Hay libros que atrapan y sujetan 
			a sus páginas mientras se tienen entre manos y otros que siguen 
			presentes incluso una vez acabada la lectura. PUERTO VILLANO BLUES 
			pertenece a este segundo grupo y es que los ecos de sus escenarios, 
			historia y personajes, no se apaga; muy al contrario, se va 
			agrandando a medida que pasa el tiempo.
			
			Y es que Alfonso Bengoechea no 
			es un narrador lleno de ingenio e ironía, que logra que la lectura 
			despierte espacios de la memoria que permanecían aletargados, sino 
			que consigue que los silencios, aquello que no nos cuenta, sobre una 
			vital importancia en la historia. Hasta tal punto que el lector 
			conocerá aspectos de los personajes, de sus actividades y su pasado, 
			que el autor no ha reflejado en el libro.
			
			Un libro preciso, que dibuja los 
			rasgos de una ciudad, Puerto Villano, con tal rigor que el lector 
			tiene la sensación en todo momento de haberla visitado en más de una 
			ocasión, como si el único trabajo del autor hubiera consistido en 
			despejar las imágenes aparcadas en la memoria. Hasta tal punto que a 
			lo largo de las páginas se va notando, más si cabe, cómo desprenden 
			olores y sonidos característicos, inundando al lector de una 
			atmósfera que va a permanecer como si formase parte de la propia 
			experiencia del viaje al corazón de la ciudad.
			
			La lectura de esta novela 
			acompaña al lector como si de una montaña rusa se tratase, 
			conteniendo la respiración durante segundos en cada página, para 
			mostrar el asombro casi incontrolable en la siguiente y sin tiempo 
			para tomar conciencia. Marcos Monreal, Cándida, don Saturnino, don 
			Leónidas y hasta el último de los personajes, acompañan al lector en 
			cada intrépida subida y bajada. Y todo eso con la sonrisa en la boca 
			gracias a la manera personal y ocurrente del autor de contarnos la 
			historia.