SOR MARÍA DE CORONEL Y ARANA

 

 

Antonio Ruiz Vega

Sor María de Jesús, escultura barrocaTodavía venerable y nunca canonizada pese a tantos esfuerzos y merecimientos, es una de las cumbres de la espiritualidad española. Tres grandes hechos marcan su vida y acrecientan su fama. El primero su amistad y luenga correspondencia con el monarca Felipe IV, el segundo la redacción de la obra monumental La mística ciudad de Dios, que hubiera sido inspirada directamente por la Virgen María y, last but not least, sus portentosos viajes a Centroamérica donde convirtió a miles de aborígenes de la zona a la verdadera fe. Viajes, hay que decirlo, que se produjeron de modo espiritual e intangible, y sin que el cuerpo de la religiosa abandonara en ningún momento su celda conventual.

Pero hay otros capítulos de su vida no menos notables que los ya mencionados, como sus frecuentísimas reyertas con Satán en los claustros del convento agredeño o sus numerosos milagros realizados tanto en vida como muchos años después de su muerte, siempre bajo su aura protectora y su siempre benéfica influencia. Estos milagros levantaron numerosa polvareda en su época y fueron recopilados pacientemente pues eran munición adecuada con la que alentar los intentos de canonización.

Según los apéndices de la Mística Ciudad de Dios, hasta un total de sesenta milagros fueron documentados en su día...

Uno de ellos sucedió a Francisco Gómez, vecino de Arnedo (que entonces pertenecía, con toda la Rioja Baja, o Soriana, a la Intendencia de Soria), éste quedó ciego a consecuencia de una sangría pésimamente practicada por un médico de esta localidad. En pos de su sanación viajó a Zaragoza, donde tenía nada menos que un hermano cirujano el cual, sin embargo, pese a todo su arte, no logró remediar ni poner coto a su mal. De allí marchó el cuitado a Agreda, lugar que ya tendría –colegimos– fama de milagrero y donde, a la sazón, todavía habitaba en carne mortal la Venerable. Pudo el sastrecillo cegato entrevistarse con la religiosa, la cual le manifestó que, aunque ciego, podrá trabajar a su oficio de sastre, y tendrá mucho en qué trabajar. Por extraño que parezca el ciego volvió a Arnedo y continuó con su oficio, trabajando en él como si tal cosa: Y he tenido oficiales en mi casa, a quien he dado qué trabajar a dicho oficio, y aprendices a quien he enseñado; y con mi trabajo he vivido y vivo honradamente. Los gerifaltes de la prelatura eclesiástica de la época que, como buenos profesionales, eran poco dados a creer en embelecos misticistas hicieron traer a su presencia al alfayate y tras vendarle los ojos con un lienzo de muchos dobleces y en presencia de tres oficiales sastres, el del Arnedo no sólo enhebró con presteza varias agujas sino que cortó telas, hizo pespuntes y bodoques, trazó patrones con el jaboncillo sobre piezas de tela que le fueron presentadas y demostró hasta tal punto sus dotes de costurero que solo un trís le faltó para enjaretarle ipso-facto allí mismo una casulla nueva al Obispo de Tarazona, que presidía la reunión probatoria...

Semejante demostración de pericia gremial pasmó sobremanera a los oficiales sastres que no pudieron menos que declarar que no habían visto cosa parecida en los días de su vida. Convengamos, en todo caso, que el milagro se las trae, pues, puestos a hacer prodigios bastaba que Sor María hubiera devuelto la vista al riojano y en nada se necesitaba tal demostración de facultades, tal rizar el rizo del portento.

En septiembre de 1669 ardió en Agreda el horno de la Calle Nueva, tomando el incendio graves proporciones pues: se prendió un fuego muy vehemente, que tomando mucho cuerpo, en breve se temió hiciera muchos estragos y causara grandes trabajos en las casas circunvecinas; y trabajando los que habían acudido para apagarlo desesperaban de conseguirlo y lo tenían por imposible. Tanta era la desesperación de la ciudadanía que hubieron de recurrir a llevar el mismo Señor Sacramentado (sic), sin que las llamas se afectaran de ello lo más mínimo. En este brete es tradición que José Orobio, caballero principal de esta villa tiró al incendio una cuenta que guardaba que había sido del rosario de Sor María y a los pocos momentos el incendio menguó y se apagó, y ello poco antes de que las llamas alcanzaran unas pilas de leña que hubieran aumentado su furor. Circunstancias que aumentaron el prodigio fueron que la construcción del horno quedara intacta pese al gran calor y que se encontrara sin menoscabo la cuenta arrojada por José Orobio.

