Nuestros juegos de antaño.
Divertimiento y ocio en Quintanilla de Tres Barrios

Leopoldo Torre García

Las Tabas

Las Tabas

Un clásico de los juegos preferidos por las chicas de cualquier pueblo en el cual pasaban buena parte del tiempo ocioso. Hay que tener en cuenta que estamos hablando de juegos populares tradiciones de los pueblos en general en una época en que la televisión brillaba por su ausencia, y si existía era en casas muy contadas, y las únicas distracciones consistían en juegos preparados con destreza, cuyos componentes estaban hechos con materiales de deshecho. En aquellos tiempos los Reyes Magos no andaban tan sobrados como en la actualidad en que los niños están desbordados de juguetes y al día siguiente no les prestan la menor atención.

            Así pues, no teniendo otro entretenimiento mejor, chicos y grandes nos las ingeniábamos para matar el gusanillo del escaso tiempo de que disponíamos, porque si no nos aplicábamos tanto en el estudio era porque siempre había trabajillos que hacer en la casa para ayudar a nuestros padres. Si bien es cierto que la mayoría de estos entretenimientos eran en días festivos, otras veces estábamos por la calle y era aquí donde disfrutábamos de los buenos ratos hasta que llegaba la hora de cenar.  

            Hecho el comentario, decir que las tabas es un juego antiquísimo y universal que recibe muchos nombres distintos en cada parte y lugar y posee infinidad de variantes a la hora de practicarlo. Empezando por los nombres peculiares que se le da a cada una de las cuatro partes o lados.

 La taba es un hueso o astrágalo que se encuentra en las articulaciones de las patas de las ovejas y carneros. Una vez bien remondada la carne se utilizaban para disfrutar de ellas en el juego. En tiempos de necesidades se aprovechaba todo, todo y todo. Como queda dicho, quizá fuera una de las distracciones preferidas de las chicas hasta el extremo de que le tenían cierta devoción. Casi todas ellas disponían de su colección de tabas que guardaban celosamente en una bolsita de tela. Quien más, quien menos, especialmente las más curiosas, las pintaban de diferentes colores para que así les resultasen más llamativas e incluso poder distinguirlas de las demás.

A las cuatro caras de las tabas se les daba un nombre diferente en base a la posición en que quedaban al lanzarlas y caer al suelo: aguas era la cara ancha y más hundida y también la más preferida en las competiciones; a la parte contraria se le decía pencas, aunque muchas utilizaban la palabra culos; la lateral era llamada lisa, y su contraria, algo hundida, carnes.

Se conocían, como queda dicho, diversas variantes de juego, si bien había una digamos predominante o general que en Quintanilla era la que seguían las jugadoras. El número de tabas, aproximadamente unas diez o doce, se colocaban entre las palmas de las manos, se agitaban, se lanzaban al aire y se dejaban caer al suelo, en superficie plana, cayendo cada una de distinta manera y posición. A partir de aquí la primera jugadora  lanzaba a lo alto con una mano la pita, canica o bola de cristal, y antes de recogerla sin caer al suelo, con la otra mano cambiaba la posición o recogía las tabas cuyo nombre había mencionado anteriormente en la posición en que se encontraban (aguas, culos, lisa o carnes). Debía actuar con rapidez ya que si no cogía la pita a tiempo, es decir se la dejaba caer al suelo, o no recogía o colocaba la taba en la posición que había dicho, perdía, y pasaba el turno de juego a otra de sus compañeras, la siguiente en lanzar. Ganaba aquella que consiguiera poner primero las doce tabas en su orden correspondiente. No recuerdo ahora si todas en la misma posición o se podía optar por variar el número en cada una de las cuatro caras. 

No cabe duda que era un juego de agilidad y destreza, y la rapidez tanto visual como de reflejos eran muy importantes. Una coordinación perfecta entre las manos y la vista puesto que entre lanzar la bola y recogerla al mismo tiempo que las tabas, todavía tenían tiempo para dar una palmada para adornar más la jugada. Era la perfección a la ejercitación de un juego sumamente entretenido. Formaba parte de los juegos de recreo de la escuela. En la actualidad es un juego no practicado y casi desaparecido del escenario que otrora lo contemplase con tanta frecuencia. El declinar de los pueblos ha llevado aparejado su olvido.

