Max AubMax Aub

Un escritor en su laberinto

Director: Lorenzo Soler

Guión de Lorenzo Soler y José María Villagrasa

Documental emitido en TVE-2, el domingo, 28 de diciembre de 2003

 

“Salir de las sombras, pregonar la justicia, trascender, ser leído...”. La vida del escritor, poeta y dramaturgo Max Aub estuvo marcada por la tristeza, más allá de lo que él dejara escrito. Es fácil deducir, del conocimiento de su vida, lo que este hombre debió sentir a lo largo de ella. Su condición de judío centroeuropeo iba a marcarle en principio, y la marca no dejaría de crecer cuando, joven aún, se viera obligado a marchar de la tierra que él había adoptado como propia. Si el exilio fue duro para los intelectuales españoles (y para todos en general) mucho más debió serlo para Aub, exiliado del exilio elegido.

De padre judío centroeuropeo, Federico Guillermo Aub, y madre francesa, Max nació francés, en 1903, en el seno de una familia burguesa, de buena posición económica. Pero la Primera Guerra Mundial les obligó a abandonar Francia, subastar todos sus bienes y trasladarse a Valencia, en principio a un barrio cerca de la Malvarrosa. Tenía once años, le matricularon en el Instituto Luis Vives y, a partir de entonces sólo escribió en castellano, empeñándose en la perfección del idioma que siempre consideró suyo. 

Aquél burgués que fue su padre se convirtió en representante-vendedor de bisutería y quincalla, y Max, para quien en la infancia fueron contratadas dos doncellas, le acompañaría, entre 1920 y 1924 recorriendo todos los pueblos de España. En 1923 publica sus primeros versos en la revista “España” y en 1926 conoce a Perpetua, guapísima valenciana, con quien compartiría el resto de sus aventuras y desdichas, y de quien tendría tres hijas: Carmen, Elena y María Luisa Aub.

Max Aub fue siempre un hombre de izquierdas, naturalmente, afiliado al Partido Socialista, aunque a menudo se le tachó de comunista, algo de lo que siempre huyó y contra lo que clamó, poniendo al mismo nivel de intrasigencia, primero a los comunistas que a los fascistas, para delimitar más tarde y situar la crítica a los Estados Unidos de América y las Repúblicas Socialistas del Este. No obstante, durante la Guerra Civil Española abandonaría el idealismo para poner, su persona y su literatura, exclusivamente al servicio de la República, algo que consideró necesario ya que, sobre todo ideario, él se consideró un testigo de los hechos, incluso un notario de la situación que vivió España durante y después de la guerra.

En 1936 el gobierno de la República le nombra agregado cultural de su embajada en París, y allí se traslada de nuevo con su familia, a su tierra, de la que había tenido que huir años atras. Uno de sus cometidos era encargar a Pablo Picasso el cuadro “Guernika”. En ese ambiente cultural conoce a André Malraux, escritor y político francés, más o menos de su edad, quien le ilusiona para que colabore en la adaptación para el cine de su novela L’espoir, y lo hace de tal forma, que Aub colabora en todo, hasta en la compra de película en el extranjero. La película, que llevará el título de “Sierra de Teruel”, se rueda cerca del frente real, durante los años de la guerra, y en 1939 todos los compañeros de rodaje deben marchar hacia la frontera.

Otra vez París, ahora exiliado de nuevo. Escribe por entonces el primero de los seis títulos que componen su “Laberinto mágico”, “Campo cerrado”. Y allí, en su tierra de nacimiento, lejos de la de adopción, vive, de lejos, pero muy cerca, lo que estaba sucediendo en otro lugar también muy suyo, en la tierra de su padre, la persecución de los judíos que preparaba el tremendo holocausto, y lo vivía como judío y como republicano exiliado. El siguiente paso del drama personal, no menos doloroso por compartido con tantos que se encontraban en su misma situación, es el internamiento en el campo de concentración argelino Djelfa donde, gracias a la benevolencia de uno de los vigilantes, pasa los meses haciendo alpargatas en lugar de acarrear piedra para la construcción del ferrocarril. Eran quinientos los españoles que compartieron su suerte, además de unos doscientos judíos.

