La vestimenta tradicional

Mª Gloria García Mazalvete
Antropóloga Social y Cultural

“El hombre nace desnudo y muere vestido”

Hiler, 1939

 

Muchos de nosotros podríamos llegar a la conclusión antropológica de que la vestimenta en el hombre tuvo su origen cumpliendo la función de abrigar, después de que éste perdiera el vello corporal. Sin dejar de ser un razonamiento válido, sería muy simple. Ya que la vestimenta no es sólo un producto material para cubrir el cuerpo, sino que más que cualquier otro producto utilizado por el hombre, desarrolló el papel simbólico que media entre las relaciones naturaleza-hombre-medio social-medio ambiente. Por esta razón la vestimenta forma parte de todos los estudios antropológicos y etnográficos de un pueblo.

El vestido o la forma de vestir nos rebela muchas de las características sociales de su portador: el sexo, la edad, la posición social, la época, el clima y la moda del momento, pero incluso nos puede desvelar sus sentimientos y su forma de pensar.

No será sino hasta los siglos XVIII y XIX, cuando a través de corrientes ideológicas como la Ilustración y sobretodo el Romanticismo, se ponga en valor todo lo tradicional (costumbres, danzas, canciones, cuentos, la vestimenta…) como signo identitario de un pueblo. Encontrándonos un especial interés de los autores de estas épocas por transmitir a través de las pinturas y los textos el espíritu colectivo que suponen todas estas manifestaciones culturales y refuerzan el valor de lo local.

En Soria, fueron los hermanos Bécquer los primeros en dejar prueba documental sobre la vestimenta tradicional. Valeriano en sus pinturas y grabados refleja mejor que nadie el legado de la vestimenta tradicional, en cuadros como “El Baile”, “El leñador”, “La panadera de Almazán”, “Los segadores”… Asimismo Gustavo Adolfo realiza descripciones de la vestimenta en sus famosas “Leyendas”. Posteriormente vendrán otros pintores como Joaquín Sorolla, en cuyo archivo fotográfico-documental y sus lienzos de la Hispanic Society of America recoge una muestra de costumbres y paisajes de las provincias de España y recala en Soria. También los trabajos etnográficos y folcloristas de José Tudela, Blas de Taracena o Teógenes Ortego refuerzan el conocimiento del traje popular.

La provincia de Soria bien por su dilatada extensión o bien por las múltiples idiosincrasias que la conforman, no puede reducir su traje tradicional a un tipo único. Por esta razón los estudiosos en la materia, como la Catedrática soriana Esther Vallejo suelen diferenciar cuatro zonas, donde el traje popular presenta rasgos diversos. Así lo recoge en su libro “El vestido popular en Soria” donde nos diferencia las siguientes cuatro zonas: La serrana o zona de pastoreo, la vertiente aragonesa con muchas influencias de Aragón, la zona de Páramos o Meseta y la zona de la Ribera con influencia de traje segoviano.

Por otro lado, hay que diferenciar también entre el traje de diario y el traje de fiesta. En estos aspectos, la etnografía y el trabajo de campo es primordial, pues muestra de primera mano, hablando con la gente mayor -menos influenciada- como eran unos y otros, las diferencias entre los trajes de diario, los de fiesta, los de boda, etc. Ellos nos relatarán, como el traje de diario está más adaptado a las condiciones de la vida y como el de fiesta está muy influenciado por la moda aristocrática del momento. Es importante reconocer como las clases populares fueron mucho más conservadoras en cuanto a la indumentaria reflejo de sus condiciones de vida, su entorno y su limitación de recursos, para poder adquirirlos. Las condiciones climáticas tan extremadamente duras en nuestra provincia, hacen que el vestido esté más adaptado al frío y a la dureza del trabajo en la intemperie.

Hubo unos años, a mediados del siglo XX, que el afán uniformizador del momento político limitó mucho la riqueza que suponía la variedad en el traje tradicional, lo que lamentablemente derivó en una deteriorada transmisión a las generaciones posteriores de cuál era el “verdadero” traje tradicional soriano. Afortunadamente, algunas de nuestras abuelas, guardaron prendas en los arcones y aunque se deterioraron pudieron ser copiadas y/o rescatadas, de modo que en la actualidad hemos podido disfrutar de la riqueza visual y la variedad de colores y prendas de un traje tradicional menos uniformado.