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Los Bolos

Los Bolos. Quintanilla de Tres Barrios. Agosto 2008

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Este juego venía a ser entre las mozas y las mujeres lo que la tanguilla y la calva para los hombres. Era, y sigue siendo, el entretenimiento cotidiano de los días de fiesta cuando la ocasión lo requería, que no siempre era posible. Especialmente las mujeres que siempre andaban afanadas aunque se tratase de días de descanso. Si no eran los niños eran los animales los que reclamaban su presencia. De tal modo aprovechaban los escasos ratos que les quedaba jugando a los bolos o a las cartas en los típicos corrillos que se solían ver por doquier, en cualquier esquina o rincón, soportal o portalillo, dependiendo del tiempo y de las condiciones climatológicas.

El juego de los bolos sigue la misma trayectoria que la tanguilla o calva, es decir se han mantenido arraigados y no han llegado a desaparecer, se siguen practicando siempre que la ocasión lo requiere, de manera especial cuando se celebra alguna de las fiestas del pueblo o esporádicamente algún que otro domingo.

Nueve es el número de bolos, de aproximadamente unos 30 centímetros de alto, y dos bolas de madera de unos 10 centímetros de diámetro. Se colocan piramidalmente, dos en la primera fila, tres en la segunda y cuatro en la tercera separado por unos 8 ó 10 centímetros de distancia entre sí. El lanzamiento se efectúa desde una distancia de unos 25 metros aproximadamente, dependiendo de la fuerza o potencia de quienes lancen.    

En cuanto a la forma de jugar, lo normal es que se haga por equipos de 2 ó 3 personas, aunque también se practica individualmente. En ambos casos se realiza por eliminación. La jugadora lanza la bola procurando tirar el mayor número posible de bolos y dispone de una segunda bola para rematar la tirada en el supuesto de que no consiga tirarlos todos con la primera. Como en todo, hay quienes lanzan a la perfección y otras que a veces se les va por un lado y otras por otro.

Antes de comenzar el juego se acuerda el número de tiradas de cada uno, sea  juego en equipo o individual. Al final se suman los bolos derribados y quien haya tirado más es la ganadora. En estas partidas no solía haber ninguna recompensa porque no había nada que jugarse. Eso sí, en el caso de las mozas lo más normal era que se fuesen a merendar juntas y pasar el rato animadamente cada cual con su cuadrilla. Así transcurrían muchos domingos de la temprana juventud antes de comenzar con los amoríos.

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Los Palepes

Los Palepes            Uno de esos juegos de nombre rebuscado (¿palepes por papeles?) por el que los chicos teníamos una predilección especial era éste. Los guardábamos celosamente y los cuidábamos como si se tratara de la mejor colección de cromos, la única que por aquellos tiempos de escaseces se podía conseguir. Al fin y al cabo, los palepes tenían sus dibujos, pocos eso sí y de escasos colores, pero los coleccionábamos con tanto afán como ahora coleccionan los niños los cromos de futbolistas, coches o lo último de dibujos animados. Los conseguíamos de las cajas de cerillas, recortando las dos tapas o carátulas exteriores. Así íbamos pidiendo a nuestros padres, hermanos y a toda la gente de confianza que cuando se acabaran las cerillas no tirasen las cajas, conocidas popularmente como cajillas.

            ¡Con qué poca cosa nos conformábamos y cuánto nos entreteníamos y  divertíamos! Tiempos aquellos en que los juguetes brillaban por su ausencia, excepto los que fabricábamos nosotros mismos y por ello les teníamos más aprecio y un cariño especial. Teníamos pocas cosas pero sabíamos disfrutar al máximo de ellas. El que tenía gran cantidad de palepes podía considerarse un afortunado y en cierto modo era la envidia de los demás chicos. Chicos y mozalbetes, porque ambos grupos nos solíamos distraer con los  palepes, aunque en juegos distintos. Porque los palepes era la moneda de cambio para algunos otros juegos y con los cuales pagábamos lo que nos jugábamos.

