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Contrastes para después de unas vacaciones

ÁNGEL GARCÍA

Aviso al lector que lo que sigue es una caricatura del contraste “urbanita-ruralita”, que emerge de notas recogidas en vacaciones en una parte de la provincia de Soria durante agosto de 2005. Las escribo porque estas nuevas impresiones han modificado parcialmente mi forma de ver la realidad.

Aunque algunas circunstancias sean particulares de un cierto lugar, creo que, salvo excepciones, el conjunto es una caricatura generalizable.

Pero por mucho que uno vea, hable o adivine; la visión particular puede resultar parcial, irreal, e incluso equivocada respecto a la que ven otros. La realidad verdadera será tal vez la suma de estas realidades personales que cada uno cree percibir, o aún me temo que será mucho más compleja. Sin embargo, no me resisto a exponer mi punto de vista sobre cosas, actitudes y circunstancias, a pesar de posibles desaciertos al  juzgarlas y describirlas.

¿Conclusiones al final?. Casi ninguna. No he digerido los hechos, simplemente los expongo. Alguien los meditará, y tal vez alguien sacará conclusiones.

"La frontera de Melilla reforzada para evitar que entren ilegalmente refugiados africanos. Son más eficaces las alambradas de la 'valla virtual de postergación, abandono y subdesarrollo' que rodea a los pueblos de la provincia de Soria, que ha provocado el éxodo de quienes aquí vivieron y que está impidiendo que a nuestras comarcas llegue población para instalarse".

Ambiente rural - Ambiente de gran ciudad.

El contraste es abismal: uno sale de unas ciudades en revolución permanente, calles en obras, túneles del metro que se hunden, barrios que se remodelan,  torres que se levantan, otros barrios cuyos ciudadanos han cambiado en pocos años tanto que ahora son extranjeros en su mayoría, escuelas abarrotadas de niños de todos los colores; carreteras, trenes y aeropuertos que sacan y meten diariamente en la ciudad a miles y miles de gentes; enormes centros comerciales abarrotados... y llegas a unos pueblos con muchas ruinas, con casas añejas y centenarias, con calles cruzadas de acera a acera por los negros cables de electricidad y teléfono, en las que se hacen solo las obras imprescindibles, donde todo elemento estético es superfluo o inexistente; con escuelas cerradas por falta de niños; con pocas gentes que miran a veces de forma huraña al que viene de fuera. Cada casa con su familia de toda la vida. Escuela cerrada por falta de niños. Tiendas - si existen- vacías de gentes...

El lujo de nuestros pueblos

Tener hoy día un pueblo, con una casa donde ir a refugiarse pocos o muchos días, es un auténtico lujo. Lo he comentado con gentes de otros pueblos y otros lugares de origen, y hemos coincidido. Esta apreciación es más acentuada a medida que el pueblo es más pequeño y más aislado. Esto sería difícil de entender para los que ven el mundo desde el abandonado pueblo, que tienen complejo de ser lo último que merece la pena verse y visitarse. Quienes viven en el pueblo creen que lo importante es el ajetreo, la iluminación decorativa, el dinero a la sopa boba que cobran los que trabajan en oficinas, el asfalto, los teatros, los espectáculos; y gastar mucho en los espectáculos festivos. Quienes vienen de fuera, aunque sea unos días en cualquier época del año, aprecian los amplios espacios, la oscuridad de la noche, el silencio, el campo, la vida salvaje, las piedras centenarias, la libertad de moverse sin chocar con nada y contra nadie; el tiempo libre.

Coincidimos también en que nuestros pueblos han de invertir inexorablemente la tendencia que han llevado en los últimos 50 años. No nos valen ya los mismos comportamientos, ni las mismas costumbres, ni incluso las mismas leyes; y mucho menos las posturas inmovilistas de quienes creen que por querer que todo siga igual, va a seguir igual. Ha llegado el momento en que este panorama puede hundirse definitivamente o resurgir. Este resurgir puede ser caótico como está empezando a suceder, o bien de forma ordenada y controlada, lo que exigirá saber primero donde queremos llegar para saber qué caminos tomar.

Los protagonistas del cambio hemos de ser todos. No es de recibo que solo unas decenas de habitantes censados decidan por cientos de propietarios que figuran en los catastros. Sobre todo si no hay transparencia, ni información; o incluso si se desprecia de alguna manera que el de fuera se interese por los asuntos comunes.

La dependencia de las subvenciones

Es curiosa la "esclavitud" en que han acabado los presuntos hombres libres que trabajan en el campo.

Prácticamente no se hace actividad alguna si no hay subvención de por medio. Nadie siembra una finca, o la deja en barbecho, si no dan subvención. Se sembró lino o se siembra girasol, no porque el mercado lo pide, ni porque el clima o la tierra sean los más adecuados, sino exclusivamente porque así se recibe subvención. Se compra maquinaria porque te subvencionan, se levanta una nueva nave agrícola o ganadera por lo mismo. Y hay que construirla de la forma o tipo que deciden quienes dan la subvención. Los caminos se arreglan cuando se consigue la subvención, y si se te muere una cabeza de ganado, que está controlada porque tiene subvención, has de amoldarte a unos rituales extraños hechos Dios sabe por qué gentes, que resultan grotescos, en lugar de echarlas al buitre carroñero que lo deja todo desinfectado y limpio en pocos minutos, como hicieron siempre tus antepasados.