En nuestra provincia, el vestido tradicional, o sus reminiscencias, se nos muestra con esplendor, “tomando vida”, en las diferentes festividades locales. Pero es sin duda el día de las Calderas (el domingo en las fiestas sosticiales de verano de la capital) es cuando unas veces copiado y otras veces sacado de los baúles o armarios, se luce el mayor número y variedad de trajes tradicionales. Pero no sólo en la capital, sino que en casi todas las festividades locales a lo largo y ancho de la provincia, los sorianos y sorianas lucimos nuestros trajes con orgullo, como una herencia recibida de nuestras abuelas, que nos rebela sus costumbres, su estructura social, la moda del momento histórico… La mayoría de las veces, nuestra idea al portarlo es también transmitir esa herencia a nuestros descendientes, para que sepan de dónde venimos y quiénes somos, porque sólo desde nuestra identidad propia podremos conformar un futuro.

Los materiales que se usaban

Para conocer y describir el vestido popular, que mejor manera que hacerlo a través de los materiales que se utilizaban para confeccionarlo. Materiales que principalmente eran producidos en el entorno: el cuero, la lana, el cáñamo, el lino, posteriormente el algodón. Así como otras telas (seda) traídas de otros lares.

El cuero procedía de sus animales domésticos (ovejas, cabras, vacas, bueyes, conejos…). Con él y según su procedencia se fabricaban aperos de labranza, guarniciones para caballerizas, cabezadas, collerones, abarcas, asientos, sillas, botas, de vino, zambombas… Los que más lo utilizaban eran los pastores, en prendas como: chaquetas, chalecos, calzones, zahones, la montera, el culero… La mujer sin embargo apenas lo utilizaba en su vestimenta.

El tratamiento de la piel de los animales dependía del uso que requería. Así el cuero estezado es el más rústico, se curtía a golpes y en seco y servía para zahones, calzones y el culero. Las abarcas solían hacerse con piel de buey sin curar y se suavizaba o impermeabilizaba con grasa o sebo de oveja. A veces se teñía. El oficio de curtidor estaba muy extendido.

La lana, al ser Soria tierra de merinas, era el material más utilizado. Con ella se confeccionaban muchas prendas de vestir, pero también se utilizaba para colchones, mantas y prendas de abrigo en general.

Para su uso textil seguía un trabajoso proceso de transformación. En primer lugar se esquilaba a las ovejas para extraer la lana, que a continuación se lavaba y se secaba al sol. Una vez seca se cardaba para limpiar y ahuecar el vellón. Posteriormente se hilaba con la rueca y el huso, pasando al torcedor que dejaba la lana lista para tejer. En algunos casos, ante la ausencia de torcedor, se realizaba esa tarea a mano. La lana natural, se utilizaba tal cual y otras veces se teñía, dependiendo de si su uso era para medias o escarpines. El teñido se realizaba metiendo las madejas en tinajas con agua y tintes naturales (caparrosa, piedra de alumbre, cochinilla y sal gorda para fijar los colores), que se cerraban herméticamente y se enterraban en los muladares cuando empezaban a arder por efecto de la fermentación. Una vez teñidas pasaban a los telares para elaboración de paños, que servían para confeccionar faldas, jubones, corpiños, mantas, capas… dependiendo del destino también se abataneaban para que fuera la prenda más fuerte e impermeable. La lana como vellón se utilizaba generalmente para colchones, almohadas y cojines, también como relleno de asientos.

Para la confección de sayas, jubones, chambras y corpiños aparecieron más adelante otros materiales como el tartán (lana manufacturada), la felpa (tejido seda o algodón con pelo ½ dedo), percal (tela algodón blanca pintada más o menos fina y barata), terciopelo (tela de seda velluda y tupida formada por dos urdimbres y una trama), brocado (tejido fuerte de seda con dibujos de distinto color que el fondo).