En mayo de 1942, gracias al cónsul de Méjico en Marsella, embarca en el Serpa Pinto rumbo a aquél país suramericano que tánto hizo por los republicanos españoles, y cuatro años más tarde reagrupa a la familia, mientras trabaja en todo aquello que puede: dirige revistas, grupos de teatro, adapta novelas para el cine, da clases pero, sobre todo, escribe. Allí estaba ya, o fueron llegando, Pedro Salinas, Azaña, Margarita Xirgu, Juan Ramón Jiménez, Pau Casals... Por cierto, la primera interpretación completa de El Pessebre la hizo Casals en Acapulco (Méjico), en la Vieja Fortaleza de San Diego, sobre el océano, en 1960, con el fin de agradecer públicamente la aceptación por parte de ese pueblo magnífico que es el mejicano, a los exiliados de la Guerra Civil Española.

Y el odio que impregnó a los militares rebeldes españoles en 1936, convertido en modo de vida, en forma de comportarse con el vencido, impropio de caballeros y propio de patanes con botas, se cebó durante décadas, sobre todo con los intelectuales que osaban criticar la política fascista y represora, o que la habían criticado en su momento. A la gente del pueblo, directamente, la mataban o encarcelaban. Ese odio de los que se consideraban dueños de España, de toda España, negaron en 1951 primero, y en 1961 después, el visado para que Max Aub pudiera ver por última vez, primero a su padre y luego a su madre, a quien, durante su vida adulta y por azares de su incómoda vida, sólo pudo abrazar en dos ocasiones.

En 1956 obtiene la nacionalidad mejicana. Son años, desde que logró reunir a la familia una década antes, y casi hasta su muerte, de creación literaria y de actividad intelectual. Siguió publicando otros títulos del “Laberinto mágico”: “Campo cerrado” (1943), “Campo de Sangre” (1945), “Capo abierto” (1951)... “San Juan”, teatro (1943), “Morir por cerrar los ojos”, teatro (1944), “Deseada”, teatro (1950), “Las buenas intenciones” (1954), “Cuentos ciertos” (1955), “Cuentos mejicanos” (1959) “La calle de Valverde” (1961)... Diversos estudios de crítica literaria. Adaptaciones para el cine, como "Cárcel de mujeres”, que dirigió Miguel Delgado y “Distinto amanecer”, de una obra suya, dirigida por Bracho.

Se ocupó de grupos de teatro, como “El búho”, de la Radio de la Universidad de Méjico (de 1961 a 1966), de cuyo cargo dimite por solidaridad con el rector, que fue cesado. En 1958 aparece “Jusep Torres Campalans”, pintor inventado por Aub, para cuya publicación comienza por crear él mismo la obra que le va a atribuir a Torres, pinturas que llegarían a ser expuestas en galerías de arte. En el fondo se trataba de un crítica ácida al mundo subyacente del arte. Su trama estuvo tan bien pergeñada que hasta aparecieron personas asegurando que habían conocido a Torres Campalans.

En 1966 le invitan a dar unas conferencias en la Universiad Hebrera de Jerusalén y confiesa que, realmente, él nunca se había sentido judío. Es decir, era judío, pero no creyente, y se da cuenta que no le une nada con ellos. Tres años más tarde, en 1969, consigue un visado para viajar a España y permanecer en el país durante tres meses. El motivo fue el encargo de Editorial Aguilar para que recogiera los datos necesarios para editar un libro sobre Luis Buñuel. Tres años más tarde, cuando la muerte estaba muy cerca, volvería a España para asesorar una película sobre el mismo cineasta turolense.

Aprovechó el primer viaje para dar una conferencia en Madrid y preguntar, y preguntarse, qué hacían allí, frente a él, escuchándole, tal cantidad de intelectuales reunidos, mientras Franco seguía vivo en El Pardo. Una pregunta que se han hecho, durante décadas, muchos españoles.