            Queda dicho que los palepes eran de uso exclusivo de los chicos, a las chicas les gustaba jugar con muñecas de trapo hechas por ellas mismas, a las tabas o a otros juegos variados de su condición. Cada cual a lo suyo para no levantar suspicacias; en aquellos tiempos quedaba muy clara la diferenciación de juegos entre ambos sexos. Es difícil encontrar algún juego que se practicara conjuntamente por los mismos.

             Que ahora recuerde, en Quintanilla de Tres Barrios los palepes nos los jugábamos a la tanguilla, al cuadro, el más generalizado, o a tirar a la raya. A la tanguilla lo hacían los chicos algo más avanzados de edad y al cuadro los más pequeños. En todos los casos los palepes, como queda dicho, eran moneda de cambio frecuentemente utilizada entre quienes no sabíamos ganarnos todavía el jornal. Nos sentíamos ricos acumulando palepes. Las normas de juego para el caso de la tanguilla eran las mismas que las utilizadas con las monedas (como queda descrito en el comentario sobre este juego).

En el juego del cuadro, el más utilizado con palepes, había unas normas o reglas que debíamos seguir. Lo primero que había que hacer era marcar el cuadrado, que solía ser de unos 40 por 40 centímetros. Después hacíamos una raya y tirábamos el calderón desde el cuadro hasta la raya para establecer el turno de salida. El que más cerca dejara el calderón de la raya era el que salía primero y así sucesivamente.

Según el diccionario enciclopédico, calderón es “un juego de muchachos parecido al de la tala”. En mi pueblo no conocíamos semejante juego, pero llamábamos calderón, y era con el que jugábamos, a un trozo de teja que previamente moldeábamos en forma redondeada y utilizábamos para los lances del juego. Tenía unos siete u ocho centímetros de diámetro. El calderón lo utilizaban también las chicas para el juego de la chita.

            Antes de comenzar la partida poníamos el número acordado de palepes y los colocábamos en el centro del cuadro en un montón. A continuación el primer jugador, desde la raya marcada, optaba por tirar el calderón a dejarlo cerca del cuadro o directamente al cuadro para intentar sacar fuera de él el mayor número posible de palepes. Los que conseguía sacar pasaban a ser de su propiedad, y además tenía la opción de tirar sucesivamente siempre que consiguiese sacar algún palepe del cuadro. Si no sacaba ninguno pasaba el turno al siguiente, que  intentaba hacer lo propio. Si lo conseguía tenía la opción de volver a tirar al cuadrado para sacar más palepes o tirar a chocar el calderón del compañero, dependiendo de la distancia del cuadrado, del número de palepes que quedaran, o de la proximidad de un calderón. Si optaba por tirar a chocar otro calderón y lo conseguía, éste quedaba eliminado en aquel turno y tenía que esperar a que acabara el último y empezar desde la raya de tirada (no recuerdo bien si además le teníamos que dar algún palepe acordado de antemano). Tirar a dar al calderón podía ser también para alejarlo cuanto más lejos del cuadro mejor.  

            Podía darse el caso de que el calderón quedase dentro del cuadro, entonces se pasaba un turno sin jugar. Si en un momento determinado los palepes estaban a punto de agotarse o se agotaban del todo, se volvía a reponer el número acordado al empezar el turno.

            Había algunos palepes que valían más que otros. Los que tenían el dibujo eran de mayor consideración y por tanto de doble valor que los otros que no tenían nada pintando, o sea los del reverso.