El cáñamo es una planta anual de unos dos metros de altura, cultivo propio y abundante en Soria. Servía para confeccionar la ropa interior, la exterior de verano o la de casa, así como el vestuario de los niños. Las camisas interiores, las sábanas, los calzones interiores o zaragüelles, fueron posteriormente tejidos con lino, material que al no ser originario de la tierra sólo estaba al alcance de los más pudientes.

El cáñamo crecía en los huertos de abril a agosto, entonces se segaba, se secaba y luego se sacudía para desprender los cañamones. A continuación se engavillaba, se sumergía en agua veintiún días, pasados los cuales, se volvía a secar y se golpeaba con un mazo de madera o agramadera, esta operación se conocía como “majar” el cáñamo, que servía para separar la fibra y el tallo. Después se rastrillaba para separar la estopa y poder hilarlo. Se tejía y si se quería, se blanqueaban durante treinta días al sol, regándolas constantemente. Con cáñamo también se confeccionaban alpargatas, usándolo tanto para la suela como para empeines en tejido blanco o teñido. En nuestra provincia, Suellacabras tenía como industria principal los telares de cáñamo.

Una vez conocidos los materiales que se utilizaban para confeccionar las prendas del traje tradicional, vamos a describirlas clasificadas en función de las edades y sexos.

El ajuar infantil

Las vestimentas para recién nacido hasta los nueve y diez meses, consistían en: camisitas de cáñamo, hilo o lienzo fino según fuera el poder adquisitivo; jerseicitos de lana tejidos a punto o ganchillo según la habilidad; pañales cuadrados o rectangulares de cáñamo, lienzo o lino; faldón del mismo material; faja, cinta de diez centímetros de ancho por metro y medio de largo con la que se sujetaban los pañales y el faldón al abdomen del recién nacido a la altura del ombligo y se ataba con un hiladillo; gorro ajustado a la cabeza que cubría las orejas y se ataba al cuello, era de lana, cáñamo o lino según la estación climatológica, adornado o no. El chal solía ser de lana tejido a punto de ganchillo, cuadrado o en triángulo. Los niños dormían generalmente de bebés en su misma cama y protegían el colchón con una piel blanca de cordero. Dependiendo de sus posibles, dormían en cuna de madera.

El traje masculino

La primera prenda era la camisa, confeccionada en cáñamo, lino o algodón, según la época y posibilidades económicas. Tenía mangas, con tira al cuello y apertura hasta el pecho, bien fruncido el vuelo en la tirilla cervical o bien con jaretas. Si era la camisa de boda, solían llevar nueve jaretas en las mangas y nueve en la espalda. Alrededor de la apertura, según época, iban adornadas con bordados, las mangas eran abullonadas y apuñadas. Era larga hasta debajo de las rodillas, ya que les servía también de camisón.

Otra prenda interior masculina eran los zaragüelles o calzones, también de cáñamo, se ajustaban a la cintura con un cordón por la parte delantera. Tenían una tapa a modo de pañal que se llama “alzapón”.

Sobre la camisa se vestía el chaleco. Prenda que carece de mangas y se cierra con botones, que irán abrochados o no, dependiendo si lleva calzón exterior o pantalón. Se diferenciaban los de diario de los de fiesta, por los materiales utilizados: paño, lino, seda o brocado.

El calzón exterior tenía la cintura y la tapa como los zaragüelles, ya que utilizaban el mismo patrón. Sin embargo, era más estrecho y abierto por ambos lados y cerrados por botones. Eran de paño, terciopelo o cuero (pastores) de color oscuro, negro o marrón.

La faja era una tira de lana, algodón o estameña que daba varias vueltas a la cintura y cadera, acababa en flecos. La llevaban cruda o teñida, de rojo, morado o azul. Era una prenda muy práctica pues abrigaba los riñones, sujetaba el calzón y en ella llevaban el tabaco y la bolsa del dinero.

La chaqueta era de paño, negra o marrón. Posteriormente también fue de pana lisa o rayada. Estaba abierta por delante y no rebasaba la cintura, con solapas, casi nunca iba cerrada. Normalmente iba ribeteada con bordados o pasamanería.

