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SORIA. RESILIENCIAS

Varios Autores

Edita. FORCAL, Fondo para la Calidad Empresarial
Coordinación y edición: Gonzalo Blanco y Julián Alonso
Edición patrocinada por el Grupo INZAMAC
2010-11-30

 

Soriaresilencias                                                                  

Por Juan Manuel Martínez

     Un puñado de escritores, artistas y fotógrafos, todos ellos pertenecientes a la flor y nata del mundo intelectual y artístico soriano, nos ofrecen esta obra de una belleza sin par. Si los textos exhiben una calidad literaria y una competencia intelectual indiscutibles, la elegancia de los grabados y la majestuosidad de las fotografías no les van a la zaga. Solo por estas últimas merecería la pena hacerse con el libro.

      El término resiliencias es equívoco, es decir, tiene significados diversos. Por un lado, significa la resistencia que ofrecen los materiales a ser deformados y su capacidad para recuperar su estado original tras haber sufrido esa deformación; por otro lado, significa la acerada actitud de resistencia de los humanos ante las adversidades de la vida y su capacidad para levantarse y recuperar la estatura moral. Como se ve, bajo esa diversidad relativa de significados ( físico-metalúrgico, el primero; psicológico-moral, el segundo ) anda agazapada una evidente unidad de sentido que no hará falta explicitar. Es fácil ver que la palabra resiliente en su segunda acepción describe cabalmente el carácter numantino de las gentes sorianas. Pero, como bien dice en el Epílogo del libro Gonzalo Blanco, uno de los dos editores del libro, ni resilientes ni numantinos son palabras que deban ser monopolizadas por los sorianos, máxime en estos duros tiempos de crisis económica severa, de vilezas varias y de “bloques de horror en estado puro que cruzan esta situación globalizada”.

      En todo caso, los artículos contenidos en este libro persiguen el mismo objetivo: reivindicar la vieja especificidad de la vida y de la cultura sorianas y oponerse con resiliencia numantina a todos los peligros de distinta naturaleza que amenazan cada vez más creíblemente con extinguirla. De este modo, la escritora Isabel Goig nos invita a disfrutar de las excelencias de la cocina soriana, detallándonos recetas tradicionales de las tierras altas y bajas, a la vez que nos obsequia con alegres pinceladas histórico-artísticas y paisajísticas; Juan Antonio Gómez-Barrera, uno de los mayores expertos mundiales en la prehistoria y en la historia del arte soriano, nos ofrece un recorrido magistral por la práctica totalidad de un sin fin de conjuntos urbanos e histórico-artísticos, edificios, iglesias románicas, yacimientos, colegiatas, claustros, monasterios, palacios renacentistas, etc., para concluir defendiendo la tesis rotunda según la cual “la singularidad del arte histórico y patrimonial soriano es absoluta, se mire por donde se mire”; Emilio Ruiz, por su parte, hace un repaso histórico de la economía soriana, desde sus orígenes agrícolas en la Celtiberia prerromanizada hasta la actual economía terciarizada ( el sector servicios da trabajo al 50% de la población activa, frente al 27% en la industria ), y acaba preguntándose si el desafío económico futuro de Soria no pasará por la conversión de ésta en una especie de tecnópolis; César Ibáñez nos regala doce espléndidas y deliciosas postales sorianas que sirven de soporte para el discurso audiovisual de Miguel Rodríguez Bollón, uno de los dos documentales recogidos en un DVD que acompaña al libro; Julio Izquierdo recrea en un abrir y cerrar de ojos el viaje sin término de la mirada inocente del niño que se asoma al mundo por primera vez, que esa es la esencia de la famosa película El cielo gira rodada en Aldealseñor bajo la dirección de Mercedes Álvarez, autora también del otro documental del citado DVD; Marian Arlegui, del Observatorio del Museo Numantino, traza con solvencia la historia arqueológico-antropológica soriana desde el Homo heidelbergensis hasta la invasión árabe, cediendo en este punto el testigo de la narración a Gómez-Barrera con su trabajo antes consignado; Antonio Ruiz Vega, tras dejar constancia del paradójico enterramiento de la Soria auténtica ( la Soria inmemorial, eterna, la Soria desconocida, “una Terra incógnita, siempre a trasmano de las grandes rutas y los viajeros importantes” ) a manos de la Soria de los tópicos, de la Soria comercializada e hiperpublicitada por la asfixiante maquinaria burocrático-administrativa de la democracia, todavía sueña, no obstante, con que el viajero sea capaz de descubrir “por su cuenta y riesgo” la magia de cultos, leyendas, hayedos, vestigios templarios, epicentros celtibéricos, etc, que aún perduran, pues haberlos, haylos; J.A.González Sainz, aprovechando el surco metafisico heideggeriano reabierto, entre nosotros y entre otros, por el filósofo José Luis Pardo ( suya es la frase “los verdaderos Lugares los fundan los poetas” que condensa la esencia del texto de González Sainz ) , pinta con mano maestra el lugar poético ( fuente de significado, de belleza, de reflexión ) que es Soria hurgando en una de las imágenes machadianas más socorridas como es la de “los álamos del río”; Enrique Andrés Ruiz, desmintiendo en parte la afirmación del gran historiador soriano Juan Antonio Gaya Nuño ( imprescindible su El santero de San Saturio ) de acuerdo con la cual a Soria le faltaban músicos y pintores para entrar en la modernidad, nos entrega con gracia y finura un detallista retrato de pintores, escultores, arquitectos, ceramistas, escritores, etc., que fundan el orden nuevo de la Soria moderna; Tomás Sánchez Santiago, en fin, relata pormenorizadamente los recuerdos de su llegada al Burgo de Osma en el verano de 1982. Por lo demás, el libro contiene una brevísima introducción de Julián Alonso, el otro editor del libro, en la que explica que la palabra resiliencia define mejor que ninguna otra el espíritu soriano, y un breve artículo de Carlos Rodríguez, presidente de FORCAL, en el que ensalza a la Soria actual porque, a su juicio, los valores morales de la verdad, la integridad, la honestidad y la falta de codicia aún permanecen clavados en su corazón, siendo estos valores los que necesitamos para superar la crisis y disfrutar de un futuro mejor.