Por el sólo hecho de rezar a la venerable sanó de sus males la abadesa Sor María del Carmen y San José, del convento del Caballero de Gracia, de Madrid. Dicha religiosa estaba impedida y al pronto de su curación salió corriendo por las naves del templo, para sorpresa de hermanas y novicias.

Nuevamente en Agreda, María Santos Vera, diagnosticada como epiléptica cura en 1855 de su enfermedad al beber en un vaso que perteneció a Sor María.

El hecho de tener una silla de la Venerable dentro de una urna sirvió a las religiosas aragonesas del convento de Santa Catalina, para que tres hermanas jóvenes muy afectadas de convulsiones nerviosas, sanaran sentándose en la citada silla. Este hecho acaeció también en el siglo pasado.

El último caso consignado en la edición que manejamos es, quizá, el más sorprendente. Sucedió nada menos que en Bélgica, en la ciudad de Nivelles y tan cerca como en 1863, tiempos bien contemporáneos y en los que la ciencia estaba ya desarrollada y era celosa de sus competencias. Nuevamente el prodigio se cumple en una religiosa, Sor María Coletta, de la misma orden que Sor María de Agreda, es decir, concepcionista. Su mal era una inflamación de la columna vertebral, de tipo crónico y que había ido desarrollándose muy malignamente, dando en parálisis general, enflaquecimiento de los miembros, toda suerte de inmisericordes dolores producidos por las posturas, llegando hasta dificultades respiratorias junto a otros detalles de poco agradable descripción.

La enferma, de hecho, estaba desahuciada de todo tratamiento médico y había desistido de cualquier posibilidad de obtener cura por los medios humanos.

El Convento de la Concepción hacia el 1886El médico que tan prolijamente describe el estado de la cuitada certifica también que en su última visita, y para su perplejidad, la encontró perfectamente curada de toda dolencia, de la cual no le ha quedado ninguna huella. En el interín, ni que decir tiene, se había producido el hecho milagroso, solicitado por toda la comunidad mediante una solemne novena en honor de la Venerable. Con sólo iniciarse la novena la enferma comenzó a mejorar ostensiblemente, pidiendo ser trasladada al coro, para poder seguir desde allí los oficios. Cuando fueron a llevársela –cuenta el abate Roulaers– la encontraron fuera del lecho, vestida con sus propios medios. La religiosa rechazó la silla que se le ofrecía andando por su pié hasta el templo, donde dió gracias por el milagro.

Como vemos, en diversos periódos históricos y en puntos tan distantes como Bélgica, el genio de la monja continuó mostrándose con vigor renovado, dándo pié a ese clamor que pedía y pide su canonización.

Santa heterodoxa –aunque ella nunca se sintió serlo– y de espiritualidad acendrada, Godoy y Alcántara, erudito decimonónico, gran fustigador de los Falsos Cronicones, sitúa la obra de Sor María de Agreda entre estos, pese a que, figuradamente, la Mística Ciudad de Dios es directa transcripción de testimonios dictados por la Vírgen María. De esta obra nos dice que, comparada con ella, los Evangelios son un diminuto compendio, tanto y con tanta prodigalidad de extiende Sor María en los detalles relativos a la vida del Salvador: La prolijidad quita toda poesía a la obra de la religiosa iluminada. (...) .Los evangelios, en su discreta sublimidad, apenas nos dejan entrever el interior de la pobre vivienda del artesano de Nazareth, conservándonosla a bastante distancia, como para advertirnos que debemos mirarla como un santuario.

© Antonio Ruiz Vega
(del libro España Mágica)

IV Centenario (1602-2002) Sor María de Ágreda 
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