Las piernas iban vestidas con medias de la rodilla al tobillo, se sujetaban con ligas. Otro accesorio eran los peales, que cubrían el pie hasta el tobillo. Tanto las medias como los peales eran de lana. Las medias de color azul o blanco, según fueran de diario o de fiesta. Los peales de color crudo, marrón o negro.

El escarpín era una especia de peal, hecho de paño, que se cerraba en el tobillo con botones.

Los zahones o zagones cubrían las piernas y el vientre por la parte delantera. Eran de cuero. Las perneras se ataban en la parte posterior de la pierna con cintas. Los llevaban los pastores y campesinos para protegerse en la realización de tareas muy duras.

Los pies eran calzados con albarcas o abarcas de piel, alpargatas de cáñamo con hiladillos negros y cuando nevaba o llovía se utilizaban zuecos de madera.

En cuanto a prendas de abrigo, el hombre utilizaba varias: la capa, el capote, la anguarina y la manta de pastor. La capa es la prenda más antigua. Desciende del sagún celtíbero, solía tener superpuesta una esclavina hasta el antebrazo. Se ataba en el cuello. Era de paño abataneado para repeler el agua. El largo era hasta la espinilla. Solía ser de color pardo o negro, excepto las de los pastores que eran de color blanco, junto con la manta de cuadros o rayas. Cuando los pastores no tenían muchos posibles, en la manta cosían los extremos para hacer una especie de capucha. En la edad media, cada estamento social poseía una prenda del tipo de la capa que les caracterizada, así los guerreros utilizaban el capuz, los nobles el tabardo, los religiosos diferentes tipos de capa (de coro, pluvial, la parda, la monástica o la magna), los campesinos el capotillo y los pastores el capote y la capa blanca. De los árabes heredamos el albornoz, que es un capote con capucha. La anguarina o hungarina, dicen que era una prenda propia de los campesinos húngaros y que adoptamos aquí. Era una prenda cerrada de paño tosco, no muy larga, abierta en su mitad delantera y sin mangas. Si tenía capucha y mangas se llamaban tabardos, podían estar teñidos o no y eran bataneadas. Por último cabe destacar el tapabocas, que era una bufanda ancha de paño de lana, con combinación de colores en rayas y cuadros, con flecos en los extremos.

Los hombres cubrían sus cabezas con pañuelos, sombreros, gorros o monteras de paño o piel, según la zona provincial, clase social y/o trabajo.

El traje femenino

El traje que portaban las mujeres es mucho más rico y variado que el masculino, tanto en número de prendas como en colorido. Los que nos han llegado hasta hoy son de los siglos XIX y XX y provienen de los arcones familiares.

La camisa, era la prenda interior en contacto con la piel, generalmente de cáñamo fino, lino posteriormente algodón. Era larga (se usaba como camisón) y con escote cuadrado o redondo, con o sin mangas según se usara en verano o invierno, adornada con frunces y jaretas, la apertura del cuello, si la tenía, se cerraba con un cordón de lazada.

Sobre la camisa, se colocaba el corpiño, que era una especie de chaleco ajustado sin mangas, que no pasaba de la cintura, más escotado que la camisa, abierto por delante, se ataba mediante un cordón cruzado. Cuando a esta prenda se le añadieron mangas, se le llamaba jubón. En cuanto a colores dependía si era de diario o de fiesta, o de la edad de sus portadoras. Así, las más jóvenes portaban colores más alegres y vivos, y las mujeres de mayor edad llevaban colores más serios y apagados. Algunos corpiños o jubones por imitación o modas de la nobleza, se alargaron hasta la cadera con cortes abiertos sobre la falda.

La chambra, era un jubón con mangas más cerrado en el escote y mangas largas y apuñadas a veces con puntillas en el cuello y puños si estas eran de fiesta. Las telas variaban si era de trabajo o de fiesta, así como los adornos que solían ser de algodón o percal. Las de fiesta de seda brocada, paño fino o incluso terciopelo, dependiendo si eran de boda. Se cerraban con botones caprichosos en el centro o lado izquierdo y en el hombro, como la chaqueta militar. Su confección era muy cuidada y solía armarse por dentro con telas fuertes y delgadas como el tartán o felpa fina.

