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RUEDA DE SUCEDIDOS

Raimundo Lozano Vellosillo

Edita: Soria Edita
Soria, 2005

 

En Torrubia, cerca de la raya con Zaragoza, Raimundo Lozano nació y vivió esa parte de la vida en la que se graban a fuego los recuerdos y dan forma al ser para recorrer el resto del camino. En el mundo rural la vida no era fácil en unos años en los que las ayudas no existían, y hasta las limpiezas de las acequias debían practicarlas los vecinos en las llamadas hacenderas.

Años de frío terrible, dicen que mucho más que ahora, pero de todo habría, como se encargan de demostrar las estadísticas. Lo que no existía eran las calefacciones, y ese es el recuerdo que todos mantienen de aquellos inviernos interminables sólo aliviados por la lumbre baja, alguna estufa de leña y el brasero, primer recuerdo de Raimundo en su “Rueda de sucedidos”, título alusivo al paso de las estaciones.

Y por esa rueda del tiempo que nunca se para, pasan por los recuerdos de Raimundo los festejos de Navidad, la petición de aguinaldos, la misa del gallo, las fiestas propias del pueblo y de otros: San Antón, hogueras, bendición de campos, carnaval, bodas y tornabodas con sus albadas… Las labores del campo, las canciones de siega. Y la radio, “aquel invento del demonio” como decía el abuelo de Raimundo, esas ondas que, por fortuna, han llegado hasta aquí casi con la misma magia de siempre. Era al principio de la década de los cuarenta y a Torrubia la llevó el tío Zacarías. Y no digamos cuando se vio por primera vez una película “del neorrealismo italiano”.

Recuerda Raimundo Lozano Velosillo a la Portillana, bruja decían y, naturalmente no había nacido en Torrubia, sino en un pueblo vecino, Portillo, pues ya se sabe que en el mundo rural son los otros, aunque ese otro haya nacido a seis kilómetros, los culpables de lo malo que sucede en el pueblo.

“Cierro los ojos, pienso hasta veinte y cuando los abro parece que estoy viendo la ronda, calle adelante, a veces parados ante un balcón, como si esperásemos que apareciese una chica, rubia o morena, saludándonos con una mano llena de geranios. Intentaré soñar esta noche que, según el calendario, es víspera de fiesta grande, Pascua de Resurrección. Volveré a soñar esta noche, seguro, pues suelo soñar siempre que lo intento. Acaso afloren cantares que parecían olvidados, rasgueos de guitarras y bandurrias y alguna chiquilla de mi edad cogida por la cintura”.

Así finaliza el autor esta “Rueda de sucedidos”. A nosotras estos recuerdos nos parecen muy interesantes. El día que todos nuestros mayores hayan desaparecido, nadie nos los contarán. La vida evolucionó muy despacio hasta principio del siglo XX, después todo ha sido un sobresalto tras otro, todo ha discurrido tan deprisa, que nada quedará para indicarnos cómo fue aquello, nada más que estos recuerdos que, como los de Raimundo, son ya pura arqueología.

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