José Antonio Sanz García

 

Pepe Sanz, La Voz, ha fallecido


Pepe Sanz junto al maestro Castelló

José Antonio Sanz García -Pepe Sanz- falleció el sábado, 28 de enero, como se suele decir, tras larga lucha con la enfermedad. Se ha marchado demasiado pronto y ha dejado a muchos actos culturales huérfanos de esa voz que hizo de él un recitador magnífico, un narrador que captaba la atención a la tercera palabra. 

Hemos acudido a su buen amigo César Millán, para que nos diera algunos datos sobre él, que tan bien le conocía y, antes de escribirlos, queremos reflejar sus palabras sobre la calidad humana de Pepe Sanz:

“Sembró la amistad a su alrededor y tuve la suerte de poder compartirla, de aprender siempre que estaba a su lado y, lo que es más importante, percatarme que junto a todos los conocimientos que atesoraba, escuchaba mucho y bien. Era una verdadera enciclopedia andante sobre todo lo que tuviera que ver con Soria y   siempre dijo sí a cualquier invitación, a participar en cualquier tipo de acto. Leía mucho, estudiaba mucho y no dejaba de preocuparse de todo, de todo lo que tenía que ver con la provincia, en especial con las tradiciones y la cultura”. 

No fue sólo voz, también fue palabra escrita. En “Casos y Cosas de Soria”, I y II, así como en “Soria en el paisaje” II, publicó, según nos indica César, “La domesticación del fuego”, “La caldereta pastoril, un día señalado”, y “Los ojos de Avelino Hernández”. Avelino era su amigo y, volviendo a César:

“Fue uno de los principales artífices de la creación de la Asociación Cultural Amigos de Avelino Hernández. Desde el inicio se preocupó de llevar a acabo actividades en las que se mantenía el espíritu del escritor de Valdegeña. Actos diversos en   memoria de Avelino, charlas en colegios y campamentos, presentaciones de libros   y textos sobre su "amigo" ocuparon buena parte de su energía”.

Otros medios de comunicación contaron con su buen hacer, como Revista de Soria y Soriavisión. Recordamos especialmente su colaboración en la SER, hará ya unos veinte años. A esa hora en que el lugar habitual es la cocina, preparando la comida familiar, la voz inigualable de Pepe Sanz se colaba por las ondas para leer, más bien diríamos que dramatizar, el libro de Avelino Hernández, “Una vez había un pueblo”, con Silvestrito como telón de fondo. En 2014 le fue otorgado el honor de ser Matancero de las Jornadas rito-gastronómicas del Virrey Palafox.

Pese a la poca relación que mantuvimos con él, podemos decir que era, por encima de otros atributos, una persona muy educada, cercana y generosa. Dos veces coincidimos en Sarnago, junto a otro de sus buenos amigos, el maestro Manuel Castelló. Allí dejó también escuchar su voz, delante de la orquesta de Dolores, que había acudido para interpretar alguna de las obras de Castelló relacionada con Tierras Altas. 

Este buen hombre, nacido en Almarza, se ha marchado demasiado pronto, sin haber dado a conocer por escrito todo aquello que conocía tan bien. Aunque quién sabe, quizá haya dejado a su mujer, Camino (¡qué nombre tan hermoso!), algún encargo, algunos apuntes, algún manuscrito y lo podamos ver publicado.

Isabel Goig, 2017

 

 

PEPE SANZ


Pepe Sanz narrando historias de la Alcarama

Era el 20 de diciembre de 2016, la antepuerta de la Navidad. Después de la jornada laboral, descansaba en casa con mi familia, cuando recibí una llamada telefónica de Pepe Sanz. Me alegró oír su voz, pero intuí y temí lo que me iba a decir, porque los últimos datos analíticos eran desalentadores y la hora a la que llamaba no era la habitual en la que solíamos hablar. Me acomodé en un butacón sabiendo que la conversación sería larga. Con una voz cansada, pero serena, comenzó a agradecerme mi amistad y cuánto creía que le había ayudado, por lo que entendí que era su despedida. Me vino a la memoria la de Miguel Ángel San Miguel cuando se fue de escudo humano a Irak, pero la de Pepe era sin retorno. Transcribo literalmente sus palabras que permanecerán tan cariñosa como dolorosamente en mi memoria: "Los médicos ya no disponen de armas con las que afrontar mi enfermedad y no hay nada qué hacer. Mis órganos principales no aguantan. Pregunté a mis médicos cuánto me quedaba y me respondieron que era cuestión de días o de alguna semana. Pasé dos días terribles pero ahora estoy tranquilo porque he asumido y aceptado la situación y he solicitado que, por favor, no me dejen sufrir. Yo mismo propuse mi retirada, si era posible, a la unidad de paliativos del Hospital Virgen del Mirón de Soria. Allí estaré bien. Hay buenos profesionales y el lugar es digno. Quiero pasar allí mis últimos días rodeado de mi familia y de mis amigos. Además, tiene un gran ventanal que da al sur y se puede tomar el sol del invierno a gusto. Cuídate, amigo, cuídate mucho y sigue luchando, y dale un abrazo grande, enorme, a esa gran persona que es Eugenia. Tengo que agradecerte tu amistad. Ha sido una gran suerte haberte conocido porque me has ayudado a vivir, me has alertado de todo cuanto se me venía encima para hacerle frente, y has conseguido darme esperanza para luchar. Disfruta de esos paseos por el monte, por Vea, por Garagüeta, por la Sierra del Alba, que tanto te gustan. Y cuídate. Cuídate mucho.