Las enaguas eran prendas internas. Aparecieron posteriormente, lo que hizo que se acortaran las camisas. Eran de cáñamo, lino o algodón. Su confección sería con el mismo patrón que las sayas, pero de menor vuelo y más cortas, ya que no debían asomar por debajo de éstas.

El refajo era una saya de vuelo menor y tela más fina. Solían ser de paño y estaban primorosamente adornados, puesto que a veces quedaban a la vista, bien porque se usara la saya exterior (o primera saya) de abrigo o para la lluvia, bien porque se recogía ésta en la cintura para realizar trabajos de huerta o lavado de ropa. A veces se usaban como refajo las sayas viejas, especialmente en invierno.

La saya era la prenda exterior por excelencia, de paño de lana en invierno o de percal o paño fino en verano. Tenía mucho vuelo en la parte trasera, que se ceñía a la cintura con tablas o bordados de nido de abeja. En los laterales llevaba dos aperturas que a la vez que servían para utilizarla según cambiaba la talla, servían para meter la mano a otra prenda llamada faldriquera, una especie de bolsillo externo para la llave, el dinero y/o el moquero, que iba por debajo de la saya y se ataba a la cintura con un cordón.

Para la realización de la saya se usaban cuatro anchos de tela o unos tres metros, según zonas eran más o menos largas entre la pantorrilla y el tobillo. Era una prenda muy cuidada y se procuraba tener varias, una para la fiesta y otras para diario, que solían estar más estropeadas y se usaban finalmente como refajo (como ya hemos dicho anteriormente). El color de cada saya se teñía en casa, iban desde el rojo, el pardo, tostado, morado, verdes, azules… según moda y zonas de la provincia. El adorno era con cintas o cenefas bordadas en los paños finos. A veces también se grababan a fuego dependiendo del paño. Si la niña era mocita y se preveía que iba a crecer, se hacía un pronunciado pliegue bajo la cadera, que serviría para alargar la falda. En la parte inferior, pero por dentro, se ponía una pieza de unos 20 cm de otra tela llamada haldar. Esta pieza daba cuerpo e impedía que la saya se metiese entre las piernas. En su parte superior iba cortado a picos u ondas y en la parte inferior se alienaba con la saya y se remataba con una cinta negra que solía ser de trencilla, que a la vez que servía de adorno, la protegía del roce con el suelo y la suciedad. La saya de boda era de brocado o tela adamascada, del mismo color que la chambra, generalmente. Sobre la saya siempre se llevaba un delantal más o menos largo y con bolsillo. Los de ceremonia eran más largos y más adornados.

En los trajes de diario, la chambra iba cubierta con un mantón pequeño o un dengue, ambos de paño. El mantón podía tener flecos y se doblaba en forma de triángulo sobre los hombros, sujetándose en la cintura. El dengue era más utilizado por la mujer en época de lactancia y así abrigar el pecho para evitar el temido “pelo”. Se cruzaba por delante y se ataba en la espalda, en la parte trasera era como un triángulo que se cogía con la parte delantera.

El calzado femenino era abarca o alpargata de cáñamo o zueco en el día a día, así como botas de cuero y zapatos abotinados en festivos.

El mantón era una prenda tanto de abrigo como de adorno, que solía ser con bordados finísimos de vivos colores (rojos, rosas, azules o verdes) en bonitos adornos florales generalmente, que las mujeres realizaban con esmero. Los más codiciados son los de ocho puntas cuya medida era de tres metros de largo por un metro y medio de ancho.

En el siglo XIX se empezaron a ver en la provincia los famosos “mantones de manila” que aunque su origen es chino, a raíz de la guerra en Filipinas, nuestros jóvenes los trajeron para novias y madres. Era un mantón de seda bordado a mano sobre fondos negros, crudos o blancos, con flecos más largos que los que se usaban por aquí en esa época.

Había varias técnicas para poner el mantón, generalmente se ponía sobre jubones negros, se colocaba sobre los hombros doblando la parte central hacia dentro y así se iría metiendo el borde sobre el escote, se cruzarían los picos delanteros en el pecho para atarlo por detrás en la cintura. Cuando el mantón no era muy largo, se colocaba sobre los hombros, se doblaba la parte central de la espalda hacia dentro y los picos laterales se sujetaban con un broche en la parte inferior del escote y en la cintura cayendo estos sobre la saya. Estos son los llamados mantones de pañuelo.

