Recordando a Julio Herrero Ulecia

Nada más llegar ha Soria me he enterado, por mi amigo José Vicente Frías, de la muerte de Julio Herrero Ulecia. Hacía mucho tiempo que no sentía tanto una muerte. Es la hora de las alabanzas, dicen, pero Julio las tuvo en vida. Se lo merecía. Fue, sobre todo, una buenísima persona, nada que ver con un bueno-tonto, pues esa bondad nunca la repartió por igual, la reservó para las personas que, a su juicio, la merecían, y Julio Herrero juicio tenía mucho.

Como sé que le han dedicado sentidas y sinceras palabras de despedida a Don Ripio, Clarín Soriano, Retógenes y Lucio Arévaco (con todos esos pseudónimos firmaba) nosotras sólo queremos rendirle un pequeño homenaje al hombre, a Julio Herrero. Un hombre comprometido en sus escritos, satírico, irónico, con un gran sentido del humor. Comprometido también en su actitud ante la vida, a pesar de que, como bien conocíamos los que le queríamos, esa vida, por medio de sus agentes, le jugó malas pasadas.

Ha dejado una esposa discreta y sencilla, muy conocida por sus largos años de trabajo en la Biblioteca, y unos hijos parecidos a él en cuanto a la bonhomía –no podía ser de otra forma-, y unos nietos a quienes adoraba. Hasta Sergio, el mío, le recordará como “el señor que le invitaba a churros”.

Sus amigos echaremos de menos sus sentencias, que nunca fueron consejos. Su voz baja que obligaba a inclinarse. Su amabilidad y simpatía. Su sabiduría. Su rechazo a cualquier imposición injusta y, sobre todo, a los caciques. Era figura esencial en El Espolón y en El Collado, siempre pegando la hebra con amigos, dando ánimos. En fin Julio, te echaré mucho de menos. Creo que el lugar que buscabas en tus “Otras utopías” no era el que ahora tienes, pero aún así quiero recordar aquello que escribiste y que se halla recogido en el precioso libro que tus hijos te publicaron.

Busco un lugar, donde cada mañana
el silencio se quiebre con los trinos
del pájaro que anida en los espinos
y el alegre tañer de la campana.

Donde sea la paz la soberana
y amor y libertad reinen en ella.
Donde no haya contienda, ni querella
donde haya verdes prados y altos pinos
donde nunca en veredas ni caminos
las botas del cacique dejen huella.

 Hasta siempre, amigo

© Isabel Goig, 2007

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