      He querido dejar para el final las tres aportaciones del libro que más tienen que ver con nuestras queridas Tierras Altas: la de Fermín Herrero, la de Silvano Andrés de la Morena y la de Abel Hernández. Del primero, poeta de Ausejo de la Sierra, aparece una extraordinaria selección de poemas que, en general, tratan de desvelar el encanto y/o el misterio que guardan los parajes sorianos, “de dónde emana la pobreza divina de esta tierra”. No en vano llaman a Soria “ciudad de los poetas”: algo tendrá. Además, Herrero piensa, como ya viera don Antonio Machado, que Soria es un manantial purísimo de la lengua castellana, no siendo ésta la menor de sus potencialidades líricas. Fermín Herrero es un poeta de reconocida trayectoria y ha sido galardonado con importantes premios de poesía, entre ellos el Hiperión por su libro Tierras altas. De este libro ha sido extraído un poema que lleva por título Mojonera. Hasta donde alcanzo, no conozco otro poema que sintetice con lírica tan exacta la naturaleza de esas tierras y el espíritu de las gentes que las habitaron. El profesor Silvano Andrés de la Morena, en un artículo perspicaz, comenta la visión de Soria que tenía Avelino Hernández, el genial escritor de Valdegeña que murió hace ocho años. A grandes rasgos, Silvano Andrés de la Morena divide la prolífica obra de Avelino en dos grandes etapas si lo que nos interesa es concentrarnos en sus escritos sorianos, pues entre ambas hubo alguna novela y obras narrativas que no vienen al caso, excepto El valle del infierno (1992) y La sierra del Alba (1993), en la que Avelino cuenta historias verdaderamente singulares del último, o últimos, morador/es de la práctica totalidad de los pueblos de esa sierra. A la primera etapa pertenecen obras como Una vez había un pueblo (1981), Soria. Donde la vieja Castilla se acaba (1982) y Aún queda sol en las bardas (1984). En ellas, siempre según Andrés de la Morena, Avelino se desmarca de la tradición literaria más académica representada por la Generación del 98, que  mira el paisanaje de Soria “con los ojos del recién llegado de fuera”, en tanto que a Avelino le interesaba vivirlo “desde el interior compartido (···) Si para los del 98, el paisaje es, en alguna medida, un estado del alma, para Avelino es el alma misma. Y la cuna. Y la razón. Porque él era hijo de la tierra. La nació y la vivió. Para él, el paisaje, la tierra misma, es el escenario de cada día, del hombre del arado, de la hoz, de la churra y la merina…”. Pero Avelino no se limita a esta literatura meramente descriptiva sino que, de vez en cuando, escribe, ¡ay!, críticamente contra la mala resistencia conformista y resignada de los sorianos. De la segunda etapa destaca Invitación a Soria. A quien conmigo viene, obra póstuma en la que Avelino reivindica el goce “de una Soria que no habrá que abandonar en ningún momento, para que el futuro siga siendo posible”. Avelino daba, pues, la bienvenida a todos los que están viniendo a repoblar nuestra tierra. Tampoco para nuestro Abel, y por las mismas razones acabadas de referir, el paisaje de los campos sorianos pintado por los del 98 era su paisaje. Para él, no hay paisaje natural que no sea a la vez paisaje espiritual, es decir, paisaje humano, y no se puede percibir cabalmente éste si no es viviéndolo desde dentro. En la milenaria cultura rural cantada con emoción por Abel, el campo y la vida del campesino iban atados al paso del tiempo, al flujo circular de las cuatro estaciones: a la que el campo mudaba de aspecto cuatro veces al año, el campesino respondía a su vez cambiando “de ocupaciones, aperos y herramientas” y mudando “visiblemente el estado de su ánimo”. Me cuesta creer, y no me tengo por lector poco avisado de Abel, que su visión de las tierras altas sorianas y de los campesinos que las poblaron no sea una visión nostálgica. Puede, eso sí, que no sea una visión desesperanzada, entre otras cosas, porque la propia obra literaria de Abel ha contribuido, como pocas, a “levantar acta de lo que pasa para alumbrar un futuro más venturoso sin dilapidar la herencia cultural que, como un río de sangre, viene de muy lejos”.