También se jugaba a los palepes tirando una moneda contra una pared. Había dos variaciones, una se pedía cara o cruz y la otra se marcaba una línea en el suelo. En la versión de cara o cruz el que acertaba se llevaba el número acordado previamente y le pasaba el turno al siguiente. En la otra versión, la de la raya trazada en el suelo a una distancia de la pared, se lanzaba la moneda, o el calderón, contra la pared intentando que rebotase de tal manera que quedara lo más cerca posible de la raya. Tiraban todos los participantes del primero al último y una vez acabado el turno se miraba cuál de ellos estaba más cerca de la raya. El que más próximo estuviera se llevaba todo lo acordado y se volvía a empezar. Y así sucesivamente hasta que uno perdía todo o el tiempo no daba para más.

El paso del tiempo hacía que los palepes se fueran deteriorando poco a poco, más que por el tiempo por el trato recibido. Los mamporrazos dados con el calderón   acababan por recortar las márgenes y hacerse redondeados o incluso romperse y quedar fuera de circulación, con la consiguiente pérdida para su dueño que se veía obligado a reponerlos por otros en mejores condiciones.

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Pelota a mano

Pelota a mano

            Hablar de este juego es mencionar un deporte esparcido por doquier y de modo especial por los pueblos rurales de media España para arriba. Raro es el pueblo donde no hay un frontón o “juegopelota”, como lo conocíamos en Quintanilla y otros muchos pueblos hasta que se construyó el frontón actual. El juegopelota que todos recordamos era una pared rudimentaria de adobe en no demasiadas buenas condiciones y un suelo con sus correspondientes baches y desniveles que hacía difícil la práctica de la pelota. Así que a veces esperabas el bote  en un sitio y se desviaba al otro, teniendo que hacer estiramientos de brazos de pulpo para devolverla.   

            ¡Cuántos grandes y buenos ratos no hemos vivido en el juegopelota! Casi todas las generaciones que hoy componemos la gente del pueblo hemos vivido momentos inolvidables, unos practicándolo y otros presenciándolo. Aquellas intensas partidas en las que a pesar del mal estado de la pared se llevaban a cabo tantos formidables que salían de las manos de buenos pelotaris como los que se forjaron en el pueblo. Hay que decir que hoy se ha perdido bastante afición por la pelota a mano, aunque no por ello deja de practicarse, en cierto modo sustituida por la paleta, la raqueta (frontenis) o el pádel.

            Hablar de pelota a mano es rememorar viejos tiempos en que los mozos se entregaban en cuerpo y alma los domingos y festivos por la tarde. Era uno de los entretenimientos favoritos junto a la calva y la tanguilla, los hombres, y los bolos y las cartas, las mujeres. Chicos, mozos y hombres, casados o no, participaban en el juego ya fuera en equipo o individualmente. Los chicos, a falta de un juegopelota donde practicar por estar ocupado el “oficial”, aprovechábamos cualquier pared para irnos adiestrando y  dar así el salto a la categoría inmediata. Una de las paredes mejor adecuada era la de la iglesia, pero podía ocurrir que casualmente pasara por allí el cura y aparte de quitarnos la pelota se lo dijera al maestro, como ocurría, y nos pasáramos la semana purgándolas.

            Lo normal era que la partida se jugase por parejas, dos contra dos, y que fuera a 21 tantos. En caso de desempate solía ampliarse a 25. No había demasiadas reglas para la práctica de la pelota a mano. Las típicas faltas por no haberla devuelto al primer bote o porque pegase en la pared por debajo de la raya (o falta) marcada. Evidentemente si el saque no salía más allá de la línea marcada o si se pisaba la raya, también era motivo de falta y pérdida del tanto. Y por supuesto si en cualquier momento del lance botaba fuera de la línea de demarcación del campo de juego.

            Algunas expresiones típicas de la pelota a mano en Quintanilla era “echarla ratera”, cuando se quería devolverla baja y ajustada a la raya para que resultara más difícil recogerla; o darla “a voleo”, expresión ésta más familiar, que consiste en recogerla por lo alto y con mucho ímpetu lanzarla contra la pared. Eran trucos que los jugadores utilizaban como buenos dominadores del juego y que hacían suyas las pericias o las picardías para demostrar su sapiencia. Había quienes se excedían en su afán de rematar el tanto con tanta destreza, que por querer “dejarla seca” agachaba tanto la mano a ras del suelo que se la pisaba y caía de cabeza. Cosas de la destreza que se torcían en cualquier lance.

