De Pobreras y Mendicidad en Soria

  

Lugar donde estaba ubicada la pobrera de Berlanga de DueroLa frase lapidaria "siempre ha habido ricos y pobres", tal vez sea de las más lapidarias y de las más ciertas que se puedan escuchar. Desarrapados, tullidos, desheredados, vagos, pícaros y ciegos han servido a lo largo de la historia para ilustrar personajes literarios y modelos pictóricos. También a lo largo de la historia han servido estos personajes para aliviar las conciencias de los ricos y de cierta preocupación de los dirigentes para tratar de atender sus necesidades unas veces y apartarlos de la vista otras.

José Carlos Capel, en su "Pícaros, ollas, inquisidores y monjes", hace un estudio, entre jocoso y tremendo de esta parte de la sociedad desclasada, y Eslava Galán, en su "Tumbaollas…", no se queda atrás, así ambos nos muestran masas de "desposeídos y marginados que componían el último estrato social", los cuales no encontraban más alternativa que el enrolamiento en los tercios, el ingreso en monasterios o conventos o el desenvolvimiento al margen de la sociedad, situación que alcanzó su punto álgido en el siglo XVI. Capel afirma que "según cálculos aproximados a mediados del siglo XVI, sobre un conjunto de cinco millones de personas, existían en España 160.000 mendigos declarados y miles de pícaros sin control". Y continua el autor "la recurrente "sopa boba", infecto sopicaldo de huesos y despojos repartidos en la puerta de los conventos con gratuidad, contribuyó a transformar el rango de la mendicidad en España hasta elevarla al nivel de medio de vida decoroso". Gracias a este sopicaldo y a la limosna reglamentada, tanto por parte de la Iglesia, como de los nobles y responsables municipales, los pobres siguieron siendo pobres, pero surgió una picaresca que hizo de la mendicidad una actividad lucrativa. Aunque una ley que ha permanecido hasta nuestros días –más o menos modificada- imponía, en el siglo XVI, un examen de pobre para poder ejercer la mendicidad. Esta cédula de pobreza se ha mantenido hasta hace cuarenta años. Según José Antonio Martín de Marco, archivero municipal, en el archivo se conservan certificados de pobreza y de conducta de 1936 a 1962.

Distinguiremos en este trabajo-apunte sobre la mendicidad en Soria, los mendigos transeúntes por un lado y los pobres de solemnidad por otro, integrados éstos en su lugar de nacimiento o residencia. Sin duda tienen más interés literario los primeros. Para ellos se pensaron las pobreras, de las que todavía quedan restos arquitectónicos en la provincia, y lo que resulta más interesante, el recuerdo de algunos chascarrillos y de esos mismos pobres quienes hacían las delicias –por paradójico que suene- de los más jóvenes.

Está claro que siempre que un pobre se acercaba a una casa a pedir "por el amor de Dios" o con otras fórmulas, se le atendía, incluso hay que decir que era obligación atenderles con la limosna, como veremos más adelante analizando las estrictas leyes de una comunidad, Berlanga de Duero concretamente, a través de sus ordenanzas. Incluso se sigue haciendo, a pesar de que en la actualidad se habla de justicia social y de "excluidos sociales" y en general se encargan de ellos la Iglesia a través de Cáritas y los ayuntamientos.

El Diccionario de Autoridades define "pobre vergonzante" como "la persona que por su calidad y obligaciones no puede pedir limosna de puerta en puerta y lo hace de modo que sea con el mayor secreto posible". El "pobrero" –según el diccionario mencionado- es "el que en las comunidades tiene el encargo de dar limosna a los pobres". Por otro lado estarían los "mendigos transeúntes", los cuales serían los usuarios de las pobreras y los "pobres de solemnidad" vecinos de los pueblos, según se recoge en el Catastro del Marqués de la Ensenada, grupo marginado, entre los que abundaban las viudas y enfermos, los cuales se veían obligados a vivir de la mendicidad. Para José Antonio Martín de Marco, archivero municipal, "un pobre de solemnidad es aquel que no tiene ni puede disponer de un metro cuadrado de tierra donde poderse enterrar, aquello de "no tiene ni dónde caerse muerto", es aplicable a este grupo social". Para Juan Antonio Gaya Nuño –"El santero de San Saturio"-, pobre de solemnidad "no significa pobreza absoluta, sino mostrada con gran profusión de medios, tanto en atavío cuanto en gestos y en una auténtica liturgia de pedir limosna. Los pobres de solemnidad venían a ser en Soria verdaderos pobres de pontifical. No los viejecillos mal afeitados, de roto tapabocas, que se contentaban con unos mendrugos de pan duro, y que al correr de los años se encrespaban si no se les socorría con una perra chica; estos eran pobres del montón". Después escribe sobre del Pobre Ciego de Soria y dice de él que "jamás se hallará exagerado ningún personaje de Zuloaga", comparándolo con este pobre por antonomasia. Formaban los pobres de solemnidad uno de los grupos sociales en los que se dividía la población en el citado catastro del siglo XVIII. En esas fechas se censaban en la provincia de Soria más de mil doscientos, repartidos por la capital y la provincia.