Los encinares de tu propiedad los plantó tu abuelo, o el abuelo de tu abuelo; pero no les puedes tocar una rama si no te da el visto bueno el que te controla que es también quien subvenciona; aunque ni el que te controla, ni su abuelo, ni el abuelo de su abuelo hayan cultivado más vegetal que una flor en una maceta.

La cadena de especies animales que daban vida al campo han desaparecido. ¡Pobres!, su existencia no estaba subvencionada. No hace tantos años, el 15 de agosto, día de la desveda de la codorniz, era un tronar continuado de disparos de cazadores durante al menos los quince días siguientes. Ahora, algún cazador despistado sale a ver qué caza, y vuelve después de haber tirado dos tiros a una lata. Nunca me han gustado los cazadores, porque creo que son gentes que quieren cosechar lo que no siembran, y que es patrimonio de todos. Y al igual que se hacen “paradas biológicas” en algunas especies marinas, no estaría de más una parada biológica de unos cuantos años en la tierra. Ahora hay corzos, cuyo depredador son los automóviles que chocan con ellos al caer la noche.

Los pesticidas han eliminado los animales de las charcas, apenas se oye el croar de una rana, ni hay salamandras, ni sanguijuelas, ni lombrices. Las cigüeñas se fueron para no volver, y el agricultor subvencionado, heredero del que antes se denominaba como campesino, no las echa de menos. Y tampoco le importa mucho el futuro, pues generalmente no tiene descendencia, o si la tiene, ya les ha pedido la beca para que estudien y no vuelvan por el pueblo. Hay que sacar hoy el máximo rendimiento, a costa de lo que sea, y el futuro no tiene importancia. El llamado progreso aquí no ha resultado más que en campos sin vida, tierras quemadas, aguas envenenadas, plásticos arremolinados por el viento.

Se cambia el programa de la fiesta del pueblo porque así se consigue subvención. Si se celebra una excursión es porque alguien la subvenciona. Por supuesto, al alcalde del pueblo se le elige principalmente porque se presenta por el partido que reparte las subvenciones. Y maliciosamente alguien dirá que no hay niños en los pueblos, porque en España tener hijos es cualquier cosa menos una actividad subvencionada.

La esclavitud de la muchedumbre

En el mundo de la gran ciudad uno se afana, compra, vende, no tiene ni espacio donde andar o correr y ha de inscribirse en gimnasios (pagando), se abona al transporte urbano (pagando), aprende, compite, se asocia para resolver problemas comunes; siempre se corre deprisa porque el tiempo es escaso, algunos se matriculan en la universidad cuando llegan a viejos; las mujeres -sobre todo las mujeres- se apuntan a multitud de cursos en centros culturales (pagando), se mandan a los niños a las guarderías (pagando) y los bebés a las 6 y media de la mañana viajan ya en el metro, para que ambos padres lleguen a tiempo a su lejano puesto de trabajo. Y se paga además la película del videoclub, o el contrato del Canal Plus, y a plazos el ordenador del chico, y se reciben gratis en el metro dos o tres periódicos diarios. Algunos se apuntan a viajes publicitarios para ir en excursiones, donde el coste del viaje se compensa comprando un almohadón que quita el dolor de espalda o una multipropiedad en Torrevieja;  o simplemente se pagan su viaje, sin que nadie les insinúe la mínima ayuda. Cada año, al menos dos veces, se va a la reunión de la junta de vecinos, donde se pretende ahorrar cada año con un nuevo sistema de calefacción, y agua caliente,  pero cada año inexplicablemente la subida triplica el índice de precios oficial. Y se modifican casi anualmente las antenas para ver más canales de televisión, además de pagar las películas en el video-club. Se conoce más al que coincide en el transporte diario que al vecino de vivienda, y un porcentaje apreciable de hormigas humanas hace diariamente kilómetros de cola de automóviles para llegar al trabajo, normalmente además acompañado por el teléfono móvil para avisar que llega tarde; y suben a su casa en un ascensor que a veces se para y te deja encerrado. Y cualquier esquina es buena para poner un árbol, un asiento, y el barrio mejor para vivir es el que tiene más parques.

En la gran ciudad, a todo extranjero, incluidos inmigrantes, - legales e ilegales, que nadie pregunta a nadie si tiene o no papeles salvo alguna vez la policía -, se les acoge porque los viejos barrios con menos parques están casi reservados para que allí se hacinen, lo cual ellos mismos compensan el fin de semana acudiendo en masa a parques de otros barrios. Pero, a lo que parece, no les resulta imposible conseguir trabajo, o comida. Grandes zonas de población, como las del Corredor del Henares entre Madrid y Guadalajara, han progresado enormemente con la ayuda de la mano de obra extranjera. No fue casualidad que en los trenes del triste 11 de marzo hubiera tantas víctimas polacas, rumanas, árabes y sudamericanas “sin papeles”, a quienes entonces se les dio la posibilidad de obtenerlos. Mientras, en los pueblos se guardan mucho de ir los “sin papeles”, porque por el hecho de ser  extranjeros les hace diana de denuncias y están siempre vigilados. En la ciudad los hijos de inmigrantes tienen inmediata escuela, tienen clases de español para integrarse si es un idioma que no hablan. En el pueblo los extranjeros viven aparte, no hay relación oficial alguna ni servicio que se les ofrezca a ellos especialmente. Todavía unos y otros no se han dado cuenta que no están ahí de forma provisional, sino que van a ser los que mayoritariamente pueblen en un futuro algunas de estas zonas.