En invierno, el mantón de paño con fleco de unos 10 cm que hasta hace poco han llevado nuestras abuelas, era la prenda de abrigo más usada. Ya hemos dicho que otra prenda de abrigo era la saya principal elevada hacia la cabeza por la parte de atrás, dejando la segunda saya al descubierto. Las toquillas de lana eran otra prenda de abrigo utilizada por las mujeres. Realizadas a punto de ganchillo, no solían ser más bajas que la cintura.

PeinadosEn cuanto al peinado, era siempre un recogido. Lo más tradicional era el moño de picaporte, que se realizaba partiendo el cabello en la parte superior de la cabeza (raya en medio), para posteriormente recoger todo el pelo en la nuca y se repartía para hacer varias trenzas, cuyo número variaba según la cantidad de pelo de la portadora. Con esas trenzas, se volvía a hacer otras y se llevaban hacia la parte superior de la cabeza, en el hueco que quedaba entre las dos sujeciones de las trenzas, se adornaba el peinado con unas cintas de seda o adornos que hacían que pareciese el picaporte de una puerta. Algunas veces, se cubría la cabeza con un pañuelo vistoso, cuyas puntas se ataban en la parte superior de la cabeza.

En los días festivos para ceremonias religiosas, la cabeza se cubría con una pieza llamada mantillo, que podía ser de paño fino o seda. Tenía una cinta de terciopelo u otra tela en el borde, se centraba en el alto de la cabeza y caía sobre los hombros, para terminar los picos hacia el pecho. Para centrarlo correctamente, en su mitad ponían con hilo una especie de marca o borla que coincidía con la mitad de la frente. Como llevaban moño, la parte de atrás quedaba más levantada y para ajustarlo se usaba algún agujón.

CollaradaLas mujeres siempre hemos tenido la necesidad de llevar adornos más o menos prácticos para realzar la belleza, por ello el ajuar femenino no puede entenderse sin las joyas. Zarzillos, broches, anillos, agujones, camafeos, relicarios y collares, realizados generalmente en nuestra provincia con piezas compradas a vendedores ambulantes, religiosas o no, a veces eran de plata, que se alternaban con piezas de coral, cuentas de madera, medallas de santos… Pero sin duda el adorno más representativo son los pendientes y broches de bellota, que antiguamente se abrían para que la portadora pusiera en él su perfume, por eso son también llamados “síguemepollo”. El broche se colocaba en una cinta de terciopelo o raso al cuello.

Conclusión y agradecimientos

Para realizar esta aproximación a la vestimenta tradicional, no sólo hemos consultado fuentes bibliográficas, sino que además de éstas, hemos podido contar con la inestimable aportación de los relatos y descripciones de personas que por su edad guardan en su memoria la forma de vivir y vestir que recuerdan de sus años mozos, allá por la primera mitad del siglo pasado. A todos ellos agradecemos desde estas líneas su colaboración en esta herencia cultural, que podrá servir a las futuras generaciones al pasar de la voz a la letra impresa.

BIBLIOGRAFÍA CONSULTADA

Corona Dávila, R.M.- “Diccionario Histórico de tejidos y Telas” - Ed. Junta de Castilla y León (2004)

Díaz, J.- “Estudios de etnología de Castilla y León (1992-1999)” – Ed. Junta de Castilla y León (2001)

Omeñaca Hernández, M.R.- “Las ropas del arcón. Indumentaria Tradicional” – Revista de Soria nº 27 – Ed. Excma. Diputación Provincial de Soria.

Vallejo, E.- “El Vestido popular en Soria” - Ed. Excma. Diputación Provincial de Soria (2006)

Vega Herrero, C.- “Vestimenta popular Segoviana. Un recorrido por la tradición” – Ed. La propia autora (2011

 

© Mª Gloria García Mazalvete
(Tal y como vivíamos, Isabel Goig Soler)


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