También existían los pobres a medias. Según el personaje de Emilio Ruiz Ruiz "el Cangrejero", este alternaba la industria del cangrejo con la mendicidad: "tan pronto como el "Cangrejero" colocaba su mercancía –unas docenas de cangrejos- salía disparado a despachar su hambre a un pequeño figón –El Pájaro Azul- que estaba enfrente del Arco del Cuerno, a muy pocos pasos de la Posada de la Moto, en la plazoleta de San Gil, haciendo esquina con la calle Zapatería".

En lugares de mayor población llegaban a confundirse los mendigos con los llamados "vagabundos", los cuales se aprovechaban de las limosnas que daban la Iglesia y la nobleza. Los pobres transeúntes eran también vagabundos si se interpreta el concepto en su esencia etimológica. Para ellos existían unas leyes municipales y unos lugares para albergarse, las pobreras. Donde no existían las pobreras, los vecinos tenían la obligación de acogerles a "reo vecino". Si estaban enfermos y en el lugar existía hospital, eran atendidos en ellos.

Las pobreras y las ordenanzas municipales

Trébago es uno de los lugares donde no existían pobreras. Los mendigos eran muy bien tratados en este lugar, según nos informaron, y hasta el año 1936, los habitantes, a reo vecino, se encargaban de hacerles un sitio en la cocina, darles de cenar y proporcionarles un lugar para dormir, generalmente el pajar, proveerles de mantas y al otro día, antes de que se marcharan, darles el desayuno. El alguacil llevaba el control del vecino que por turnos debía atender a estos pobres de solemnidad. Otro tanto sucedía en Arévalo de la Sierra, donde debían ofrecerles cena y alojamiento a "reo vecino". Javier Mozas nos aseguró que en Madruédano no existían pobreras porque la gente es muy amable y atendía a los mendigos en sus casas. En Palacio de San Pedro tampoco existían las pobreras. Despiertos los chavales de la posguerra, con esa viveza que otorga la necesidad de inventar sus propios juegos y distraer sus ocios, recuerda Mercedes Fernández, sobre todo, el deseo de los chavales de la época de ir a charlar con los pobres que pernoctaban en Palacio, sabedores de que llegaban de otros lugares, habían conocido a otras gentes y podrían contarles sabrosas anécdotas. Se cobijaban estos pobres en casa del vecino que tenía la cruz -la tenían unos ocho días cada vecino lo que da idea de la cantidad de pobres que por allí circulaban- y este vecino tenía la obligación de darles de comer, generalmente sopas de ajo y torreznos.

Pobreras en Miño de MedinaceliSí existían pobreras en Gallinero, encargándose el ayuntamiento de su mantenimiento así como de atender a sus circunstanciales huéspedes. En Cabrejas del Campo también había pobreras o "casa de los pobres" (como recuerda Martín de Marco) en las eras, camino de Almenar, de adobe con chimenea. Eran propiedad del Ayuntamiento, el cual se ocupaba de su mantenimiento. Los pobres pedían por las casas y al cobijo de la pobrera se reunían comer lo conseguido, según el grado de generosidad de los habitantes. En Duáñez todavía pueden verse restos de pobreras. Y Verónica Retamero, de Miño de Medinaceli, recuerda que lo que llamaban "la casa de los pobres", era una oquedad, justo debajo de las sepulturas rupestres, en el hueco que dejan esas sepulturas, protegido con una puerta de madera. De las de Valderrodilla se conserva el recuerdo de "Los mandamientos de la ley del pobre" escuchados por Bienvenido Rincón en las pobreras. También en este lugar próximo a Fuentepinilla tendrían los chavales curiosidad por las anécdotas de correrías que contaran los mendigos y la precaución, como la de Bienvenido, de apuntarse estos mandamientos y así evitar su pérdida. "Primero dormir en el suelo./Segundo andar por el mundo./Tercero no comer sopas de carnero./Cuarto nunca estarás harto./Quinto no beberás vino tinto./Estos cinco mandamientos se cierran en dos: el matar piojos y pulgas y pedir limosna a Dios".