Juan Manuel Martínez

 

SORIA. RESILIENCIAS

El pasado mes de noviembre de 2010, en el Salón Gerardo Diego, del Centro de la Amistad Numancia, se presentó en libro Soria. Resiliencias, del que son varios los autores sorianos, o relacionados con Soria: Fermín Herrero, Tomás Sánchez Santiago, Abel Hernández, J.A. González Sainz, Antonio Ruiz Vega, Enrique Andrés Ruiz, Marian Arlegui Sánchez, Juan Antonio Gómez Barrera, Silvano Andrés de la Morena, Emilio Ruiz, Isabel Goig Soler, y Julio Izquierdo. La publicación está acompañada de dos documentales: “Un paseo por Soria”, de Miguel Rodríguez Bollon, basado en los textos de “Doce secuencias sorianas”, de César Ibáñez París; y “Cinco elementos para cualquier universo (ideas sobre Paisaje), de Mercedes Álvarez.

El material gráfico de la publicación se debe a los fotógrafos Encarna Mozas, César Sanz Marcos, Alejandro Plaza, Jesús María Muñoz Monge, Manolo Martín, Benjamín de Pedro, Saturio Carnicero, José Luis Díaz Segovia, José Delgado Pascual, Mariano Castejón Pérez, José María Alcázar y Teresa Ordinas. Las imágenes de artistas plásticos: Ulises Blanco, Manolo Lafora, Antonio Ruiz, Ruiz, Benjamín Palencia, Ascensio Martiarena, Joaquín Sorolla, Gustavo de Maeztu, Ramón Martiarena, Joaquín Lucarini, Carmen Pérez Aznar, Marcos Molinero Cardenal, Dis Berlín, José María Sainz Ruiz, José Bellosillo, Javier Arribas, Amador P. Calvet, Luis Isidoro Sáenz, Jesús Alonso e Iris Lázaro.

La publicación se completa con una introducción de Julián Alonso, y “Valores-espina”, de Carlos Rodríguez, alma del proyecto, y un epílogo de Gonzalo Blanco.

En la mesa de presentación estuvieron Carlos Rodríguez, los coordinadores Julián Alonso y Gonzalo Blanco, y Silvano Andrés de la Morena, en representación de todos los autores.

“¿Qué palabra puede definir mejor el espíritu soriano que la resiliencia? Vocablo difícil para una realidad difícil, que a grandes rasgos define la capacidad para recuperarse y volver a su estado original tras ser sometidos a fuertes presiones”. Así define Julián Alonso el título de este libro.

