.

 

EL SANTERO DE SAN SATURIO

Juan Antonio Gaya Nuño

Editorial Espasa Calpe, Colección Austral
Páginas: 153
1965 (tercer edición 1995)

 

Juan Antonio Gaya Nuño nació en Tardelcuende en 1913. Perteneció a una prestigiosa familia soriana, cuyos miembros destacaron como intelectuales. Su padre, el doctor Gaya Tovar, fue uno de los represaliados en la Guerra Civil, llegando a ser fusilado por sus ideas republicanas. Ello marcó no poco la trayectoria de Gaya Nuño, el cual marchó en cuanto pudo de Soria. En la actualidad un centro cultural lleva su nombre en la ciudad, y en él se alberga el fondo cultural y bibliográfico entregado por su esposa, Concha de Marco, antes de morir. Sobrevivió bastantes años a su marido.

Fue doctor en Filosofía y Letras y profesor invitado de la Universidad de Puerto Rico. Son muchas sus publicaciones, entre las que destacan teorías sobre el arte y la arquitectura, y una guía de Soria, publicada por Everest, en la que participó su esposa, Concha de Marco.

Reseñar su novela El santero de San Saturio es una tarea difícil, por cuanto Gaya dejó para la posteridad soriana La Novela, con mayúsculas, de esta ciudad. Ni se había escrito, ni se volverá a escribir algo parecido. Si acaso, diremos que, El Campesino en su Sexmo, de Emilio Ruiz, se acerca, incluso se dice que en algunos aspectos puede superarla.

Dividida en veinticuatro pequeños apartados, el autor repasa toda la sociedad soriana de la época, 1951. Y lo hace con un cariño y un mimo como sólo un espíritu sensible puede llegar a captar.

El relator lee un anuncio en el que se solicita santero para la ermita más emblemática de Soria, la del santo patrón Saturio. Está redactado, ese anuncio, en el mejor estilo soriano: "… con el haber anual de ochocientas pesetas, cinco fanegas de trigo y tres medias de cebada". El protagonista, cansado de grandes urbes, y en el trance de redactar un tratado sobre la pintura de Picasso, se presenta en la ciudad y consigue el trabajo, ya que sólo él lo reclama. Desde el incomparable mirador de la función encomendada, el santero se desplaza a la pequeña Soria, de vez en cuando, para pedir el óbolo y liar la hebra con todo aquél que se dejara, y se dejaban casi todos.

Y así, va creando tipos, individuales y colectivos: el indiano relamido, hijo de serranos, quien ha perdido su esencia allende los mares y vuelve repeinado y relamido, para hacerse cargo de la financiación de la fuente del pueblo, por ejemplo. El del Pobre Ciego de Soria, digno, señorial, el cual no debe ni alargar la mano pare recibir limosna, y junto a él todos los pedigüeños, igual de dignos, como hidalgones venidos a menos. Las prostitutas, serias, limpias, sabiendo estar en su sitio, y, entre las que destacan la señora, la directora del burdel, tan empaquetada. Y qué decir del personaje del Canario, escultor de pequeñas estatuillas de San Saturio con el jade que salpicaba de trabajar las lápidas; personaje tal vez introducido por Gaya para explicar la reacción de los sorianos ante la muerte. El Canario, cuando comprueba que su compañera ha muerto, se baja los pantalones en la misma puerta del hospital, y defeca. Una reacción cínica, llevada al extremo, a causa de la mala relación que existía en la pareja, pero que muestra otra menos extrema, y que sí se da en los sorianos ante la muerte: la actitud estoica, "ausencia de emotividad", "estoica y digna ante el más allá"; Gaya lo justifica desde la altura, desde el frío, pero se siente orgulloso de esa actitud.

Los labriegos "numantinos con salpicaduras de moro… todos han ido a la escuela, todos saben leer y escribir… listos, reticentes, pobres como el más paupérrimo coolí, pero absolutamente nada papanatas… Creen en el señor médico. Creen, ciegamente, en los abogados. En los curas sólo a medias; en cambio, nada haría que faltase su aceite a la lámpara de la Virgen… No podía decir hasta qué máximo extremo dignifica a mis labriegos este sentido primitivo y ancestral, no adulterado por ningún barniz extraño".

Unos tipos que el autor remonta a Numancia: "¿Qué necesidad tenían nuestros abuelos de los fascios y del Senatus Populusque Romanus? Los numantinos eran estos hombres altos y secos que aún se ven en Renieblas y Castilfrío, en Ausejo y Aldealseñor, estos señores de la palabra breve y aguda… No sabían donde estaba Roma. Se defendieron cuando fueron atacados, como se defendería ese hombre de Castilfrío que ha venido a la feria, si le quisieran quitar la borrega. Murieron todos. Eso fue Numancia".

Junto a los tipos, repasa la sociedad soriana en su globalidad. Esa sociedad tan bien jerarquizada en los dos casinos, o en las tabernas, tan abundantes, donde nunca faltan las frascas de vino, las latas de escabeche y los barriles de arenques. Esos sorianos que acuden, cada jueves, al mercado, donde se mama el mejor ambiente aldeano, de trueque, de regateo, desde en la docena de huevos de la aldeana de Golmayo, al mulo de carga de Fuentepinilla.

Repasa la gastronomía, en poco más de dos páginas, y se recrea, incluso lleva a cabo la apología, del escabeche "embalsamado"; el fresco, llamado así a todo el pescado que no estuviera conservado; el cabrito y la cochinilla; el conejo, la liebre y la perdiz escabechados; la ensalada de tomate, pimiento, huevos duros y bonito; y el vino de Langa de Duero "no se sube a la cabeza y permite ingerir considerables cantidades sin que se trastorne la crítica de la razón pura".

Un hombre de la enjundia de Gaya, quien con tanto amor trató a los sorianos, entiende perfectamente que unos forasteros, los poetas que cantaron a su ciudad y provincia, entre los que destacan Machado y Diego, vean y retraten con otros ojos, y desde una visión más fresca, menos viciada, a Soria. "En ello no hay deshonra para los sorianos, pues tampoco fue Salamanca exactamente entendida hasta que por ella no entró el bilbaíno don Miguel de Unamuno. Pues si los ojos ajenos ven más que los propios, Antonio Machado, en tierras del Duero, vio todo, y, entonces, este todo dejaba de ser ajeno, se convertía en propiedad de adopción…". Esta reflexión de Gaya muestra su educación universalista, su carencia de localismos zafios y mal entendidos, su comprensión ante todos puntos de vista.

El libro El Santero de San Saturio no debe faltar en ninguna biblioteca de temas sorianos que se precie, e, incluso, en cualquier biblioteca a secas. Porque al tema, o los temas tratados, se une la forma de hacerlo, el estilo usado, la riqueza de léxico, tan bien imbricado que no resulta en absoluto pretencioso ni fuera de lugar. A este léxico tan castellano, ha de añadirse otro, netamente soriano, como cuando anota que "las aguas del Urbión no se regalan en balde", término este de regalar, usado en Soria en lugar de derretir. O cuando el labrador llama "tío metemorroenmoñiga", al peregrino que casi hace que el santero y él discutan por predilecciones sobre unas u otras vírgenes de la devoción de los platicantes.

No en vano estuvo mucho tiempo agotado. En la actualidad existe una nueva reedición.

© Isabel Goig

 

Biblioteca Sorianaindex autoresindex títulosescritoresgoig soler

inicio del web
© soria-goig.com