Junto con las pobreras convivían otros servicios públicos, las fuentes. En algunos lugares todavía se conservan algunas con el nombre de "fuente del piojo", por ejemplo en Ciria, donde regularmente acudían los pobres a lavarse. En la carretera C-115 (Burgo de Osma a Ariza) se encuentra tal vez la fuente más renombrada de toda la comarca, la de la Zorra. Su nombre es relativamente reciente, ya que antes de canalizar la salida de agua de ese manantial y colocarle piedras a su alrededor, el nombre era el de "fuente del Pobre", porque, al parecer, un mendigo pasó mucho tiempo por los alrededores y era ahí donde se aseaba y donde bebía. A un ingeniero no debió gustarle el nombre y, mientras la canalizaban, vieron una zorra bebiendo, lo que motivó en cambio. Aunque, como sucede con las tradiciones, esas quedan en el acervo popular y nunca llegan a perderse.

Y algo menos tangible que pobreras y fuentes era el vino de cortinillas. Recoge esta costumbre, mantenida hasta fechas bien recientes, Ramón Pita Parapar en su novela inédita "El sauce llorón". Dice que "vendían -en algunas tabernas de Soria hacia los años sesenta- el llamado vino de cortinillas para los pobres y menesterosos, a menos de la mitad de precio que el vino normal, y que era el que se recogía en una taza en la que vertían las escurriduras de lo que quedaba en los vasos del resto de la clientela".

De lo escrito líneas arriba se deduce que los ayuntamientos fueron los encargados de aliviar las necesidades de los pobres transeúntes, ya propiciándoles cobijo ya controlando el reo vecino, llegando a legislar sobre ello. La lectura de las ordenanzas de la villa de Berlanga de Duero del año 1.638 sirve para ilustrar esa preocupación. La primera de ellas es que los cargos de diputados del Ayuntamiento y de hijosdalgo debían jurarse "mirando el servicio de Dios y de su Señoría y el bien de pobres y república". En cuanto a las multas –penas- en maravedíes, eran aplicadas, al menos en el cincuenta por ciento, para pobres. Por ejemplo si no se cumplían las normas de las elecciones a cargos y pretendían ser reelegidos para los mismos. O cuando había reuniones y no acudían "al que sin legítima excusa dejare de venir dos reales de pena para pobres".

El pobre vergonzante, ese que no puede pedir limosna de puerta en puerta, porque no debería ser pobre según ordenación social de la época, estaba también contemplado en estas ordenanzas que comentamos. "Personas que pidan para los pobres: 11 OTROSI QUE EL DICHO DIA nombren en el Ayuntamiento personas que pidan para envergonzantes como es costumbre repartiendo a los que han de pedir del Ayuntamiento de dos en dos señalando los dos que han de pedir el mes de enero así el de febrero y los demás meses hasta el mes de junio y de allí adelante vuelva el adra a los que pidieron primero y las personas que han de pedir sean el hijodalgo y el procurador y regidor y los demás diputados de Ayuntamiento que son doce dos cada mes y al cabo del mes cada uno eche el adra a los que han de pedir el mes adelante la cual reciban y lo hagan sin poner excusado ninguno y pidan su mes so pena que por el día que faltaren de no pedir tengan de pena tres reales y averiguado que no pidió el señor corregidor lo mande luego cobrar y que se dé a pobres y porque muchas veces acaece que envían hijos y criados u otras personas a pedir y no es justo pues es obra del servicio de Dios nuestro señor sino que cada uno lo haga por su persona ordenamos que a los que LE CUPIEREN EL ADRA PIDAN por sus personas sin encomendarlo a ninguno de fuera del Ayuntamiento y el que lo contrario hiciere caiga en pena de doscientos maravedíes para pobres y se ejecute y repare por el señor sin que pueda hacerse misión de ellos".

