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		pie de la Sierra de San Miguel, en un pequeño valle entre esta sierra y 
		la del 
		Rodadero
, regado el término por el arroyo de la Dehesa, que 
		desemboca en el río Linares, entre Matasejún y El Collado, el lugar de 
		San Andrés de San Pedro apenas acoge población estante. Aunque se 
		arreglan casas, y en verano, como sucede en toda la provincia, se 
		multiplica en número de antiguos vecinos que vuelven a su lugar de 
		origen.
		
		
		San Andrés 
		de San Pedro pertenece al municipio de 
                      
                      Oncala. Hasta la abolición de los 
		señoríos perteneció al duque de Arcos, Maqueda y Nájera, a quien sus 
		vecinos pagaban los impuestos de alcabalas y pedido. 
		
		
		Se mantuvo 
		bien poblado mientras duró la actividad 
		 
		trashumante. En el catastro del 
		Marqués de la Ensenada, realizado a mediados del siglo XVIII, se 
		contaban 45 vecinos, más 8 viudas y 2 pobres de solemnidad, que se 
		repartían en 60 casas. Esta población es similar a la que recoge Pascual 
		Madoz, un siglo después, 61 vecinos, que suponían 210 almas. 
		
		
		
		La 
		importancia de la ganadería trashumante queda patente en los datos de la 
		Ensenada, donde aparecen catastradas 5.211 cabezas de lanar merino, 175 
		de lanar churro, y 290 cabezas de cabrío. Excepto las churras, como es 
		habitual, el resto “bajaban a extremo”. Madoz informa que existe escuela 
		de instrucción primaria, a la que asistían 20 alumnos, y cuyo maestro 
		cobraba 800 reales al año.
		
		
		
		

		
		
		En la 
		actualidad, junto al caserío recuperado en piedra, permanece en pie y 
		restaurada, la iglesia dedicada a San Andrés Apóstol, del siglo XVIII, 
		apoyada en otra románica, de la que ha aprovechado la puerta de entrada, 
		protegida por un pórtico más moderno. Es de mampostería y conserva en su 
		interior pequeños retablos y dos pilas, aguabenditera y bautismal, que 
		podrían ser románicas.
		
		
		
		
		Pedro 
		Ortega, uno de los hermanos trashumantes que todavía viven en San 
		Andrés, fue quien nos enseñó la iglesia, y nos explicó las 
		peculiaridades de un encantador pueblo de Tierras Altas, que tiene, para 
		nosotras, el añadido de haber acogido tantas cabezas de merinas.
		
		
		
		
		Pese a ese 
		encanto, no se puede dejar de reseñar la gran cantidad de 
		aerogeneradores que han colocado en sus montes. Partidarias como somos 
		de la energía eólica, no estaría de más que los molinos estuvieran más y 
		mejor repartidos. Nos dijeron que habían desaparecido numerosas especies 
		de aves desde la instalación de estos modernos gigantes.
		
      
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