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LA CASA DE LOS TOROS

Sebastián López

Unaluna ediciones, 2004
244 páginas

 

 

            En el término de Añavieja (Soria), cuyo caserío se divisa, desde la N-122, en una ladera, antes del cruce que se dirige a Muro, antes Muro de Ágreda, pueden verse las ruinas de un gran caserón, es lo que se conoce por esos pagos como La Casa de los Toros. Hubo por toda esa zona una gran laguna donde vivían urogallos y otras aves y que fue desecada hace ya muchos años, participando en esa obra un tarraconense que en Soria tiene calle importante dedicada, se trata del ingeniero Eduardo Saavedra.

            Discurre por Añavieja el río Manzano, Añamaza y otros nombres más, según por donde discurra y quien lo nombre, por ejemplo en Débanos se le llama Cajo y Sebastián López, en su novela, le llama Sinamo. Alimentan a este río catorce ojos kársticos, unos potentes manantiales de los que nos hemos ocupado en repetidas ocasiones. Todo este conjunto está respaldado por la mole del Moncayo, epicentro de una comarca administrativamente dual –Zaragoza y Soria- pero unida por ese monte redondo y cálido, a pesar de las nieves que lo coronan buena parte del año.

            En este entorno ha situado Sebastián López, “Sebas”, su primera y magnífica novela. Un largo relato difícil de abandonar hasta la última línea, unos hechos –tal vez con punto de partida real- que enganchan al lector desde el principio y van encadenándole hasta el final. Una historia triste que parte de julio de 1936, pero con pinceladas de color y esperanza, como las pinturas que, desde pequeño, aprendió el hijo del protagonista.

             El mismo día que a unos militares se les ocurrió la idea de sublevarse, dando comienzo la última guerra civil de este país nuestro, tan cainita, Cayo Morata, el protagonista, zaragozano casado con una soriana de Añavieja y conductor de tranvías, se ve obligado a abandonar su máquina y huir, avisado de que sus compañeros, todos ugetistas, están siendo acribillados en las mismas cocheras.

            A partir de ese momento comienza el calvario de una familia –Rita, la mujer, está embarazada del primer y único hijo de la pareja- que no es muy diferente a otros miles de calvarios padecidos por otras tantas familias durante y después de la Guerra Civil. Un calvario al que no se le ahorra ninguna pena, ningún sufrimiento, ninguna humillación. Sebastián dibuja una Soria rural durante y después de la guerra que todavía vive en la memoria colectiva y en la particular, una Soria donde puede estudiarse sin demasiado margen de error, lo que sucedió en el resto de España, donde venganzas por temas de lindes de tierras y rencillas personales fueron saldadas en forma de delaciones, detenciones y, en muchos casos, de asesinatos. Todo ello está en esta novela y creo servirá para que nadie olvide lo que pasó, para que los que todavía están vivos y fueron delatores se vean ayunos de sueño durante algún tiempo, y los que fueron humillados, o los familiares de los asesinados, consigan que les llegue un poco más de aire a los pulmones. De vez en cuando es necesario hacer justicia.

            A pesar de la angustia, los tres protagonistas, Cayo, Rita y Diego, consiguen momentos de felicidad en la Casa de los Toros, una felicidad conseguida a fuerza de amor entre ellos, un cariño que forma un bloque monolítico de roca dura, no fisurada como la que propician los potentes manantiales de Añavieja. Por los alrededores de ese caserón acuden cada año, a los ricos pastos, toros bravos trashumantes, fieras cuyos propietarios pertenecen a la nobleza menor, a la burguesía. Ellos son los caseros, el trabajo les fue ofrecido por una de esas buenas personas que ayudaron en lo que fue posible, acongojados por la barbarie. En esa casa tiene lugar una tienta, una ceremonia muy bien relatada, a la que acuden los jerifaltes de Falange, los viejos y los nuevos, con alardes fascistas, porque, como decimos, no se les ahorró nada a los vencidos.

            El pueblo, tan bien conocido por Sebastián López, pues nació en Añavieja, queda reflejado en la novela, sus personajes, sus costumbres, sus leyendas. No sé si este relato levantará ampollas, es posible, pero merece la pena. Quien se vea retratado en ella, será porque actuó de forma inhumana, quien se alegre por esta publicación, es porque se la merecía.

 Isabel Goig

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