El hecho de pedir para los pobres, como puede deducirse, estaba considerado un privilegio, algo así como la obtención de indulgencias, como expiar por los pecados y acercarse más a Dios. O, también, una de las formas que los ricos tenían de lavar sus conciencias. Pedir limosna, en general, era algo tan frecuente, dimanado de la expresión del ideal evangélico que, gracias a este ideal surgieron las órdenes mendicantes, tanto para su propia manutención como la de los más desheredados. Con ese ideal surgirían carmelitas, franciscanos, dominicos y agustinos y más tarde mercenarios, trinitarios, servitas, hermanos de San Juan de Dios…

En estas ordenanzas berlanguesas se contempla que, cuando se imponga una multa por el motivo que sea, la mitad de ella vaya a parar a los pobres. Por ejemplo las fiestas debían ser guardadas escrupulosamente so pena de multa. Así sucedía el día de la procesión a la ermita de San Baudelio –después conmutada por otra al monasterio de la Concepción para evitar "los grandes inconvenientes que se sucedían de dar pan, vino y queso a los fieles- festividad que debía ser respetada "so pena de doscientos maravedís a cada uno para pobres". Guardaban asimismo en la villa berlanguesa el día de San Agustín con la obligación de ir a misa, procesión y que "ninguno trabaje ni haga otra labor sino la que en agosto suelen hacer los días de domingo so pena de doscientos maravedís a cada uno la mitad para los pobres y la otra mitad para el que le acusase".

Hasta principios de este siglo que ya acaba, ordenanzas y bandos se han ocupado de este sector de la población. También en Berlanga de Duero, don Federico Sanz Ayuso, Alcalde constitucional de la villa, emitía, en 1902, un bando por el cual hacía saber "que el ayuntamiento que presido, de acuerdo con el Sr. Cura Párroco, ha dispuesto celebrar de tres a cuatro de la tarde del día de hoy, en la ermita de Nuestra Señora de Carrascosa, la tradicional función religiosa, que actualmente conmemora a San Lázaro, rezándose el rosario y a continuación se dirá el sermón, repartiéndose acto continuo a los pobres la limosna acostumbrada".

Los nobles, los ricos y los hospitales

Edificio del antiguo hospital-albergue de FuentestrúnNobles y ricos atendieron a los pobres y fundaron hospitales para ellos. En aquellas villas de señorío donde el noble cobraba los impuestos, era frecuente hallar centros que sirvieran de albergue y hospital. En Berlanga de Duero los condestables fundaron el de San Antonio, "hospital de enfermos y albergue de peregrinos (…) con muy luzida iglesia". De él sólo queda en la actualidad la enorme chimenea, la portada y la ermita dedica a la Virgen de las Torres. Este centro estaba dividido en salas para peregrinos sacerdote y "personas de buen avito pobres", y otra sala más se supone que para pobres de verdad. Se ubicaba fuera de la villa para evitar los peligros que de este tipo de establecimientos pudieran derivar a la población "pegandose las enfermedades contagiosas que suelen traer los pobres que a ellos bienen".

En el Reglamento del Hospital de Santa Isabel, de Soria, fundado por la viuda del licenciado Pedro Calderón, de nombre Isabel Rebollo, en el apartado de "enfermos que se admiten", advierte que sólo a los vecinos pobres de Soria, su Barrio de Las Casas, "y demás granjas y los criados que enferman en ella, tienen derecho a ser admitidos en este Hospital, con tal que sus enfermedades no sean de las exceptuadas". Se excluyen absolutamente los forasteros, como no sean precisamente pobres transeúntes. Las enfermedades que se excluían eran, niños antes del uso de razón, tísicos, gálicos (sifilíticos), tiñosos, y sarnosos. Sí admitían a los paralíticos y reumáticos "si sus indisposiciones no les permiten andar pidiendo limosna por las calles". Tampoco se admiten locos o dementes, ni los viejos achacosos, porque "en este caso sería más este establecimiento hospicio que hospital, y sus escasos fondos estaban limitados para pobres enfermos".