El inmovilismo

En el pueblo la gente espera que venga la furgoneta del panadero o el pescadero. No se puede hablar de muchas cosas porque son tabús que pueden molestar al vecino, y para los pocos que son, intentan no molestarse mutuamente. Nada se reinventa, todo es por costumbre. Ni siquiera se entierra definitivamente a José Antonio Primo de Rivera, que aparece como primer "caído" en la lista que hay todavía en algunas iglesias. El cartero les trae el periódico del día (a diferencia del de la capital, que los dan gratis en las estaciones del metro, aquí se paga por suscripción). No pueden apenas oír la radio de la capital por no disponer antena adecuada; y aunque lleguen las ondas de varios canales de televisión, se aguanta con una antena pequeña y antigua que lleva veinte años en el tejado, para así poder quejarse que no los reciben bien. Si el pueblo tiene Internet Rural y el ayuntamiento contrata a una persona para enseñar el manejo de Internet, a menudo este llega y no encuentra a nadie que quiera ser enseñado; ¡curioso!: todas las profesiones han tenido necesariamente que ponerse al día en nuevas tecnologías, pero no se ha logrado convencer al ambiente rural que ellos forman parte de este mundo. El verde sobra; las calles se ponen de puro cemento o adoquín, y se han hecho desaparecer los poyos donde la gente se sentaba a pasar el rato. Y quejarse; también se usa quejarse; pero bajito y al vecino, que no llegue la onda mas allá. Se está esperando "a ver si viene alguien y esto nos lo soluciona". Los problemas propios se callan, y los soluciona cada uno como puede; y si el vecino los tiene similares cada uno arregla los suyos sin decirse unos a otros como se van apañando. Y en ese enquistamiento se hace caso a grandes mentiras y, por ejemplo, la estadística dice que en estos lugares se echa mucho a la lotería. ¡Ah, la lotería! el nuevo bandido generoso, ese invento que distribuye dinero entre los pobres, que soluciona problemas, que abre futuros. ¡Mentira!: el futuro que con esta mentalidad se tiene es la falta de futuro, la desaparición, que está llegando lenta pero inexorablemente. Cuando se cierra la escuela y no hay relevo generacional, esa sociedad está muerta, sólo falta enterrarla.

La frontera de la mezcla 

Hay también coincidencias curiosas entre los ambientes pueblo pequeño-gran ciudad: las mujeres copan en ambos lugares los centros culturales, las asociaciones, las charlas con contenido. Los hombres generalmente son el reflejo del anuncio que espera que llegue la temporada de la liga de fútbol para tener algo de qué hablar. Y claro, como las féminas son muchas más que los hombres en la ciudad, y menos en el ambiente rural, también se nota.

Los pueblos más grandes, e incluso las capitales pequeñas de provincia en un área de 100 kms, son un mundo intermedio. Allí se mezclan ambos ambientes que he caricaturizado por separado, y resulta que el día de mercado es el momento adecuado para sumergirse en el bullicio: he comprobado como visitando un día estos mercadillos, uno ve a más gente de un determinado pueblo que dándose uno una vuelta por todas sus calles. Y también sabemos del inmovilismo del funcionario provinciano que cree que le pagan porque en su día ganó la oposición: el 15 de agosto, seguramente el día de más visitantes, una ciudad que por una parte aspira a atraer visitantes, como Soria, tuvo cerrados todos sus monumentos; y peor fue Guadalajara donde en todo el mes de agosto todos estuvieron cerrados por vacaciones, excepto las iglesias. ¿Se imaginan los limpiadores de playas de Málaga tomando en agosto las vacaciones, o que El Corte Inglés cierre por Navidades?. Un ejemplo de contradicciones que por estos lugares se viven.

Los habitantes de estos dos dispares mundos tienen otra aspiración común: aquellos que viven en el pueblecito compran pisos en la ciudad; y las viviendas de estos pueblos las reparan principalmente gentes que normalmente viven en la urbe. Cada uno añora lo que no tiene. Hasta ahora había salido ganando quien iba hacia el asfalto; pero me da la sensación que en este momento es más conveniente la tendencia contraria. Y esto va sucediendo a medida que se favorece un par de circunstancias: posibilidad de desplazamiento para un mejor acceso a centros de servicios; y posibilidad de acceso a las nuevas tecnologías de telecomunicaciones. ¡Mira que es fácil decidir donde hay que invertir cara al futuro!: a ver si se enteran los que nos administran.

© Ángel García
 
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