- Bueno, amigo, ¡hasta siempre!"

Quedé mudo. Viéndome en la obligación de responderle:

- Pepe, esto no es así. No debes….

Inmediatamente, me interrumpió: "Sí, Jesús, es así. Y estoy tranquilo, de verdad. Los mismos médicos que me han atendido en el Clínico vienen por las tardes para verme y preguntarme qué necesito. Estoy bien, Jesús. Estoy bien. Estoy con mi familia, y mi hija me lee relatos que me ayudan a pasar el día. Tengo todo lo que podría desear".

- Bueno, Pepe, le respondí. Nadie es capaz de predecir cuándo finaliza nuestra temporalidad. Dispones de cada día, como cada uno de nosotros, y debes disfrutar de todos los que te queremos bien. Solo la gente buena puede lograr esta serenidad que tú has alcanzado. Pronto iré a verte y nos abrazaremos, y charlaremos. Muy pronto, Pepe.

- "Aquí estaré en la primera planta del hospital, en paliativos. No tienes más que preguntar por mí. Te estaré esperando. Bueno, adiós, amigo. Un abrazo". Respondió.

Cuando colgué el teléfono, no sabía bien qué hacer. Bebí unos sorbos de vino para deshacer el nudo que tenía en la garganta y me fui al baño a llorar. Me estremeció un frío intenso y noté, con rabia e impotencia, cómo una parte de mí me abandonaba. Me sentía culpable de no haber encontrado palabras esperanzadoras. Me fui a la cama, pero un sinfín de imágenes acudían a mi cabeza recordando nuestros encuentros felices, las veces que había declamado mis relatos con la maestría y la emoción del gran poeta que era. Tras vueltas y vueltas en la cama, cobardemente, determiné tomar un somnífero.

Todas las despedidas son dolorosas, pero ésta ha sido cruel. El toro que le había tocado en suerte debía torearlo sin estoque, mientras yo esperaba turno en el burladero. Tomé nota y ejemplo de cómo se afronta la muerte. Para lograr esa serenidad, hay que estar en paz con uno mismo, en paz por sentir que el paso por la vida se ha realizado cumpliendo tus convicciones de dignidad y decencia y que ni te has traicionado tú, ni has traicionado a nadie. Por eso, a pesar de estar triste, estoy contento de constatar que es una persona buena.

El día 27 de diciembre, a las dos de la tarde, abrí la puerta de la habitación 14 de Paliativos, del Hospital Virgen del Mirón de Soria. Allí estaba Pepe, encadenado a un gotero que le pretendía administrar pequeñas dosis de vida. Se sorprendió y emocionó al verme. Su familia nos dejó solos para que pudiésemos conversar. Con esfuerzo, se incorporó para acomodarse en un butacón en la galería intensamente soleada. También me senté yo, a su lado, mirándonos tiernamente y controlando mis palabras, que debían de ser acertadas.

Él deseaba transmitirme serenidad y yo esperanza. Era una tesitura muy difícil, pero, poco a poco, la conversación se fue relajando y se hizo fluida. Vislumbrábamos, a lo lejos, el pezón nevado de la inmensa mama que parece el Moncayo, y los rayos de sol iridiscentes atravesaban las ramas de los chopos desnudos. La galería estaba vacía, solo sus palabras y las mías, que el eco repetía, llenaban el espacio amplio y confortable. Hablamos de su casa en Almarza, del Acebal de Garagüeta, de la Sierra del Alba y del Almuerzo, de su amigo Avelino Hernández, de su familia….etc. Me pidió que le leyera uno de mis relatos, y elegí el del rio Linares y el que le dediqué a la Virgen de la Peña. Cerraba los ojos para seguir con su mente el trayecto de cada relato. Y sonreía con la misma carita de ternura del corzo.

Avanzaba la tarde y el sol se retiraba, mortecino, a su cuartel de invierno. Su puesta coloreó las nubes de tonos ocres y violetas, hasta que se escondió, y la noche afantasmó a los chopos, y corrió su telón oscuro que nos devolvió a la habitación, ahora iluminada y acogedora.

Apareció su hija Eva. Hablamos del concurso de relatos en el que había participado y que había ganado en Soria. Leyó su relato y, a continuación, leí el mío de “La Tronerita”. Quedó encantado Pepe y, con él, nosotros dos, cómplices de su bienestar pasajero. Entró su hermano y, en ese momento, decidí dejarle. Nos dimos un abrazo cálido y de sentimiento, y nos miramos a los ojos sabiendo muy bien lo que nos estábamos diciendo. Me acompañó Eva y nos dimos otro abrazo bien distinto, de este mundo.

Me fui a San Pedro Manrique satisfecho de comprobar su entereza y valentía.

Pepe me ayudó a descubrir la Soria de Avelino Hernández y de Machado. La de San Juan de Rabanera, Santo Domingo y San Saturio. La del paseo sosegado por la Dehesa. La de la Sierra del Almuerzo, de La Alcarama y del Alba, con su Acebal de Garagüeta. La de pueblos entrañables a los que tanto quiso, entre los que se encontraban San Pedro Manrique y Sarnago.

Adiós, Pepe. Adiós. Leeré, con tu voz en la memoria, aquellos cuentos tuyos que descansan en mi mesilla y que me recuerdan la Soria que tú quisiste compartir.

Ser soriano para ti, no era un gentilicio, era una profesión.

Jesús Vasco
Barakaldo 30 de Enero de 2017

 

escritores sorianos

Biblioteca Soriana index autores index títulosgoig soler

inicio del web
© soria-goig.com