Existían hospitales en Almajano, con el nombre de hospital-albergue para mendigos. Caracena, donde todavía resiste el edificio de piedra. Fuentelmonje. Fuentestrún, tal vez también albergue de peregrinos; también se conserva el edificio. Burgo de Osma. Posiblemente en Torlengua y en Retortillo. Y el ya mencionado de Berlanga de Duero y Soria, entre otros.

Se ocupaban los nobles de atender directamente a sus pobres o a los que por sus palacios se acercaban, conocedores de las fechas en las que el señor se mostraba como tal, por aquello de nobleza obliga. En Tera, cabeza del valle del río del mismo nombre, han tenido desde siempre su residencia oficial los marqueses de Vadillo, importantes mesteños emparentados con otros nobles agredeños. En un pequeño palacio con restos de construcción gótica atendían a los pobres, dando de comer caldereta con el añadido de unas monedas como limosna a todos los que acudían al palacio. De esa costumbre todavía se mantiene la práctica de bendecir pan y repartirlo entre todo el pueblo el día de la patrona, Santa Constanza. Ese día se baja también a la iglesia la reliquia de la santa, custodiada en la ermita y se celebra una misa.

Emparentado con el anterior estaba en marqués de Velamazán, solar donde todavía se mantiene en pie el palacio. El día 20 de enero, festividad de San Sebastián, el marqués repartía entre los vecinos sardinas y vino. En la actualidad no se conserva la tradición.

Nobles entre los nobles sorianos eran los Fernández de Velasco, señores de Berlanga de Duero y los pueblos y aldeas de su tierra. Su castillo, recientemente adquirido por el Ayuntamiento de Berlanga, y la fachada de su palacio renacentista, el más bello de toda la provincia, ha sido la señera de esta villa. Fueron los patronos del hospital de San Antonio y siempre estuvieron atentos a las necesidades de los pobres. De ello da fe un documento encontrado en el Archivo Local de Berlanga de Duero, de fecha 11 de marzo de 1804, titulado "Acuerdos de la Sociedad de Caridad establecidos entre varios individuos del Estado Eclesiástico y secular que han suscrito para socorrer a los pobres". Se juntaron "con el Alcaide Justicia y Ayuntamiento, para formar un fondo con que atender al socorro de los pobres, los siguientes: el abad, prior y chantre de la Colegiata. El maestrescuela, canónigo y penitenciario y demás dignidades. Alcalde mayor, alcaide de la fortaleza, regidores, diputados, algunos particulares". El objeto era crear una junta para tratar del modo y forma de distribuir la limosna y demás incidencias. Se comisionaron a unos para repartir los caudales, a otros para informar de los pobres más necesitados de socorro y al médico titular para informar de los enfermos y convalecientes pobres. Se leyó una carta de la duquesa de Frías y Uceda, contestación a otra dirigida a ella, en la que se dignaba manifestar "a esta junta que si en vez de la última disposición que tenía comunicada a Antonio Ruiz Calzada, Dignidad de Chantre de esta iglesia de la distribución semanal de pan entre los más necesitados con el deseo de dar alivio a la suma miseria de que la tenía informada, además de otros beneficios que había dispensado en alivio de sus vasallos ya suministrando granos a préstamo y por vía de limosna, ya por menos precio del corriente pareciese más conveniente usar del medio de socorro propuesto por la representación dirigida se tratase con dicho señor chantre, a quien le prevenía en el particular".

Lo de los granos a préstamo viene a indicar otra forma que tenían los nobles de ayudar a sus vasallos más pobres, la fundación de los pósitos píos, de los que tenemos constancia en varias localidades, por supuesto Berlanga. En Nolay, don Eusebio Tarancón Moreno, maestre-escuela de la catedral de Sevilla, donó a su pueblo natal, además de su casa para escuelas y unas becas, un pósito de 900 fanegas que todavía, cinco años atrás, se repartía entre los vecinos. Un familiar directo de don Eusebio Tarancón fue Manuel Joaquín Tarancón, nacido en Covarrubias, muy cerca de Nolay, eclesiástico también –obispo de Zamora- e instructor de la reina Isabel II. El también fundó, a mediados del pasado siglo, un pósito pío.