            Al principio de los tiempos las pelotas no se vendían en cualquier tienda, ni se encontraban fácilmente. Tampoco había dinero para comprarlas teniendo en cuenta que existían muchísimas otras necesidades por delante de este capricho. Así que lo normal era que aquellos que sentían gran pasión por el juego se las fabricaran ellos mismos. Yo creo que quien más quien menos nos llegamos a hacer nuestra correspondiente pelota. Para ello utilizábamos la imaginación y a partir de un objeto duro y un tanto redondeado íbamos dándole forma. Ese objeto duro podía ser un canto o piedra bien contundente, o un trozo de madera de un árbol duro. Después se iba forrando con trozos de goma, quizá cualquier suela nos servía, y trapo de lo mejor que se encontraba. Se apretaba todo lo más fuerte que se podía con cuerda dura y resistente y así poco a poco se le iba dando forma poniéndole más trapo y atándolo bien sujeto, acabando con un toque de buenas hechuras moldeada lo más redonda posible y aparentemente bien estructurada.

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Ratón que te pilla el gato

Ratón que te pilla el gato            Juego popular muy extendido  –y lo sigue siendo todavía- este del ratón que te pilla el gato, uno más de los muchos a los que se acudía cuando las circunstancias lo permitían, pues se jugaba en la calle. A diferencia de la mayoría, en este juego podían participar conjuntamente ambos sexos. Sencillamente se trataba de formar un corro con todos los participantes agarrados de las manos, elevándolas hasta la altura de la cabeza.

            Se echaba a suerte para elegir a dos niños que hicieran el uno de gato y el otro de ratón. Resulta evidente que el que hacía de gato tenía que pillar al ratón. Para ello se coloca el gato dentro del grupo y el ratón fuera de él. El comienzo se inicia mediante un sencillo diálogo en el que el gato pregunta al corro:

 

-          ¿Han visto pasar un ratón por aquí?

-          Sí –responden todos.

-          ¿Y por dónde se ha ido?

-          ¡Por allí!, -señalan al unísono el lugar.

Entonces el gato sale disparado por el “agujero” señalado para agarrar al ratón. Al iniciar la persecución se comienza a cantar:

Ratón que te pilla el gato,

ratón que te va a pillar.

Si no te pilla esta noche,

mañana de madrugá.

            Los chicos que forman el círculo, de alguna manera tendrán que ayudar al ratón e impedir que el gato le dé alcance. Para ello subirán o bajarán los brazos muy astutamente y abrirán o cerrarán sus piernas para hacer más difícil la persecución. Tanto el ratón como el gato no podrán romper la norma de pasar bajo todos los arcos que se forman, y de modo continuo entrarán y saldrán por uno y otro lado.

            Será una persecución frenética e implacable la que tiene que llevar a cabo el gato si quiere coger al ratón que a su vez habrá de mostrarse astuto y veloz para zafarse una y otra vez de su perseguidor o perseguidora pues podían ser chicas o chicos los que interpretaran a uno u otro. La fase del juego termina cuando el gato alcanza al ratón, cuando aquél se dé por vencido o, a veces, cuando alguno se pegue un porrazo. Durante el tiempo que transcurre intentando atrapar el uno al otro no parará de oírse la cantinela.

            El juego de ratón que te pilla el gato sigue practicándose todavía aunque sea de manera esporádica. Un juego más de entretenimiento para recordar los inicios y las raíces de la niñez y la juventud.

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* Nuestros juegos de antaño
* Alza la Maya
* Civiles y ladrones
* El Corro de la patata
* El Guá
* El Hinque
* El Rodancho
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* El Salto del burro
* El Truño
* Florón, florón

* La Calva
* La Chita
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* Los Palepes
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* Ratón que te pilla el gato

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