Los usos y
costumbres de los pueblos, como fenómenos biológico-sociales que
son, tienen necesariamente que sufrir los cambios y evoluciones que
la misma vida les impone, por esto precisamente no puede decirse que
han sido o deben ser inmutables, toda vez que en su esencia son
variables, adaptándose a las modificaciones que les impone la vida,
sería por lo tanto ineficaz cualquier traba impuesta a su evolución,
porque el impulso vital saltaría o burlaría el obstáculo.
No obstante, es posible, si no
contener, encauzar o corregir los usos y costumbres populares, como
la lengua o religión que son también fenómenos sociales; pero sería
vano sujetarse a normas fijas, rígidas e inmutables ya que entonces
todo impulso humano se mueve falto de espíritu y sólo podrá perdurar
anquilosado en la letra muerta o en el seco y árido rito.
Esto
acontecería a las Fiestas de San Juan, a las fiestas de la Madre de
Dios, si intentáramos conservarlas en lo que arbitrariamente se
denomina su estricta pura o su legítima tradición; ya que, si en un
tiempo fueron estas fiestas de una peculiar manera era porque la
vida de Soria en aquel tiempo determinado era de una especial manera
de ser y las fiestas de San Juan de entonces, como cualquier otra
manifestación genuinamente popular, eran fiel reflejo y consecuencia
lógica del especial modo de vivir de aquel tiempo.
Así
resultaría hoy imposible resucitar artificialmente la fiesta de la
Saca como nosotros mismos, no hace muchos años, la hemos
contemplado. El “progreso material” ha transformado los medios de
locomoción arrumbando los coches y casi hasta los carros y
cabalgaduras ante la invasión dominadora del motor.
De igual
manera el cambio de sensibilidad, “el progreso moral”, ha impuesto
la modificación de la “prueba”, de fiesta de toros del Viernes y del
Sábado “Agés”. Antes se capeaban el jueves por la tarde los diez y
seis toros que habían sido acosados por la mañana en La Saca, se
toreaban y banderilleaban los diez y seis por la mañana y por la
tarde el Viernes de Toros, más se les arrastraba que corría en la
madrugada del Sábado Agés, enmaromados, pinchados y apaleados, hasta
la hora, feliz para los pobres brutos, en que se les daba la
puntilla para ser repartidos en tajadas crudas y en raciones
guisadas en caldera a los pacíficos vecinos, que con tan inocente
crueldad “soportaban” hasta la quinta esencia la vida y la muerte
del toro.
Por otros
motivos ha cambiado también con ventaja la costumbre de las “compras
de toros”. Pero en este caso más que por un impulso vital y
progresivo, ha cambiado esta costumbre obligada por la consecuencia
de medidas retardatarias y regresivas; es vieja enseñanza en
política, que para arreglar los asuntos públicos los mejores medios
de composición surgen de su pésimo desarreglo.
Si el monte
de Valonsadero fuese racionalmente explotado no tendría nunca ganado
bravío, como lo ha tenido en el régimen anárquico y silvestre que
regía y en parte rige su aprovechamiento, sino que sostendría ganado
seleccionado, bien atendido en invierno y bien cuidado en todo
tiempo, tampoco habría de haber más toros que los elegidos para
sementales, no la mezcla de toros padres, toretes y novillos de
todas las castas y clases, que en rústica libertad se mezclaban con
vacas y becerras de todas las calañas, como en la más absurda
república pecuaria; y por lo tanto, al no haber en Valonsadero,
entonces, más que unos pocos toros sementales, mansos y de buen
precio, y al no encontrarse toretes ni novillos cerriles, ni
vaquillas bravías, se hubiera impuesto la solución que ahora se ha
dado para comprar toros –puesto que en el monte no los hay por la
abundancia de conejos- esto es, somprar toros buenos y bravos...
donde los haya, llevarlos al monte para hacer de la tarde de la
Compra la tarde del sorteo y de la de La Saca un pretexto para la
gira campestre.
Esta misma
escasez de pastos debida a la plaga de conejos ha motivado la
ausencia de todo ganado de recrío, ya que actualmente se hallan
encabezadas vacas de leche y de labor que aprovechan la primavera y
en los otoños buenos el pasto que los conejos (ilegible) los
ganaderos tienen que prestar para las capeas de San Juan, San Roque
y San Saturio son esas honorables vacas de trabajo y esas pacíficas
vacas lecheras, que nada ganan en vigor, ni hasta en dignidad, con
la persecución de campo abierto que sufren en el monte y con el
tareo a puerta cerrada que padecen en la plaza.
El día que
los ganaderos se cansen de prestar sus pacíficas vacas para que sean
asustadas más que toreadas, por los “intrépidos” capeadores y los
capeadores se harten de correr “valientemente” las vacas mansas y el
público se aburra con este espectáculo ridículo de nuestras capeas
sin bravura, ni valor, donde huye el que debe atacar y persigue el
que debe atender y burlar... entonces el Muy Ilustre Ayuntamiento,
acaso se decida a pensar en este absurdo e injusto caso de las
capeas de Soria, para que sean, mientras subsistan, lo que deben
ser, y pensando encontrarían una fácil solución con el alquiler de
vacas y novillos bravíos o bravos que fuesen capeados embolados en
estas fiestas de Junio, Agosto y Octubre.
Así poco a
poco, a impulso y compás de la vida, se puede encauzar la evolución
de los usos y costumbres, procurando conservar lo que tenga vida
propia y razón de ser, modificando y sustituyendo con discreción,
sin desvirtuar en lo posible lo modificado, lo que no pueda
subsistir. Así ha de intentarse la reforma de nuestras fiestas de
San Juan.