La Caridad instituida

La costumbre de dar la caridad pervive todavía en muchos lugares de la provincia, aunque ya como resto folklórico. En Almarza, en la cofradía de los Santos Nuevos; el Domingo de Calderas de Soria; y en Navaleno, durante las fiestas de agosto, cuando se celebra la comida del toro, también llamada de la Caridad, en la fuente del "Botón".

En "Las fiestas de San Juan y James Home", novela recientemente reeditada, el curioso y a la vez perplejo visitante inglés, observa cómo, durante el entonces llamado Domingo de Caridad, "la honesta pobretería local, no vacila en dar honrada fe de ella acudiendo a la plaza de toros a recoger la tajada que regala el M.I. Ayuntamiento con el recuerdo de tiempos más felices en que pudo pagarla (…). Los de otras tierras que, acaso, de la necesidad hacen industria, o que por desgracia viven en la indigencia, mal cubiertos con pobres harapos, con suciedad y desvergüenza, noticiosos de que aquella mañana podían comer gratis y sin necesidad de alargar la mano para solicitarlo, acuden de luengas tierras para disfrutar del agasajo".

También los pudientes de este siglo, entre los que se encontraba Gonzalo Ruiz Pedroviejo, recibían a los pobres un día a la semana haciéndoles entrega, por mediación de las muchachas del servicio, de lo que los dueños de la casa estipularan. Esta costumbre se practicaba en todas partes. La que esto firma recuerda cómo en Jaén residía la marquesa de Torre Blanca, en una enorme casona de estilo andaluz; desde la de enfrente, mucho más modesta, la casa de sus abuelos, contemplaba fascinada, cada jueves, cómo las criadas de la marquesa, impecablemente vestidas de negro y blanco, con enormes cestas de mimbre, atendían a legión de pobres –gitanas con niños sobre todo- dándoles pan, tocino blanco salado y un puñado de almendras. A veces, alguno, se dirigía luego a casa de sus abuelos –tenían también sus pobres fijos-, pero la abuela sólo podía darles pan y, a veces, un pero, forma de llamar a determinada clase de manzanas en Jaén.

La mendicidad aquí y ahora: Iglesia-Ayuntamientos

Dice Martín de Marco que "una de las pocas cosas de que la Iglesia no puede avergonzarse es de haber dedicado parte de sus riquezas a los pobres". Opiniones existen, y bastante extendidas, de que, tanto la Iglesia como el estamento nobiliario primero y la burguesía después, han lavado sus conciencias a golpe de limosnas. Todavía, como siempre, los pobres se colocan en las puertas de los templos para ver de sacar algún duro a los católicos practicantes y, sobre todo, a las católicas empieladas y enjoyadas.

La Iglesia estuvo presente en este mundo desde siempre y, fundamentalmente, desde la aparición de las órdenes mendicantes –tanto para ellos como para los pobres- y desde los propios monasterios, donde se acogía a todo aquél que lo necesitara. También en forma de asociaciones. Recientemente hemos encontrado tirado a la basura –exactamente así- un libro de actas de las reuniones celebradas por las asociadas a la Obra de la Bienaventurada Luisa de Marillac. La fecha corre desde septiembre de 1957 a noviembre de 1965. Se reunían en el colegio del Sagrado Corazón, sede de la obra. Se dedicaban, en especial, a visitar y socorrer a los enfermos pobres. El director de la asociación, en esas fechas, era fray Odón Fuentes. Siempre firmaba las actas María Luisa Izaguirre, secretaria. Cada acta comienza dando cuenta de las visitas realizadas desde la última reunión, continúa con los consejos que el director les da sobre los evangelios del día y se hace recaudación, que ronda entre las 93 pesetas hasta las 200 aproximadamente. Hay nombres completos y direcciones, también completas, que, por supuesto, omitiremos. Estas direcciones de pobres enfermos, o circunstancialmente sin trabajo, o con hijos que pueden ser recogidos por la beneficencia, se circunscriben en general a la Barriada de Yagüe, calle Real, calle Santa María y Matadero Viejo. Visitaban también a los enfermos en los hospitales, se ocupaban de que pudieran acudir a Madrid en busca de solución a sus enfermedades y, cuando consideraban que estaban curados o les había sido concedida la pensión de viudedad, dejaban de atenderles para pasar a otros más necesitados.