En el magnífico documental da vida a Max Aub el actor Juan Echanove, de gran parecido con el escritor, quien hace una grave y sentida interpretación. Aparece Fernando Guillén, en el papel de padre, y apenas unos minutos, Rosana Pastor en el de la madre.

Es a través de otros intelectuales, actores y exiliados, que se va conociendo la dimensión humana de Max Aub: Eduardo Haro Tecglen; Ignacio Soldevila, profesor de la Universidad de Quebec; José Monleón, director de “Primer Acto”; Antonio Muñoz Molina; Ofelia Guilmain, actriz; Nuria Espert, actriz; Carlos Monsiváis, periodista; Concha Ruiz-Funes, investigadora del exilio mejicano; Isabel Rosique, exiliada; Federico Álvarez, profesor de Universidad en Méjico; Fernando Escalante, director de la Radio de la Universidad de Méjico; Ana María Matute; Elena Poniatowska; Vicente Rojo, diseñador gráfico; Miriam Kaises, secretaria de Max; Colita, fotógrafa; Ana María Moix, y sus tres hijas Carmen, Elena y María Luisa Aub.

Por ellos sabemos, o nos confirman, que era un escritor de culto, no popular. Que tenía un carácter desmedido, sentimental, excepcional, insólito... Que nada de lo humano le fue ajeno, fue inconformista visceral, que tenía una gran sensibilidad hacia las desigualdades sociales, que por encima de todo luchó y valoró la justicia, el buen castellano y poder escribir libremente. Pero, sobre todo, que sufrió con rigor el exilio, que su vida fue tremendamente dura, como lo demuestra el hecho de su fallecimiento a los sesenta y nueve años.

En medio de los testimonios de los que le conocieron o han estudiado su vida y su obra, pueden verse trozos de documentales de la época ilustrando la Valencia de los años mozos, el París de la huida y la vuelta, la Alemania hipnotizada por el nazi Hitler, el Méjico que recibe a Max Aub, escenas de películas realizadas con adaptaciones de sus novelas y sus poemas de “Campos de almendros”, “No son cuentos”, “Yo vivo”, “La gallina ciega”, y otros, en la voz y la imagen de Empar Canet y Carlos Sanjaime.

Una escena sirve de contrapunto al espíritu de denuncia que sigue y persigue el documental: la conversación de Max Aub/Juan Echanove con un sobrino, cuando aquél viene a España por última vez, quien intenta hacerle ver que el país creído o imaginado por Aub no es el real, que las cosas han cambiado y la mayoría de los españoles lo que pretenden es olvidar.

Otra, sirve, en cambio, para corroborar el espíritu de Aub. Se trata de una conversación entre Aub/Echanove, y alguien, un intelectual grande y calvo, en la mesa de un bar, entre humo de cigarrillos y ante una gran copa de brandy, que sostienen unas manos grandes, alguien que recuerda al poeta José Hierro, alquien que afirma la envidia que los exiliados le producen a él y a los que se quedaron y vivieron una vida mediocre.

 Lorenzo Soler, el director

Lorenzo Soler y Juan Echanove durante el rodajeLorenzo Soler ha sido el artífice de este magnífico documental de casi noventa minutos de duración. Se nota que se ha identificado con el personaje, como se perciben las cosas hechas con cariño y complicidad. Además, Lorenzo -Llorenç-, es valenciano, está, como Max Aub estuvo toda la vida, preocupado y luchando con fuerza, contra la injusticia y la xenofobia. Llorenç Soler es, además de un estupendo profesional, un artista, un hombre afable y cercano que deja esa impronta en todo aquello que acomete, que no es poco.

Con Max Aub: un escritor en su laberinto, Lorenzo Soler continua su carrera de trabajos bien hechos, con seny, como dicen los catalanes. Podríamos añadir, simplemente, como en una ocasión dijo un amigo mío que, por ser todo elemental, felicidades. Así de fácil. Este trabajo es lo que es, precisamente porque Lorenzo Soler sólo sabe hacer las cosas de una forma: bien.

Isabel Goig

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