñor sólo permanece allí para quien quiera verlo. Y como sucede en Innisfree de John Ford, sus habitantes están construidos a partir del mito, del recuerdo idealizado que ahora se hace carne ante las cámaras. Lejos de filmar inocentemente una determinada realidad, Álvarez establece numerosas correspondencias conceptuales y estéticas. La tierra transitada por dinosaurios hace millones de años es ahora pasto de las excavadoras, los nuevos depredadores. El palacio nobiliario se está convirtiendo en un hotel. y desaparece un árbol centenario pero quedan sus rastros, igual que las huellas de los dinosaurios o las presencias espectrales en el interior de la vieja mansión. En realidad, El cielo gira es la película de iniciación de Álvarez. O de cómo ha logrado vencer a los fantasmas del tiempo para poder asumir sin miedo su transcurso.

 

4. Pero este relato de aprendizaje no sólo mira hacia el interior, a la relación del yo consigo mismo, sino que también se vuelca al exterior. La narración del asedio de Numancia deja paso a los prolegómenos de la guerra de Irak. Los árabes que una vez poblaron aquellas tierras han regresado ahora como inmigrantes. Hay una evidente continuidad en el ciclo de la vida. Al principio, Álvarez encuadra un paisaje de su niñez para comprobar que nada ha cambiado, excepto su mirada. Pello Azketa se está quedando ciego, de modo que el hombre que podría hacer emerger la realidad de aquellas tierras a través de sus cuadros pronto se sumergirá en la oscuridad, como le sucederá al propio pueblo. Lo que está en peligro, pues, es la representación del mundo, aquello que le da vida más allá de sus fronteras. Sin embargo, la cámara toma el relevo y filma los paisajes circundantes como si se tratara de la primera vez, con calma y con respeto, sin forzar su belleza, atenta a sus luces y sus sombras. Un árbol solitario en medio de la llanura. Un despliegue de colores que se gradúan levemente hasta llegar a una loma. La nieve que atraviesa el plano en finas líneas oblicuas. Una tormenta nocturna que surge intermitentemente de la oscuridad... Vuelvo a pensar en Bellini. Y recuerdo las tierras mesetarias de El espíritu de la colmena. Incluso la noche transfigurada de Tren de sombras. Pero también las imágenes de los Straub, la Agnes Varda de los espigadores y la espigadora ... Quietismo, introspección: la sospecha de que las raíces culturales de este país quizás estén en otra parte, muy lejos de donde se acostumbran a situar. Y el deseo de que así sea.

© Carlos Losilla
DIRIGIDO Nº 346, Junio 2005

El cielo gira

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 Aldealseñor

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