Carlos Rodríguez emplea estas interesantes palabras de introducción para esta publicación a la que, más que a ninguna otra, le cabe el adjetivo de hermosa.

“ (…) La Soria actual no tiene grandes infraestructuras, pero tampoco grandes complejos urbanísticos especulativos. La Soria actual carece de grandes industrias y las que tiene son empresas familiares locales, en las que la codicia está delimitada por los valores familiares generacionales. En la Soria actual, la palabra aún tiene su valor, la verdad es considerada todavía como una cualidad humana y se exige en la convivencia. En la Soria actual la cultura, el mundo cultural, las personas que representan y practican las distintas facetas culturales (o por lo menos una gran mayoría), han logrado subsistir independientes ante las ofertas atractivas de mecenazgos interesados. En la Soria actual, todavía están clavadas en el corazón las espinas de la honradez, de la verdad, de la integridad, de la falta de codicia y por ello todavía los sorianos sienten su corazón dolorido, pero lo sienten. (…). Y para salir de esta tremenda y absurda crisis en que nos encontramos, son imprescindibles esos valores-espina: honradez, sinceridad, falta de codicia desmesurada e integridad”.

Como resumen de los textos e imágenes que componen este libro, acudiremos a lo escrito por uno de los coordinadores, Gonzalo Blanco: “ (…). Después surgió, de pronto, un aluvión de escritores y artistas que, como el Duero en el paisaje, fue horadando un cauce preciso de pensamiento y creatividad. Enrique Andrés Ruiz destila en sus páginas, con primor y rigor, un inventario de nombres –políticos, escritores, pintores, escultores, arquitectos-, de situaciones zarandeadas en su tejido por la savia del orden nuevo; de estampas y esperanzas sorianas, recomponiendo un puzle con un extraordinario poder de evocación y de reto. Abel Hernández, a lomos de su caballo de cartón, nos devuelve el ritmo ancestral de las estaciones y las palabras, en las raíces estrictas de lo natural. Fermín Herrero, en un viaje de profundidades, trae a nuestra superficie poetas sorianos como recién hechos para nuestros ojos. Isabel Goig pasa por las cocinas de las tierras altas y bajas de Soria y rebaña las recetas más acreditadas por las costumbres y las vicisitudes del campo, describiendo de paso los aromas, los colores y los frutos más carnales del paisaje. En cambio Juan Antonio Gómez Barrera hace ese itinerario por las piedras , por los bajorrelieves, por las fachadas y las interioridades secretas del patrimonio. Lo socializa de nuevo, Silvano Andrés de la Morena desciende a las honduras, a las mareas visionarios de Avelino Hernández, pasa de puntillas sobre el tajazo que supuso la desaparición para muchos anhelos de Soria, y lo repone en un primer plano como pesquisa que hay que prolongar hoy. Antonio Ruiz Vega, taciturno, buceador incansable de magias, nos entrega en su relato velos y des-velos nuevos de ese misterio que rodea a Soria en su condición de tierra incógnita. Como contrapunto, César Ibáñez París cincela una docena de postales (doce secuencias sorianas)., frescas, puntuales, poéticas que hacen de esternón para el discurso audiovisual de Miguel Rodríguez Bollon y para inspirar la composición musical de Rubén Romero. J.A. González Sainz nos envía desde Trieste, en su trabajo, una advertencia lacerante y hermosa para aplicar también a Soria: los lugares que el hombre, en realidad habita sobre la tierra, no son sino los que crea el lenguaje y custodia la poesía. Contundente, concreto, y a pie de obra, Emilio Ruiz, radiografía las raíces de una economía, la soriana, basada en la naturaleza. Marian Arlegui, desde el observatorio del Museo Numantino donde habita, sentencia que el bifaz de Soria, la vasija de los toros, la placa del centurión, los castros, y tantos trazos y tramos arqueológicos, esconden en su caparazón de siglos un fruto jugoso de futuro. Julio Izquierdo y Mercedes Álvarez, al alimón, dan cuerda de nuevo al cielo y éste se pone a girar ante nuestra mirada. También ante nuestra mirada, atónita, los fotógrafos principales del libro (Encarna Mozas, Alejandro Plaza, César Sanz Marcos, Jesús María Muñoz Monge y Manolo Martín) tejen una irrepetible película en blanco y negro y “technicolor” sobre Soria”.

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