Cáritas Diocesanas ha cumplido una función primordial en la ayuda a los necesitados y se trata de una organización, dependiente de la Iglesia, que lleva ya muchos años lanzando el mensaje de justicia social contra mendicidad. Son conscientes, no obstante, de que el pobre que acude a ellos, como el que limosnea por el Collado, necesita que en ese mismo momento se le solucione su problema y después sigan luchando por un mundo más justo. Atienden también a los pobres transeúntes.

La Diputación provincial, a lo largo del siglo, han dedicado parte de su presupuesto a atender casas-cunas u hospicios, asilos y hospitales. Todavía mantienen residencias de ancianos.

Ahora son los ayuntamientos los encargados, por la Ley de Acción Social y Servicios Sociales 18/88, de atender a los "excluidos sociales", o, más genéricamente, a colectivos desfavorecidos por distintos motivos, entre ellos el carecer de recursos económicos, según nos informaron Ricardo y Begoña, de Bienestar Social del Ayuntamiento de Soria. Conceden ayudas económicas destinadas a salvar una situación (perecedera en principio) por falta de recursos. Para el pobre transeúnte existe la ayuda inmediata (previa valoración de la asistenta social) que consiste en un vale de comida y una noche gratis en pensión (en Soria no existen albergues), además de billete para autobús.

Duáñez desde donde estaban situadas las antiguas pobrerasPara el pobre residente la asistencia social está dividida en dos zonas: este/oeste. El Ayuntamiento dispone y gestiona los IMIS (Ingresos mínimos de inserción), y la Junta de Castilla y León se hace cargo de la parte económica. Pueden recibir dinero en metálico, unas 40.000 pesetas/mes. Estas ayudas están condicionadas por la obligación de búsqueda activa de empleo y participar en programas de formación. Para acceder a ellas es necesario llevar dos meses inscrito como demandante de empleo, dos años empadronado en Soria y carecer de ingresos que no cubran las necesidades. Soria es la ciudad con menos IMIS de Castilla y León. A veces no se tramita un IMIS, la ayuda entonces es más directa, puntual, cuando, por ejemplo un lactante necesita ser atendido. Estos casos, más acuciantes, se atienden directamente con dinero municipal.

Salvo los más nostálgicos, en el sentido peyorativo que se otorga al término, nadie añora los largos siglos del duro pordioserismo. Aunque mendigos existen. Pero son personas que, como "el Cangrejero" de Emilio Ruiz, compatibilizan "industria con mendicidad". Tengo fresca en la memoria, a pesar de los años transcurridos, a Sebastián, el protagonista de mi novela, aún sin publicar, "Hoy ha muerto un mendigo", el cual fue asesinado en Valladolid a manos de un compañero de fatigas. Él simultaneaba la práctica del temporeo en el Sur de Francia, Lérida, La Rioja y Jaén, con la utilización de los albergues y la ayuda de los ayuntamientos, también limosneaba "nos necesitan los burgueses para acallar la conciencia", me dijo. Precisamente pasó una vez por Berlanga de Duero acompañado de dos hermosos perros de su propiedad, muy limpios, tanto como él mismo. Recuerdo su respuesta a mi pregunta sobre su pulcritud: "Es que cuando viajo siempre llevo en mi mochila jabón, peine, cepillo de dientes... Me lavo en los ríos y arroyos, y también limpio mi ropa. La arena de las orillas me sirve de detergente. El jabón, más caro, lo guardo para el cuerpo". Tal vez la codicia de esos modestos objetos, que él le hubiera regalado de buen gusto, motivó el asesinato. Gajes del oficio, que diría Sebastián.

Días atrás, en la calle Puertas de Pro, encontré un hombre de mediana estatura, fuerte y de hermosos ojos azules. Me pidió cien pesetas y, naturalmente, se las di. Soy de las que piensa como Cáritas, primero solucionar el problema y después la justicia social. Pegué la hebra con él. Era de Badajoz. Cuando le informé de dónde podía acudir para ser ayudado, me dijo que prefería el "trato directo con la gente". Iba hacia el Norte. "La vida, comadre, es un jinco. El que mejor tira el pincho más terreno gana. Vaya usted con Dios y yo seguiré mi vereda, en soledad, que no la cambio por la mejor autopista". Era un pobre solemne. Humberto se llama.

© Isabel Goig, 2001


 

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